El hombre imagen del Observador / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
24/11/2024

El universo visto bajo la dimensión ínfima de lo cuántico o de la dimensión macro de las megaformaciones estelares y del espacio desdoblado casi al infinito, nos lleva inexorablemente al planteamiento de un Observador que, necesariamente no está dentro de sí, porque entonces sería parte de su totalidad y en fuerza de ello no podría observarlo, ni puede estar totalmente fuera de sí, porque entonces no lo reconocería. Lo que nos lleva a pensar que el Universo no es una totalidad cerrada, sino un ente abierto, en expansión y en constante mutación. Este dilema del conocimiento humano, dígase también conciencia humana, nos lleva a postular la posibilidad del ser espiritual, que la ciencia lo asume bajo el concepto del Observador.

Es así como continúo y retomo la propuesta que nos hizo Germán Castro, al evocarnos la voz de científicos teóricos y experimentales que afirman rotundamente la inutilidad de la religión o la postulación de un dios que crea al mundo y que dirige el destino del hombre. Su observación histórica, psicológica, noética y política los lleva a declarar de una vez por todas, la perversión moral al tiempo que la inutilidad funcional -para la subsistencia y la procreación- del fenómeno religioso para la humanidad. Constataciones que yo asumo como válidas o incontrastables en el campo específico en que son evidenciadas y juzgadas; pero, de las que yo distingo la posibilidad de que tal fenómeno religioso desde los albores de la humanidad, apunte a una realidad “exterior” -a la energía, masa, espacio, tiempo, velocidad o gravedad- y que apunta por tanto a una realidad inédita en este universo material, la realidad del Espíritu. Y esto sólo merece reevaluar el sentido de apertura a la espiritualidad, sin duda excéntrica a la materia. Retomemos nuestra reflexión.

Quedamos que sería inadecuado hacer una interpolación según la cual, el descrédito del comportamiento religioso de prácticamente todas las etnias que pueblan la Tierra, precisamente por su inveterado etnocentrismo, haga conclusivo la expulsión de la religión fuera del mundo terrícola, a fuer de su emancipación y liberación de un gusto por invocar lo irracional -el hecho religioso-, como forma de justificación inteligente y ética. También resulta para esta discursiva científica, inaceptable la postulación de un dios creador y manipulador del destino humano, bajo el razonamiento de que los hechos histórico-sociales tal como son constatados por el método científico, hacen irrelevante su postulación o su supuesta intervención. Ergo, no hay dios ni hay quien conduzca el destino humano.

El hecho de reivindicar la posibilidad de la exterioridad ontológica de un ser que resista el supuesto de no estar encapsulado en la realidad física experimental, quedaría supeditado a la posibilidad óntica de existir (ek-sistere= subsistir afuera de…) más allá de las coordenadas del tiempo y del espacio. Y recordemos que la existencia supone la esencia, aquello por lo que un ser es lo que es, su calidad ontológica. El simple planteamiento de este supuesto es capaz de ponernos en la ruta de pensar que es viable una alternativa según la cual un ente espiritual -llamado así por convenio intelectual- pueda venir a hacerse presente en este campo hipotético que damos por llamar la realidad.

En pocas palabras, si pudiésemos otorgarle al “ente espiritual” una calidad de real, y no de ficticio o de hipotético. Entonces, este asentimiento mental, aportaría el sustrato de su calidad ontológica como “real”. Este convenio inteligente no es posible sino mediante una extrapolación científica, con fundamento epistemológico, en aquello que asentimos como razonable, aceptando desde luego que estamos en presencia de un “salto metodológico”, pero que no es discordante ni con la lógica inferencial que estamos usando, ni con la coherencia de los principios epistemológicos racionalmente fundados, ni con la consistencia de las condiciones de posibilidad de que un tal “ente espiritual” adquiera la calidad óntica de ser real. Si podemos convenir que esta argumentación es plausible y razonable, entonces podemos declarar mediante un juicio raciocinante -con fundamento en la verosimilitud gnoseológica- que tal sujeto/objeto tiene eso que podemos definir como una centralidad espiritual propia.

Este proceso de inferencia tiene eco en la investigación física, cosmológica y astronómica en el concepto del “observador”. Nos referimos a la paradoja planteada como El gato de Schrödinger. “Como el Dios bíblico respecto a la humanidad, Schródinger se arrepiente de su gato después de haberlo creado. Erwin Schrödinger suelta un gato burlón que deja perplejo a los que lo tratan de conocer. Aparentemente la idea primitiva de la realidad cuántica no tiene sentido en el macrocosmos. Nuestro mundo ordinario no está atado a la subjetividad de un observador que crea la realidad de su vida. La paradoja del “gato en la caja” según la llaman, supone un gato encerrado en una caja, junto a una vasijita de cristal muy fino susceptible a quebrarse en cualquier momento y el cual contiene un veneno fulminante. El asunto está en adivinar, una vez cerrada herméticamente la cajita con el gato adentro, si el gato está vivo o muerto sin abrir la caja. Ello se debe a que una vez se abra la caja el observador “ve” la realidad: o bien el gato está muerto o vivo. (Fuente: Néstor Molina. Mística en la Física. Teoría N y la Tercera Materia. Plaza y Valdés Editores. 12. Conceptos Teóricos del Microcosmos.y Notas Preliminares en la tercera materia. Pp. 177ss).

-¿Cómo está el gato mientras se encuentra dentro de la caja sin ser observado? La realidad debe ser una y no dos, y debe ser un resultado de la vida propia del gato, de aquello que no pertenece a la realidad del observador. ¿Existe la luna aunque no se vea? ¿Es el observador el que hace que el universo exista? Generalmente se cree que la “realidad” cuántica altera el sistema con la presencia del medidor, es decir, del observador. -El concepto de “observador” se amplía para abarcar el campo de un sistema sin totalidad, compuesto de paquetitos de conciencias. La conciencia es el acto de observar y ser observado simultáneamente (Opus cit. Ut supra).

La enseñanza a que nos conduce esta paradoja consiste, en primer lugar en entender que el hecho de observar o conocer construye en realidad un sistema: el objeto conocido y el sujeto que conoce, que juntos forman una totalidad, no pueden entenderse el uno sin el otro. Pero, en el momento en que me desvinculo de esa totalidad, el objeto que observo es lo que es en ese momento, sin la interferencia de mi pensamiento, que por cierto lo trae a la existencia, desde mi punto de vista cognoscitivo. En este sentido, yo creo al objeto cognoscible en la medida que lo pienso, pero tal aprehensión mental, cesa en tanto dicho objeto sale “de mi totalidad” en que lo he circundado. Es lo que es y no la continuidad de mi yo que piensa.

Lo que traído al campo de nuestra reflexión, equivale a decir que el fenómeno religioso, así como el supuesto ser espiritual, constituyen entes observables allí afuera en el Universo, que no agotan ni su realidad ni su ser a causa de nuestros pensamientos acerca de ellos, juzgar su inexistencia o su futilidad en función de mi o nuestra subsistencia es plausible en la medida que producen constataciones negativas irrefutables. Lo que es razonablemente explicable. Sin embargo, no podemos ni totalizarlos en nuestro pensamiento, ni convertirlos en absolutos, para darles el crédito de ser o no ser. Hay otras alternativas para asentir la importancia de que sean, desde otro punto de vista, es decir extrapolando sus posibilidades tanto ontológicas, como noéticas y como bioéticas. En este enfoque estriba la diferencia. Agradezco a Germán Castro la oportunidad y valor de su sugerencia, para ejercer este gran instrumento que es deliberar. Vía cierta de futuro.


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