Me incorporé a la APC a fines de 1982, recién iniciado el sexenio de Miguel de la Madrid; pero en el primer acto al que asistí me llevé un chasco soberano cuando me enteré de que la APC era un apéndice del PRI al estilo del Partido Popular Socialista, pues lo inauguró ¡un representante del presidente del PRI! Luego de una larga plática con Raúl Moncada en la que me dio toda una cátedra de argumentos teóricos acepté quedarme a colaborar, siempre y cuando fuera en actividades marcadamente cardenistas.
Después de que se burlaron de mí cuando les propuse prepararnos para ganar la presidencia en 1988, con la banderilla en todo lo alto me propuse aterrizar aquél anteproyecto para presentarlo formalmente en la siguiente asamblea. Se trataba de promover, durante todo el sexenio 1982-1988, la movilización nacional de organizaciones políticas y ciudadanos con ideología cardenista mediante la amplia difusión de la obra del presidente Cárdenas y muy especialmente su máxima actuación en la lucha por la conquista de nuestra soberanía nacional que fue la expropiación petrolera, cuyo 50 aniversario se cumpliría, providencialmente, el año electoral de 1988; ambos eran el personaje y el hecho político más importantes para la inmensa mayoría de los mexicanos del siglo XX.
Por razones de las que no quiero acordarme mi propuesta no fue incluida en el orden del día de la asamblea, llegando a la conclusión de que me había equivocado de lugar. Nada me quedaba por hacer allí y aprovechando mi traslado a Toluca renuncié a mi efímera estancia en la APC.
Seguí cultivando, sin embargo, la amistad que encontré en el gran intelectual que era Raúl Moncada, hombre sencillo y noble.
Pasó el primer fatídico sexenio neoliberal y en 1988 Raúl me entregó una invitación para asistir a la celebración cardenista del cincuentenario de la expropiación petrolera en el auditorio de la Marina en Chapultepec. Aquello era, más bien, una ceremonia fúnebre. Aun así, le aseguré que cuatro meses después el pueblo votaría por Cárdenas pero no pensando en Cuauhtémoc sino en su padre y en el 18 de Marzo, por más esfuerzos que el gobierno había hecho por borrar esa fecha de la memoria ciudadana. Incrédulo, me decía ¡qué más quisiera yo!
Pasado el obsceno fraude electoral de 1988, en la siguiente de nuestras reuniones Raúl me preguntó muy intrigado:
–¿Cómo llegaste a tener la certeza desde hace seis años de que las izquierdas podían dominar el escenario electoral?
–Tú si conociste con mayor detalle el plan que elaboré, que se fue cumpliendo posteriormente, aunque sin la participación de la encogida APC.
–Fue como una premonición de lo que iba a ocurrir…
–Tal vez, le contesté, pero no debes perder de vista que mis argumentos, que fueron los mismos que utilicé el día que les di a conocer mi anteproyecto, son claramente lógicos y consistían en trabajar durante todo el sexenio en la unificación solidaria de todas las corrientes de izquierda en el país, lo cual sucedió con y sin la temerosa APC cuando los partidos, grupos y ciudadanos progresistas hicieron posible la integración de la más poderosa de las coaliciones de toda nuestra historia, desembocando en la que se denominó Partido Mexicano Socialista (PMS), que designó como su candidato a Heberto Castillo.
–Pero lo que finalmente prevaleció, repuso Raúl, fue el Frente Democrático Nacional (FDN) que con base en la Corriente Democrática expulsada del PRI, terminó designando a Cuauhtémoc Cárdenas también como su candidato, terminando Heberto Castillo por renunciar para designar a Cuauhtémoc candidato de unidad, de acuerdo con su política de fortalecer las alianzas.
–Esa, a mi juicio, fue una decisión desatinada e inoportuna; un error garrafal cometido a tan solo un mes de las elecciones que provocó inseguridad al agrietar toda la estructura generada en diez años de trabajo de la gran coalición socialista construida después de cinco coaliciones previas y progresivas logradas a base de medidas firmes, inteligentes y certeras. El pueblo ganó la elección porque votó por acto reflejo, pero perdió la confianza necesaria para combatir la nauseabunda manipulación del resultado.
Mi querido amigo Raúl Moncada, finalmente, estuvo de acuerdo conmigo.
Epílogo. A veinticinco años de distancia, vemos que lo que se pudo salvar se quedó en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) creado en 1989, que actualmente vive una situación precaria como consecuencia de sus erráticas dirigencias; otros partidos de izquierda perdieron su registro y otros como el Comunista, que fue el más consistente en la integración de las coaliciones, desapareció. Si Heberto Castillo no hubiera renunciado a su candidatura, es muy probable que la izquierda se hubiera mantenido cohesionada y seguiría ganando batallas; no dispersa como se encuentra ahora, ni México hubiera sido tan fácil pasto del neoliberalismo. Tengo para mí que la derrota de 1988 fue tan profunda como la del movimiento obrero de 1958.
(Continuará)
Aguascalientes, México, América Latina