El político y su profesión / Manuel R. Millor Mauri - LJA Aguascalientes
22/11/2024

El término “política” se origina en la obra de ese mismo nombre, Política, escrita por el filósofo de la antigua Grecia, del siglo V a.C., Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.).  El vocablo proviene de la palabra griega “polis”, que es como se identificaba a las ciudades-estados griegos, en los que prevalecía un gobierno democrático. La “polis”, según Aristóteles, es el grado superior de organización o “fin propio” al que tienden los hombres y su nota esencial es la autarquía.

La disciplina encargada de los estudios políticos se denomina Ciencia Política. En su acepción más amplia o general, sus orígenes se remontan a la antigüedad, con los filósofos y teóricos griegos y romanos. En una acepción más precisa, como campo de estudios específico, es relativamente reciente, desde Maquiavelo en el siglo XV, o con la Revolución Industrial del siglo XIX, o incluso posterior a la Segunda Guerra Mundial.

A los profesionales que se dedican a la interpretación de la misma se les califica como “politólogos”, y a los que participan directamente en cargos políticos dentro del Estado se les define como “políticos”.

La política es una actividad con matices ideológicos, orientada al proceso de toma de decisiones en una colectividad, con el fin de alcanzar ciertos objetivos. Se le puede definir también como una forma de ejercer el poder.  

 

En el mismo sentido de esta definición, el politólogo español Manuel Alcántara Sáez, en su libro El Oficio del Político, ubica al político en el ámbito de la toma de decisiones y la realización de programas y planes de acción. El político, dice, es “un hombre de acción”.  

El sociólogo y filósofo alemán Max Weber (1864-1920), en su libro El político y el científico, define la política como “…la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado.”  El Estado, a su vez, es “…aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama para sí el monopolio de la violencia física legítima”. Quien hace política, dice Weber, aspira al poder.

Weber contempla tres cualidades, o virtudes, decisivamente importantes para el político: la pasión; el sentido de la responsabilidad; y la mesura, o criterio. Convenientemente entrelazadas, éstas propiciarían una labor del político que resultase socialmente beneficiosa.

La pasión política, explica, no debe ser una pasión desaforada, sin rumbo ni objetivos, sino una pasión caracterizada por el sentido de la responsabilidad del político. La política, añade, “…se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma”. Sin embargo, el político que se entrega a una causa precisa de una dosis de pasión para hacer de la misma “…una actitud auténticamente humana”.


La segunda cualidad, o virtud, es el sentido de la responsabilidad, que permite encauzar adecuadamente las energías y el entusiasmo del político en beneficio de la sociedad.

Y la tercera, el criterio, Weber la definía como “…la capacidad de dejar actuar a la realidad sobre uno mismo, manteniendo la cohesión y la paz interiores..”  Es decir, “…la capacidad de mantener la distancia frente a las cosas y las personas”.       

Es de notar la tendencia, fuertemente arraigada en la actualidad, a sustituir a los políticos natos por “técnicos políticos”. Esto no es sino una antítesis. Se inserta en la intrusión de la “tecnocracia” en el ámbito de las decisiones políticas, o sea, la cesión de cuotas de poder en manos de técnicos especializados. Pero, en todo caso, la tecnocracia no implica prácticas democráticas, sino antidemocráticas, a partir de la centralización rígida del poder.

Al respecto, la filósofa política alemana y posteriormente estadounidense, Hannah Arendt (1906-1975), en su libro Qué es la Política, precisaba que la política no surge de una identidad común (i.e. lo que nos une y categoriza), sino de la pluralidad (i.e. el hecho de que los diversos estén juntos).

El término “profesión” proviene del latín professio. Es la acción y el efecto de profesar, o ejercer, un oficio, una ciencia o un arte. Indica un conocimiento especializado y formal, que por lo general se adquiere en un centro de estudios superiores.

Hay tres profesiones cuyo sentido es particularmente neurálgico: la medicina, el derecho y las ciencias políticas.

El médico, por excelencia, se dedica a ayudar a sus congéneres, pero es parte de un sistema, entendido como una maquinaria que origina presiones y ataduras sobre sus integrantes, y cuyo “karma” condiciona su escatología. Y, en este contexto, un médico es susceptible de padecer del orgullo o la soberbia, y cometer errores y fallas en sus diagnósticos, algunos de cuyos efectos pueden ser mortales para sus pacientes.

A partir del adagio o “sabiduría” popular, esto es, las creencias ciertas o falsas compartidas por la población, muchas personas consideran a los abogados como profesionistas dados a la manipulación y a una conducta  poco escrupulosa, y también afectados por cuestiones de orgullo, soberbia y ambición, difíciles de superar.   

Por su parte, los políticos acusan la necesidad de sobreponerse a las opiniones mundanas que los desacreditan; y sobreponerse a lo que Weber denomina “una especie de enfermedad profesional”, esto es, la vanidad “…enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso de la mesura frente a sí mismo.”

Para superarla, es preciso que el político se encuentre a sí mismo, que ascienda los peldaños de su profesión hacia un comportamiento diáfano, que salve la trampa de la atracción por los bienes materiales y el peligro de la corrupción, que manifieste su confianza y esté claro de lo que quiere en su papel como guía y mentor en la sociedad.

Weber distingue dos formas de hacer de la política una profesión: “se vive ‘para’ la política o se vive ‘de’ la política”. La primera opción, sostiene Weber, significa darle un “sentido íntimo” a la acción política.  En concreto, tener la conciencia de “…haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al servicio de algo.”

En contrapartida, el que vive “de” la política como profesión, es meramente aquel que se concentra solamente en el aspecto económico: “…quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos.”  

 

Un político nato, neto, es usualmente aquel que nace como tal, per se.

En todo este complejo contexto operativo es preciso que el político supere las trabas y las resistencias; que no proyecte impotencia; que cumpla su misión como creador de políticas que fortalezcan el bienestar común; que siga al pie de la letra la “ley de la atracción”.  

La “ley de la atracción”, definida como la creencia de que los pensamientos influyen sobre las vidas de la gente, como unidades energéticas capaces de restaurar en las personas ondas de equilibrio y ecuanimidad; esto es, “te conviertes en lo que piensas”.

A fin de cuentas, es imperativo para el político borrar patrones; todo es hipotético y cada quien se crea su propio camino. Tener una conexión con su “cuenta  cósmica”, i.e. el despertar de la conciencia. O, como sostenía el psicólogo analítico suizo Carl Gustav Jung (1875-1961): “La emoción es la fuente principal de la conciencia. No puede transformarse la oscuridad en luz o la apatía en movimiento sin emoción.”

A menudo los políticos se pasan la vida buscando afuera… pero las respuestas están en su “disco duro” i.e. la programación de creencias, pensamientos, hábitos y reacciones… dentro de sí mismos… en flujo constante. De importancia crucial es que el político, en el desempeño de sus ocupaciones, no le haga daño a nadie… y que cumpla con su propio aprendizaje; que cumpla su misión.

Y que responda a la promesa de la acción política, que encierra en sí misma el ideal del servicio a la sociedad. Esto es, el político debe servir a sus semejantes. Si lo logra, podrá sentirse orgulloso de su profesión. Y de erguirse como formador de ideas y de opinión y como líder de la ciudadanía.  

   


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