Enrique Vila-Matas: la centralidad de lo excéntrico / Extravíos - LJA Aguascalientes
16/11/2024

La Real Academia Española ofrece diversas aceptaciones de la voz excéntrico. Como adjetivo: “De carácter raro, extravagante”; en su sentido geométrico: “Que está fuera del centro, o que tiene un centro diferente.” En su sentido mecánico, la excentricidad se entiende como una “Pieza que gira alrededor de un punto que no es su centro geométrico. Tiene por objeto transformar el movimiento circular continuo en rectilíneo alternativo”. Otra aceptación establece: excéntrico es el “Artista de circo que busca efectos cómicos por medio de ejercicios extraños y que, generalmente, toca varios instrumentos musicales.”

La obra de Enrique Vila-Matas se corresponde a estas definiciones. Sus libros, en especial sus novelas y relatos, son, en efecto raros en el sentido que Rubén Darío dio al término en 1893 y que poco más de un siglo después, en 1985, Pere Gimferrer actualiza: “Para Rubén [Darío] lo raro y los raros no podían ser sino lo opuesto a la tradición o lo simplemente ajeno a ella. En tal sentido, lo raro y los raros formaban parte de una estrategia respecto a la tradición; eran fuerzas de choque, catapultas contra las murallas desconchadas de la preceptiva.”

Y si, buena parte del atractivo de leer a Vila-Matas deriva de las formas en que desafía una tradición narrativa que habiendo encontrado sus momentos de esplendor en el siglo XVIII y XIX y, de manera esporádica aún en la primera mitad del XX, había ingresado en un periodo de obsolescencia cuando Vila-Matas empieza a publicar a inicios de la década de los setenta del siglo pasado.

Ello no significa, y para seguir con el aserto de Gimferrer, que la estrategia de Vila-Matas haya sido semejante a dar un salto al vació u optar por la orfandad literaria. Lejos de ello lo que en parte singulariza su obra es el modo en que se ha insertando, enriquecedora, en otra tradición narrativa, una tradición que arranca con Cervantes, Sterne y Diderot y que, ya en el siglo XX, continuaron de muy diferentes maneras Walzer, Joyce, Kafka, Roussel, Borges, Calvino, Sebald, Pitol, Aira, entre otros. Esta es la tradición de la que se nutre Vila-Matas, a ella le debe lo mejor de su impulso creativo y su peculiar y muy disfrutable iconoclasta.

En su sentido geométrico, la excentricidad de la narrativa de Vila-Matas no deriva a que carezca propiamente de centro, sino a que su obra es capaz de dotarse de su propio centro o, por decirlo de otro modo, de forjar su propia fuerza gravitacional. Ello se da no en virtud de un más que dudoso apego al fetiche de la originalidad, sino por un suerte de fatalidad creativa que, al tiempo que le obliga a observar una absoluta fidelidad a sus premisas estéticas y éticas, le exige con igual énfasis permanecer abierta a los más inesperados hallazgos, a los más singulares encuentros, a los influjos más raros y misteriosos.

De ahí que un relato o novela de Vila-Matas nunca siga un trayecto lineal o se atenga a un único juego de sentidos y que se asemejen más a una pieza de significados que constantemente gira alrededor de sí misma, no procurando encontrar un centro geométrico ya dado y fijo, sino en búsqueda de su propio manera de acceder al abismo, un abismo que muchas veces está poblado de fantasmas, de probabilidades muertas, y que en no pocas ocasiones no hace sino culminar el tránsito del mal de Montano, ese trayecto que va de la palabra al silencio o bien con el Bartlebyano “prefiero no hacerlo”.

Como artista Vila-Matas, más que efectos cómicos, lo que despliega aquí y allá son una gran variedad de sentidos hilarantes que se apoyan en el uso y mezcla admirable de varios procedimientos y astucias narrativas. Se trata no sólo de una sabia disolución de géneros -entre sus páginas es del todo irrelevante la distinción entre ficción y realidad, entre narrativa, ensayo, introspección, memoria- sino también a que la ironía, el humor (borgeano para más señas) preside esta lúcida Ars combinatoria.

Con el otorgamiento a Vila-Matas del Premio FIL de Literatura se ha reconocido no sólo la excelencia de un escritor, sino, sobre todo, la lúcida centralidad que tiene hoy en la lengua española -y no sólo en ella, por cierto- una obra que se distingue por la notable y noble excentricidad con que ha recorrido- renovándolos, enriqueciéndolos y siempre al borde del abismo, al borde de la paradoja-los senderos de una tradición literaria que no ha dejado de fecundar lo mejor de la literatura universal desde 1605.  

 



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