Los presentes de Patricia / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Ya ti, ¿qué te dejó Patricia? Si fuéramos capaces de registrar los testimonios de cada uno de los mexicanos, con seguridad podríamos armar con sus opiniones y contribuciones uno de los árboles de la vida más complejos y acaso más asombrosos de los modelados por las creativas manos e imaginación de nuestros artesanos: resultaría probablemente un alebrije tan multifacético como colorido y plasmado con sumatoria de formas y figuras de lo más inimaginable en un sueño kafkiano, como coloso emergente del más profundo México surrealista. Y la razón de esta supuesta megaconstrucción es muy simple, las opiniones populares -entendidas literalmente como de todo un pueblo- son en esencia folklore, y ello en su acepción más pura.

En efecto, el auténtico folklore tiene el máximo derecho a la mayor licencia creadora jamás imaginable, puede juntar las cosas más disímbolas concebibles, mantenerlas separadas, no tiene obligación de ligarlas, relacionarlas, ordenarlas, sistematizarlas, mucho menos jerarquizarlas; si le da la real gana puede hacer pastillaje con ellas o adherirlas a un collage impredecible. El folklore es explosión de expresividad imaginativa sin atufadas academias que le endilguen calificaciones y otorguen premios. Esta libertad irrestricta de expresión le permite romper los cánones más rigurosos del arte, elevado a la dimensión de las bellas artes, y mantener las cosas separadas, dispersas, contrastantes, ilógicas, inverosímiles. Así es el folklore: “¡Grítenme, piedras del campo!”… “Esta noche vi llover, vi gente correr y no estabas tú”… “Mujer, mujer divina / tienes el veneno que fascina en tu mirar / Mujer alabastrina, tienes vibración de sonatina pasional / tienes el perfume de un naranjo en flor, / el altivo porte de una majestad (….). Y, sin embargo, gusta, fascina, arroba, transporta.”

Pues bien, hablamos de Patricia, ese huracán imponente que suspendió en vilo a un país y la expectativa del resto del mundo. Nos metió en la incertidumbre de un presagio, indefinible. Nos asombró por sus dimensiones.

“El huracán Patricia, categoría 5 en la escala Saffir-Simpson y el más intenso en la historia en el Pacífico Nororiental, se ubicará muy próximo a la costa de Jalisco y Colima; su amplia circulación generará potencial de tormentas de intensas, de 75 a 150 milímetros (mm), a puntuales torrenciales (de 150 a 250 mm) en el centro y el sur de Colima y Jalisco y el sur de Michoacán, informa el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), dependiente de la Comisión Nacional del Agua (Conagua). También provocará lluvias intensas (de 75 a 150 mm) en el sur de Durango y Zacatecas, el sur y el oriente de Nayarit, la mayor parte de Aguascalientes y la sierra y el sur de Guerrero y el sur y el occidente Guanajuato, así como lluvias fuertes (de 25 a 50 mm) en Sinaloa, Distrito Federal, Estado de México, Morelos y Querétaro”. Así lo dijo la Comisión Nacional del Agua, CONAGUA, (Comunicado 712-15, pdf. México, DF, octubre 23 de 2015. 07:15 h).

La sola imaginación de esa colosal e imponente figura de bandas blancas girando en torbellino como hélices arrasantes que removía tierra, mar y cielo, me hizo remontar a la memoria de una obra de teatro que estaba en cartelera en la ciudad de Santiago, Chile, allá por comienzos del año 1980, a donde tuve la oportunidad de acudir como invitado a un congreso. El nombre de la obra, a la que asistí, era muy elocuente: La Mar estaba serena. Tuvo como escenario un teatro experimental enclavado en el centro histórico de la ciudad, y no efectivamente no se refería al tema climatológico, indicaba incisivamente la calma antes de la poderosa tormenta socio-política que desató el golpe militar de Pinochet. Pero, sí escenificaba en los sucesos anecdóticos de vida de una familia, de la clase acomodada chilena, cómo el acontecimiento golpista venía a ser disruptivo de la calmosa y rutinaria paz de los miembros de esa familia, y que por ampliación dramática impactaba socialmente a todos los de la nación. Y dejó desolación, muerte, familias en orfandad, exilios obligados, desaparición forzosa de personas, guerra sucia que engullía vidas, sin razón, sin sentido, sin clemencia, sin miramientos humanos.

