Pensar en el crecimiento económico como uno de los paradigmas de avance civilizatorio necesariamente nos llevará a situar como centro de todas sus premisas el desarrollo humano. Sólo partiendo de una visión integral, cuyo objetivo primario sea la inclusión y la autorrealización de las personas, con dignidad y en igualdad de condiciones, podremos integrar un sistema económico que sea plenamente sostenible en el largo plazo.
Hace unos días apareció un artículo de Eugenio Herrera Nuño (LJA 06/10/2015), en el cual analizaba un estudio reciente del Foro Económico Mundial, en el que se reflexiona en torno al crecimiento inclusivo e incluyente, como una eficaz vía para hacer frente a la persistente desigualdad. Sin duda es un tema que nos convoca a continuar ampliando el diálogo, a fin de contribuir a perfeccionar las políticas públicas de desarrollo industrial, con una perspectiva integradora y social.
Si la economía reduce a los ciudadanos a consumidores, también limita sus derechos humanos. La igualdad de oportunidades puede apreciarse como una utopía, si el origen o la capacidad de pago son determinantes para tener acceso a la educación, la salud, la seguridad social o a la justicia. Así, una economía que no procure la integración de todas las personas, va en sentido contrario del avance democrático, incluso, pudiera convertirse en antípoda de la civilización.
Una investigación del Fondo Monetario Internacional señala que actualmente “la desigualdad del ingreso es perjudicial para el crecimiento y su sostenibilidad”. Otro documento del Foro Económico Mundial indica que “el tamaño actual de la brecha entre ricos y pobres es el más grande que se ha registrado en décadas en los países avanzados, y la desigualdad también está en aumento en los principales mercados emergentes”. Surge un nuevo consenso: la desigualdad y la actual distribución del ingreso inhiben el crecimiento. Si los pobres y las clases medias disminuyen su capacidad de consumo, no sólo su bienestar se reduce, la economía se paraliza. Esta es la consecuencia de la desigualdad, ahondemos en sus causas.
La desigualdad se deriva de múltiples factores. Algunos de ellos tienen que ver con el grado de desarrollo económico alcanzado por los países, y otros no. Los matices internos también son diversos. En México es posible observar zonas con distinto nivel de desarrollo, es decir, aunado al problema de la desigualdad en el ingreso, prevalecen desequilibrios en el crecimiento y el desarrollo a escala regional. Por ejemplo, como lo dio a conocer la OCDE la semana pasada, Aguascalientes excede por mucho el promedio nacional en la mayoría de las dimensiones de bienestar. Aún con muchos retos a superar, las condiciones en el estado contrastan enormemente con los resultados de Guerrero o Chiapas.
Por otro lado, a nivel global, advertimos que la adopción del cambio tecnológico por la economía demanda mayor personal calificado, y los procesos de automatización reducen el acceso al empleo de las personas con menor calificación técnica. El abandono de las áreas rurales y la migración por falta de oportunidades también es otro factor. La disminución de elementos de equilibrio y regulación de la economía, así como la pérdida de poder de los grupos sindicales, son componentes que han profundizado la desigualdad a nivel global.
Además, el modelo de globalización económica, si bien alberga importantes activos para el desarrollo de las naciones -indispensables de ponderar para readaptar-, también ha contribuido a generar condiciones de inequidad y exclusión. La centralidad en la productividad, la eficacia y la competitividad, han hecho del componente humano un insumo más, y no el destinatario del desarrollo. Este escenario demanda acciones multilaterales y corresponsables.
Ahora bien, al interior de las naciones en desarrollo, como México, ¿qué es necesario hacer para crecer con inclusión? Es fundamental consolidar una política industrial que fortalezca el crecimiento local, diversifique su marco de acción y aproveche las ventajas de una economía abierta al mundo. Cerrarnos sería limitar nuestras oportunidades. Hay que participar en las cadenas productivas existentes, pero además, habrá que generar las condiciones para crear las propias. Me explico. Atraer empresas multinacionales es la vía más común, en las economías en desarrollo, para participar en el mercado global. Pero hay otras rutas complementarias: internacionalizar las empresas locales, impulsar el campo, agregar valor a los productos del sector primario e integrar centros regionales de servicios.
Por ello, para lograr un crecimiento inclusivo e incluyente tenemos que consolidar una política industrial participativa y sustentable, con enfoque integral y visión de largo plazo. A nivel nacional, y particularmente en Aguascalientes, buscamos seguir avanzando por este sendero. De ahí la importancia de dar pasos claros y certeros hacia la economía del conocimiento, para ser generadores y difusores de tecnologías y saberes. Es vital educar, elevar los niveles de capacitación y certificación, mejorar y ampliar el acceso al financiamiento del sector productivo, generar incentivos vinculantes, impulsar las energías verdes, robustecer las capacidades y alcances de los clústeres productivos, y en general, allanar a nuestras Pymes el camino a la internacionalización.
No debemos olvidar algo. De acuerdo a un reciente estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), organismo de la ONU, la región tiene que desligarse de “los dogmas neoliberales que siguen pregonando que la mejor política industrial es la que no existe y que el instrumento más idóneo para asignar recursos orientados al mediano y largo plazo es el mercado”. Hay que derribar este mito democratizando la economía.