En alguna de las ocasiones que tuve de hablar ante estudiantes universitarios acerca de la promoción de los valores que dan sustento a la democracia a través de su ejercicio, me encontré con la oportunidad de hablar de la participación.
En el contexto de una charla académica para jóvenes universitarios, he de decir que las actividades políticas no gozan de gran cartel. Recuerdo haber utilizado datos de una reciente encuesta realizada por un organismo oficial a nivel nacional dirigida exclusivamente a jóvenes entre 13 y 29 años, en donde, entre otras cuestiones que en la propia plática analizaba con los estudiantes, se preguntaba si existía el interés en actividades políticas.
Un contundente 90 por ciento de los jóvenes encuestados manifestaban un interés poco o nulo acerca de la política y sólo alrededor del 10 por ciento les interesaba de alguna manera dedicarse (y no de tiempo completo) a la política. Ese ejercicio lo realicé al inicio (antes de mostrarles las cifras oficiales) preguntando al auditorio a quién le interesaba la política, sabiendo de antemano que los resultados coincidirían con los de la encuesta. De una audiencia de cincuenta jóvenes, si acaso dos manos tímidamente se levantaron.
Las razones esgrimidas en la encuesta del por qué los jóvenes no participan varían entre la falta de tiempo, la falta de interés y hasta el desconocimiento de las actividades políticas. Continúa la encuesta con la calificación que los jóvenes otorgan a las instituciones públicas del país. Las mejor calificadas son las universidades públicas y el ejército. Apenas pasan con un 6 de calificación los senadores y cuerpos de seguridad. En los últimos lugares se encuentran, en consonancia con respuestas anteriores, los diputados.
Ante un escenario en el cual las pláticas de cultura política no son atractivas para los jóvenes, ¿por qué desgastarnos yendo hacia un público que no nos va a escuchar por la falta de interés manifiesta? Porque una de las últimas preguntas que se hacen relacionadas con el tema es, si acaso vale la pena ir a votar.
La mayoría de los jóvenes encuestados dicen que sí.
Resulta paradójico, por decir lo menos, el hecho de que, siempre según la encuesta a que hago referencia, a los jóvenes no les interese “la política”, así entre comillas, pero demuestren una confianza bien ganada por las instituciones electorales organizadoras de los procesos. El argumento, en todo caso, sería: No me interesa la política, pero le doy un voto de confianza al sistema en el que creo que se respeta mi elección.
Ahí es cuando entramos en el tema de la participación. Cuando hacemos hincapié en pláticas con esta temática, ponemos de manifiesto que la participación a la que nos referimos como valor tiene que trascender a las urnas. No es simplemente una participación electoral de unos minutos cada tres años de la que hablamos.
Hablamos de la participación como valor, entendida como el justo medio entre la apatía y el egoísmo. Tan mal está, desde nuestro punto de vista institucional, aquel que no participa por abulia como el que, al acaparar, no permite a los demás participar, ni a él mismo nutrirse con el intercambio de experiencias de los otros.
La participación como valor puede enseñarse desde que los hijos son pequeños en casa. Mis hijos tienen ya su espacio propio en casa, obviamente es un espacio muy pequeño y acorde a sus necesidades actuales según su edad. Pero en familia hemos acordado que ese espacio del que son dueños absolutos, su pedacito de mundo, es de ellos, y tienen que hacerse responsables de mantenerlo en condiciones óptimas de limpieza, entre otros aspectos. Desde ahora están enseñándose a que después de jugar o realizar otras actividades, ese espacio debe quedar, por decir lo menos, limpio.
Al final de cuentas de ahí viene la palabra participación: de tomar parte. Esta parte del mundo que nos tocó y de la cual somos enteramente responsables. Eso sólo lo hacemos si participamos. Y que conste que, después de todo, el ejercicio de ese valor se verá reflejado en las urnas el próximo junio. Al participar en la elección, desde la trinchera que nos corresponda como consejeros, funcionarios de casilla, capacitadores, militantes, candidatos o electores, estaremos siendo responsables en el espacio que nos corresponde, en nuestro pedacito de mundo que es Aguascalientes, tomando parte en las decisiones colectivas que al final afectan, ya sea de manera positiva o negativamente a toda la sociedad. Participando pues, en todo lo que vale y en toda la extensión de la palabra.
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@LanderosIEE