Y entramos en materia. En México, el presagio fue que la mar no estaba serena, comenzaba a agitarse, hacerse borrascosa, turbulenta, predecían olas de hasta doce metros. Y su acercamiento al continente se hacía cada vez más ominoso.

Decía Conagua. “Adicionalmente, se pronostica oleaje de 6 a 8 metros (m) en las costas de Michoacán, Colima y el sur de Jalisco, sin descartar que sea mayor al combinarse con la marea de tormenta, de 4 a 6 m en la costa occidental de Jalisco, de 3 a 4 m en la costa de Nayarit, de 3.5 a 4.5 m en la costa occidental de Guerrero, de 2.5 a 3.5 m en su playa oriental, de 2 a 3 m en el sur del Golfo de California, incluyendo las costas de Sinaloa y el sur de Baja California Sur, de 8.5 a 12.5 en las inmediaciones de Patricia y de hasta 8 m en las zonas marítimas del Pacífico central mexicano.”

Trate usted de recordar el oleaje más fuerte que haya presenciado en la playa, cuando ponen la bandera roja de alerta, y súmele 2, 5, 8, 10 metros y compárelos con los pisos de un hotel al margen de playa, ¿hasta qué piso alcanzaría el alto de la ola? Y véase a usted parado en la banqueta de entrada, ¿qué significa el tamaño de su masa corporal frente a ese muro de agua embravecida?

Ante tan tremendo y fascinante escenario (recuerde que ésta es la fórmula perfecta de la experiencia de lo sagrado), no quedaba sino el silencio, dar cabida al asombro, esperar las consecuencias de un gran golpe.


Y, sin embargo, al día siguiente de su majestuoso paso, dijo esta misma Jornada Aguascalientes: “A las 22:00 horas, tiempo del centro de México, Patricia, como huracán categoría 4 en la escala de Saffir-Simpson, se localizó en tierra a 30 kilómetros (km) al sureste de Talpa de Allende y a 75 km al sureste de Puerto Vallarta, ambas poblaciones en Jalisco, así como a 135 km al nor-noroeste de Manzanillo, Colima, con vientos máximos sostenidos en 215 kilómetros por hora (km/h) rachas de hasta 200 km/h y desplazamiento hacia el Nor-Noreste a 31 km/h, informa el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), dependiente de la Comisión Nacional del Aguas (Conagua). (…) Así como precipitaciones intensas (de 75 a 150 mm) en el sur de Durango, el sur y el oriente de Nayarit, el sur de Zacatecas, Aguascalientes (…)”. Lo que le mereció a este diario, el título a ocho columnas: “Todo en Calma”.

Para nosotros, todo comenzó cuando “la mar no estaba serena” y luego del paso del majestuoso meteoro, efectivamente quedaba “todo en calma”. Esta vuelta a la normalidad, no sin haber escuchado fuertes ráfagas de viento, de entre las tres a las cinco de la mañana, dejó el marco social de una aparente alarma ya finada, concluida, pretérita. Y luego comienza el sospechosismo: -Mmmm, el gobierno urdió un estratagema distractor, algo quisieron ocultar, poniendo toda la atención en el huracán. – No, pos sí exageraron, no era para tanto, al fin que ni pasó nada. Los medios de comunicación le hicieron el juego al gobierno, dramatizaron los alcances, para meter miedo y tener en zozobra a la población. -Somos re mensos, volvimos a caer en el juego político de darnos pan y circo… Y otros más cautos: Es que la NASA publicó un twit con la foto vista desde la estación espacial y sí dijo que era el más grande de la historia. Y así, sucesivamente. Lo cierto es que gracias a ese tono serio, austero, categórico, de indicaciones puntuales, informadas, sustentadas y recomendaciones específicas, metódicas sin chistar obtuvimos un saldo blanco. Podemos, si queremos, regatear créditos. Pero, es innegable que hoy, efectivamente está “todo en calma”.

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