Por Paola Swift Noriega
Colegio de Internacionalistas del estado de Aguascalientes
Aún sin ser atribuido a ninguna organización separatista o algún grupo islámico, el ataque que sufrió Bangkok hace un par de semanas es una señal de que los problemas que ha venido enfrentando el país en los últimos años están lejos de solucionarse. Ya sea que haya sido obra del radicalismo islámico o de aquellos que buscan la independencia del Patani, la última década no ha sido fácil para el pueblo tailandés: Tailandia, que ha tenido 18 golpes de estado desde el fin de la monarquía absoluta en 1932, se encuentra estancada en una crisis política desde hace años; pero es difícil hacer conjeturas en un escenario que reúne a tantos actores.
El conflicto separatista tiene como punto de partida la repartición de tierras a principios de siglo XX, en el que Gran Bretaña, que y el antiguo imperio del Siam dividieron lo que era conocido como el Sultanato de Patani, quedando tres provincias: Yala, Pattani y Narathiwat del lado tailandés. En un país con la inmensa mayoría budista, el 80% de la población de dicho territorio es de religión musulmana y de tradiciones malayas, evidentemente las diferencias no tardaron en aparecer. A falta de un sentido de pertenencia y nacionalidad, surgen grupos separatistas en los años sesenta y setenta que buscaban la autodeterminación. Las décadas que siguieron presentaron altibajos en el diálogo y los procesos de paz, pero a partir del 2004 se desata una nueva ola de violencia, aunque siempre limitada a las provincias fronterizas del sur.
La última iniciativa de paz se ha visto estancada por la crisis política en los últimos dos años; más que la autodeterminación se busca ahora la justicia: en la zona impera la ley marcial desde hace 11 años, y a pesar de los graves abusos a los derechos humanos por parte del ejército, ningún militar ha sido encarcelado.
La disputa se ha mantenido ajena al interés internacional, por lo que podría ser una nueva estrategia para atraer la atención hacia el país asiático; no olvidemos que los movimientos insurgentes del anterior siglo estuvieron apoyados y financiados por países musulmanes a pesar de que los grupos separatistas aseguran que tienen relación alguna con organizaciones terroristas como Al Qaeda o Estado Islámico, puede ser una astuta jugada para desacreditar la causa de la insurgencia.
Las tensiones entre las facciones políticas tampoco pueden ser ignoradas al momento de buscar un culpable. Bangkok ha sido escenario en los últimos años de enfrentamientos entre los grupos de élite cercano a la monarquía y los movimientos populares leales al controversial ex primer ministro, Thanksin Shinawatra; depuesto por el golpe de estado del 2006 por supuesta corrupción, pero que cuenta aún con bastante influencia política. Si bien no son terroristas, los grupos que apoyan al político han hecho de las suyas en repetidas ocasiones desde que fue depuesto del cargo.
La complejidad de la situación es que el país, por más conflictos internos a los que se haya enfrentado, hasta ahora no había sido objeto de un ataque de esta naturaleza; y menos teniendo como objetivo a extranjeros, ni la insurgencia de Patani, ni los adeptos de Shinawatra habían atacado tan directamente a uno de los pilares de la economía tailandesa: el turismo. Las autoridades del país no tienen una tarea fácil; la estabilidad no se ha logrado en un largo periodo de tiempo y tampoco podemos restarle importancia a la expansión del terrorismo internacional como posible móvil del ataque. Queda esperar a que se abra el diálogo con la insurgencia y que como se ha afirmado antes; ésta realmente no tenga vínculos con el fundamentalismo islámico.