Es padre tener un dineral y poder comprarse una casa en el centro, digamos en Allende, cerquita del Ciela Fraguas, y restaurarla y decorarla como se debe. Esto, por supuesto, no me consta (¿hay en México escritores ricos, o sólo ricos que son escritores?), y por lo mismo no he tenido chance de mandarme a hacer una vajilla de mayólica de Aguascalientes, que no es que sea súper caro, pero por ahora sólo me alcanza para invitarle un café a Iván Puga González, el único ceramista que conozco que se dedica a fabricar estas piezas de loza esmaltada como si estuviéramos en el XIX (siglo pujante para la mayólica aguascalentense, afamada en el país entero, casi tanto como la talavera de Puebla), pero también con diseños actuales. “Para mí la mayólica es igual a movimiento”, me cuenta en el Codo, antigua callejuela de Saturnino Herrán y Eduardo J. Correa, a la vez que mi amiga Irene Coronado y yo le hacemos mil preguntas: que qué distingue a esta cerámica de la de Guanajuato, que desde cuándo se tienen noticias de la mayólica en la ciudad, que si se puede vivir de eso (que sí), que si no le interesa la producción industrial (que no, que él es más como un sastre), que qué opina de que la hermosa calle de Carranza se esté convirtiendo en la horrorosa calle de Carranza con tanto antro del demonio.
La primera vez que me entero de la interesante mayólica de Aguascalientes es a través de esa Artes de México noventera que muchos tenemos arrumbada por ahí. Luego Irene me dice que su mamá conoció a un tal maestro Zertuche, que era familiar de un don Juan, que tenía un taller grande en la calle de Larreategui, que suena a latigazo y a ya la regué, y yo no sé si ya la regué al no escribir Larreátegui. Pero al parecer ya no quedan grandes talleres en la ciudad, así que se me ocurre mandar un e-mail al Centro de Artes y Oficios, y así doy con Iván, de treinta y tres años, lentes bonitos y oriundo de Pabellón de Arteaga, aunque se la vive en el centro de la capital, en donde ha aprendido a reconocer cerámica de Aguascalientes por todos lados: la fachada del Palacio de Gobierno, las torres de la Catedral, unas casas en San Marcos, etcétera. Nuestro nuevo cuate, egresado de la Universidad de las Artes, es un entusiasta de esta técnica que hizo célebre al barrio de Guadalupe y que sin embargo hoy pocos pelan. Pero él no se queja: mejor se pone a trabajar y sueña con llegar a tener aprendices y más clientes, e incluso con que se abra un museo. Y que la ciudad consiga una denominación de origen, lo cual significaría un interesante atractivo económico y turístico para el estado. Pero las autoridades no se han preocupado ni por el deshilado, así que úchala.
Hay que buscar a Iván ([email protected]), corazón de mayólica, pero no para invitarle un café en el Codo, no hay que ser codo, sino para encargarle unas piezas que engalanen la casa de uno o la de un amigo o familiar querido y de paso preguntarle cómo es exactamente esta loza que irresponsablemente no he descrito en el texto.