El historiador francés León Bloy revela el alma de Napoleón Bonaparte - LJA Aguascalientes
21/11/2024

  • Describe en un libro emblemático la trayectoria del soldado que se convierte en amo, luego en emperador de occidente y arrastra a toda Europa a la guerra, en medio de sus angustias y terrores personales
  • El título es publicado por el Conaculta en su colección Cien del Mundo

El alma es a dos tiempos un ático y un sótano. La muchas veces insondable compañera que parece hablar un lenguaje en el volumen del suspiro, sube y baja por esa estructura que el ser es volviéndose enigmática en su continuo metamorfoseo. Agregado a esto se halla el misterio de su recorrido, el alma es un dinamismo al que perseguimos a lo largo de sus edades.

Los biógrafos se abalanzan sobre la voz de los sucesos, los historiadores tras el desciframiento del panorama de los hechos. Aproximarse al alma demanda otros utensilios, la meditada reflexión, la honda introspección cercando las acciones y la poesía, son los tres elementos que Léon Bloy eligió para  su libro El alma de Napoleón, traducido por Aurelio Garzón del Camino y editado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en la colección Cien del Mundo.

Muy joven, el escritor confiesa, sintió la pasión ante la incertidumbre de la identidad de las personas. Es esta la señal que distingue al héroe, que parte siendo un misterio para sí acompañado probablemente de una intuición, y que por su condición de solitario así permanece para el resto. Ese rasgo, inconfundiblemente trágico, acompañó la gloria de Napoleón. Con franco entusiasmo, colmado de nostalgia y con poética delicadeza, León Bloy atraviesa sin desgarrar el enigma de: “Este soldado que se convierte en el amo. Se vuelve el emperador de occidente. Le obedecen seiscientos mil guerreros a los que no es posible vencer y que lo adoran. Hace lo que quiere, renueva como le place la faz de la tierra, que recuerda haber sido veinticinco años antes, subteniente de Artillería, no haber poseído ni un centavo y que hoy arrastra veinte pueblos a la conquista de Oriente”.

¿Cómo estructurar un recorrido a lo largo de la historia a partir de la sustancia que la anima? León Bloy orquesta impecablemente los eventos que hicieron de Bonaparte el general más glorioso de la historia con el tempo de las edades de su  alma. Comienza su relato rescatando el perfil de la misma: “Su propia alma, triste o jubilosa, sombría como los abismos o torturada por la luz, su alma inconstante o desesperada que le decía siempre: ‘Estás solo, oh Napoleón, eternamente solo’. La certeza de esa alma única fue el origen de su fuerza, por ella pudo dirigir a hombres haciéndoles vislumbrar y vivir la grandeza, y de esa misma magnitud fueron sus errores. Sus inmensas victorias engendraron las catastróficas derrotas. En él se congregaron, afirma el poeta francés, las almas de quienes lo antecedieron en el poder, fue la suma esplendorosa y espeluznante de todos ellas.

Avanzó su mano para hacerse del globo simbólico en el golpe de Estado que fue el 18 brumario, ahí dio inicio su camino de emperador, alentado por el pueblo y su ejército, y fue también el principio de la angustia. Comprendió su papel, que delante sólo le esperaba continuar el ascenso, porque nunca hubo una victoria definitiva, y eso comprometía la vida de sus batallones, aguijoneaba la necesidad de sumar sin descanso hombres a su ofensiva; ese peso, cuenta Léon Bloy, le hacía gritar durante el sueño. Visiones y pesadillas se mezclaban en los momentos de reposo, en ellos podía ver lo que la batalla misma le impedía: la grandeza de su propio destino y el desastre infinito de su caída. Entonces volvían las escenas de batallones arrasados por la metralla, los veinte mil muertos y treinta mil heridos que alimentarían al vencedor, las almas flotando en ese campo, rodeándolo y por las que no había tiempo de llorar.

En el capítulo titulado El globo, León Bloy cita el libro Napoleón et Alexandre, de Vendal, para ilustrar el ceremonial napoleónico en Dresde en 1812, los soberanos se reunían en la noche, uno a uno eran anunciados por sus títulos, cuando todos esos nombres y cargos habían resonado a través de los salones: “el amo podía venir. Entonces, tras un ligero intervalo, la puerta abría de nuevo sus dos hojas y el ujier decía simplemente: ¡El emperador!”

El globo imperial en su mano confirmaba que era el alma de Francia, cuando sus soldados morían gritando ¡Viva el emperador! estaban convencidos de que en ese grito se contenía la patria entera. Su adorado jefe era también la promesa de un imperio universal.


En los capítulos: La Tiara, El Cáncer, La Isla Infame y Los Mercenarios, descifra el autor los obstáculos que fueron deteniendo la carrera inmensa de Napoleón. En el primero toca la relación de éste con el papa Pío VII. Embrujado por el general, no podía dejar de admirarlo y eso lo llevó a preferirlo, a amarlo aun cuando éste, en su imparable ímpetu, transgredió las fronteras de los reinos y se declaró emperador de Roma. Pío VII fue secuestrado y llevado de ciudad en ciudad, a su paso por Grenoble se encontraron las dos oposiciones más fuertes: La Santa Sede y España. En ese momento, describe León Bloy, Napoleón, que se encontraba a orillas del Danubio, “sintió quizá pasar una nube. Su estrella palideció”. El alma desmesurada de Napoleón le había llevado al choque de las dos más fuertes realidades, la de Dios y la del César.

Le seguirá España como siguiente enemigo, ese reino que Napoleón deseó reformar porque  sabía que era necesario que expiara el haber arrasado ferozmente pueblos enteros fallando en su misión evangelizadora. Un país rico, pero miserable en su soberbia. La monarquía era una basura para los más iluminados, pero el pueblo era cerrado y receloso y eso decidió la suerte. Ahí, en la batalla de Bailén, ganada por los españoles, Europa entendió que el Coloso no era ya invencible. Apareció con más fuerza la Inglaterra que durante veinte años había intentado abatirlo pagando mercenarios.

Sostiene León Bloy que nadie deseó la paz en Europa más que Napoleón, pues sólo la paz le permitiría instaurar el mundo justo que había concebido, por ello, dice: “No es únicamente la Guardia la que retrocede en Waterloo, es la Belleza de este pobre mundo, es la Gloria, es el Honor mismo”.

León Bloy (1846- 1917) fue un novelista ensayista, historiador y crítico francés. Publicó su primer libro a los 40 años, aplicó los métodos exegéticos sobre todo a  la historia, donde perfiló, según sus palabras, un simbolismo histórico. Publicó artículos de una violencia y severidad tan grandes que la gente reaccionó en su contra. Entre sus obras destacan: El desesperado (1889), La salvación por los judíos (1892), Cuentos descorteses (1895), La mujer pobre (1897), La que llora (1907), La sangre del pobre (1909), El alma de Napoleón (1912) y Exégesis de los lugares comunes (1913).

Con información de Conaculta

 


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