Pasaron 54 años desde el rompimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba. El acercamiento parecía distante, alejado del corto plazo. En pleno siglo XXI, la Guerra Fría conservaba su último aliento, sus estertores circundaban a una pequeña porción de tierra en el mar Caribe. Tanto en la isla como en la superpotencia, había fuerzas que endurecían posturas y construían nuevos muros del desencuentro; barreras infranqueables que imposibilitaban la proximidad. Sin embargo, pese a todos los obstáculos, ocurrió el acercamiento.
Ambos países tomaron la importante decisión política de avanzar mediante el diálogo, basado especialmente en el mutuo respeto y la igualdad, para favorecer una convivencia civilizada. De esta forma fue posible hacer a un lado las diferencias, para que estas naciones pudieran transitar por el terreno de las coincidencias.
“El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de tercera guerra mundial por etapas que estamos viviendo”, dijo el papa Francisco hace unos días en Cuba. Es un auténtico motivo de esperanza, “un signo de la victoria de la cultura del encuentro, del diálogo”, señaló el obispo de Roma.
Días después, en el Congreso de los Estados Unidos, el papa indicó que “un pueblo con alma puede pasar por muchas encrucijadas, tensiones y conflictos, pero logra siempre encontrar los recursos para salir adelante y hacerlo con dignidad”. Y fue categórico al señalar que “copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar”. Por lo que, al hablar de la responsabilidad de los servidores públicos, mencionó: “nuestro trabajo se centra en devolver la esperanza, corregir las injusticias, mantener la fe en los compromisos, promoviendo así la recuperación de las personas y de los pueblos”.
Pero la agenda de Jorge Bergoglio es más vasta. Se ha asumido como un legítimo liderazgo ético, que en el ámbito global aboga por los excluidos y los descartados de las oportunidades, que ahonda con profundidad en el desafío del desarrollo sustentable y nos llama al cuidado del planeta, nuestra casa común. Conoce bien la complejidad de los retos sociales, económicos y medioambientales que enfrentamos en el mundo. Sabe que sin generosidad, sin disposición, sin trabajo y compromiso, no hay cambio posible. Por ello señala: “construir un futuro de libertad exige amor al bien común y colaboración con un espíritu de subsidiaridad y solidaridad”.
Con cierta frecuencia se ha querido etiquetar de populista su postura acerca de la creciente desigualdad y las perversiones de una economía al servicio del dinero y no de las personas. Pero la voz del Papa no está sola en el desierto. Su crítica al sistema económico, coincide en múltiples aspectos con algunos de los más prestigiados economistas, como Amartya Sen, Joseph Stiglitz, Paul Krugman y Thomas Piketty, por mencionar a algunos. Entre ellos existe un consenso: la economía actual enriquece más a los ricos y empobrece más a los pobres, es insostenible en el largo plazo. De ahí que sea imperativo que la economía tenga como centro la vida comunitaria, ya que, como señaló Francisco I, “la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común”.
Considero que desplegar y hacer trascender una cultura del encuentro es esencial para el desarrollo social desde una perspectiva democrática. Como indicó el prelado en este emblemático viaje: “se nos pide tener el coraje y usar nuestra inteligencia para resolver las crisis geopolíticas y económicas que abundan hoy”. Y al convocarnos a edificar un mundo más solidario, nos dice: “toda actividad política debe servir y promover el bien de la persona humana y estar fundada en el respeto de su dignidad”.
El papa envió mensajes claros. “Cuidémonos de una tentación contemporánea: descartar todo lo que moleste”. Llamó a no olvidar la responsabilidad “de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo”. Haciendo referencia a la encíclica Laudato si, exhortó: “necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”. Y recordó: “un buen político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios”.
Bergoglio fue categórico: “¿por qué las armas letales son vendidas a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad?”. La respuesta fue determinante: “es simplemente por dinero; un dinero impregnado de sangre”. Este es un tema fundamental para preservar la paz, evitar guerras y quitar poder a las organizaciones criminales, que envenenan a la juventud, destruyen el tejido social y cobran la vida de miles de inocentes. Nuestra nación está viviendo de manera trágica esta realidad. Por ello, su voz es la de miles de familias mexicanas víctimas del crimen y la violencia. Por lo que advirtió: “frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas”.
El papa Francisco llama a “combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema económico”. Ninguna manifestación de violencia se justifica, por lo que convoca a oponerse al “reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos…, en justos y pecadores”. La realidad humana y social es mucho más compleja que eso, no la distorsionemos ni por razones ideológicas, y, mucho menos, por proyectos políticos personales. Asumir esta problemática, a escala nacional y global, es responsabilidad compartida.