Desde Panamá. Nos encontramos participando en el Congreso Internacional de Ética y Terapia organizado por la Sociedad Panameña de Psicoterapia. En una de las mesas de discusión tuvimos una amable conversación con profesionales de Argentina, Venezuela y Panamá sobre un tema muy delicado en el ejercicio de la psicología clínica ¿Cuál deberá ser el comportamiento de un psicoterapeuta cuando el paciente que se sienta frente a él es además un delincuente? ¿Está obligado a denunciarlo o su compromiso es atenderlo? Veamos algunos ejemplos, imagine usted que el paciente que está en consulta le confiesa a su psicólogo o médico que es un maltratador, que golpea a su esposa e hijos. El hombre como enfermo mental busca ayuda para resolver su conflicto, pero mientras lo corrige, continúa golpeando a su mujer. Ahora pasemos a un caso más complicado, el paciente manifiesta que es un consumidor de cocaína, metanfetamina o cristal. Solo que su trabajo es ser conductor de un transporte público y evidentemente pone en riesgo la vida de sus pasajeros, todos los días. Pero lo haremos todavía más difícil, el enfermo que busca la ayuda del terapeuta acepta que es un vendedor y distribuidor de drogas. Como suele suceder, para conseguir clientes se dedica a inducir al consumo a personas que no son adictos. Y además suele elegir su clientela entre jóvenes estudiantes de secundaria. Su conducta es claramente delictiva, pero él está buscando ayuda para dejar de serlo. Todavía podemos encontrar casos más terribles, cuando el paciente se denuncia a sí mismo como un abusador sexual de niños. Le comunica al terapeuta que ha estado dañando a varios niños, que lo sigue haciendo en ese momento y que no puede detenerse. Busca el auxilio para dejar de hacerlo, pero acepta que no lo ha conseguido y mientras tanto, sigue dañando a los pequeños. El código ético es claro, pero no contundente, el terapeuta deberá dirigir sus esfuerzos a convencer al paciente que su conducta es patológica y ambos habrán de trabajar en que suspenda sus acciones. Pero mientras tanto, aún cuando el enfermo siga cometiendo sus delitos, el terapeuta no puede denunciarlo. Porque lo dicho en el consultorio es secreto profesional. ¿Y sabe usted qué es lo más grave del tema? Que no tenemos leyes al respecto. No existe una legislación que defina si el terapeuta que se entera del comportamiento delictivo de su paciente y calla, adquiere la categoría de cómplice. Tampoco existe un código que establezca lo que el terapeuta debe hacer. Existen vacíos incomprensibles, por ejemplo, si un paciente llega a un servicio de urgencias de un hospital con herida por proyectil de arma de fuego, el médico está obligado a dar aviso al Ministerio Público. No importa si fue accidental o resultado de una agresión. Sin embargo, cuando un suicida es rescatado porque se le hizo un lavado gástrico o se le suturan las heridas de las muñecas, el médico no está obligado a denunciarlo por intento de homicidio, aunque lo es. Todavía más complejo, si en consulta una persona le comparte a su terapeuta que se siente muy arrepentido porque cometió un homicidio hace varios años, pero nunca se le hicieron cargos porque nunca se supo que fue el culpable, el tratante no puede denunciarlo. En conciencia, está ante un secreto de confesión y no debe traicionar la confianza de su paciente. Habrá de hacer lo necesario para convencerlo de que confiese ante las autoridades, pero su labor más importante no será esa, sino ayudarle a resanar su culpa. Las asociaciones y colegios profesionales de psicoterapeutas, psiquiatras y psicólogos tienen una tarea pendiente, legislar al respecto. O siguiendo los lineamientos adecuados, solicitar y asesorar a los diputados para que lo hagan. Existe una Ley Estatal de Salud aunque no cuenta con un apartado sobre Salud Mental. Ahí hay una labor por realizar, para bienestar de todos.