Aguascalentense ilustre / Jorge Pedro Uribe Llamas en LJA - LJA Aguascalientes
15/11/2024

 

Somos como Zowie Bowie, como Rolan Bolan, hijos de nuestros padres como Lisa Marie.

Hijos de Espanto.

 

“Por el trabajo de mi papá” es la respuesta que doy cada vez que me preguntan por los nueve años que viví en Aguascalientes, ciudad de mezquites, pirules y otras plantas, por ejemplo automotrices. Si lo pienso bien, la frase tiene un sentido profundo: mi papá nos llevó allá para sacarnos adelante por medio de su trabajo, entendido como empleo, pero también como esfuerzo y sacrificio. Igual que tantos otros papases y mamases en aquella buena tierra de cielos claros y semáforos sincronizados. Fue en los noventa, en la época de los nuevos pesos y el gobernador Granados, antes de internet y Altaria, cuando La pasión según Berenice no era una película tan viejita y la Feria de San Marcos era sus tapancos y una reina aventándose del bungee (¿lo seguirán haciendo?).

 

Jorge Sergio Uribe Ugalde ocupó entonces una oficina en la Universidad Bonaterra, y sus hijos, ora desconcertados, ora emocionados, un pupitre en el Encino, el Triana y el Guadalupe. Mi mamá, por su parte, dedicó esos primeros días a desempacar y a preparar amorosamente nuestros lonches escolares (un sándwich de tortilla de huevo, otro de Nutella y un Pepsilindro que sabía a Pepsilindro, todo al interior de una bolsa de Soriana, que nuestra yaya pronunciaba “solana” para enojo de mi hermano; el menú permaneció más o menos igual -un tiempo incluyó deliciosos Mamuts- hasta que entramos a la Universidad: ¡gracias!). La ciudad nos parecía grande; las caras de la gente me llamaban la atención por cobrizas. El fraccionamiento: Bosques del Prado Sur, aunque todo el mundo le decía y sigue diciendo Atrás de Soriana. Tejas, tirol, Interceramic. La calma chicha. A algunos taxistas aún hay que aclararles: “Ahí por la Fátima, ya estando ahí le digo bien”.

 

Pero volvamos con mi papá, que nació en la capital del país y vivió en varios de sus rumbos: la colonia Industrial, la Verónica Anzures, la zona de Taxqueña, el multi de Félix Cuevas, Coyoacán, Mixcoac… También estuvo unos años en Querétaro (donde vio un fantasma), unos meses en Motzorongo (machetes) y una temporada de temporales en Córdoba y Fortín de las Flores (coralillos). Pero yo pienso que su ciudad fue Aguascalientes: en ella echó raíces, hizo amigos de buen corazón y trabajó cantidad para -vuelvo a escribirlo- sacarnos adelante. Por eso digo que Jorge Sergio fue un aguascalentense ilustre, a pesar de que nadie vaya a hacerle una estatua o un busto ni a ponerle su nombre a una calle o colonia. Esas cosas son para las personas famosas, y si una cualidad distinguió a mi papá -he estado tentado a teclear “padre”, pero “papá” es más padre- fue la discreción. Nunca lo escuché hablar mal de nadie, por ejemplo, a no ser por Felipe II y tipos así:”¡Ese hombre era un tonto!”, se quejó hace poco en un restaurante del Vedado. Tanta ruina y desolación lo habrán puesto en ese ánimo habanero.


 

Pero volvamos a Aguascalientes, la de sordas campanas y esquilas subterráneas, a decir de Víctor Sandoval, a quien no muchos parecen recordar en estos días (Fraguas es una hoja en blanco, / la memoria no existe), como tampoco se acuerdan muchos ya de los condoches o la mayólica del barrio de Guadalupe. Sic transit gloria Agüitas. Ahora lo que se ve son marisquerías, pasos a desnivel, cotos finolis y lonas y vallas mil. Desde luego que no siempre fue así, y este escribidor tuvo la fortuna de conocer una ciudad algo distinta (viejito prematuro es) por el trabajo de su papá. Que acaba de morirse, como también se están muriendo los gentiles lectores que han llegado hasta este renglón. Vida: zaguán de la muerte. Todos nos despedimos un poco cada día. Igual que Aguascalientes, que agoniza de sed y un día tendrá que cambiarse el nombre a Calientes (o Maquilacalientes).

 

Sirva este texto lleno de enumeraciones, paréntesis y digresiones (como esa en la que olvidé contar acerca del lonch de un compañerito, Julio, a quien le mandaban un huevo duro, un salero y un Yakult, y nunca un niño tuvo un almuerzo más misterioso) para honrar con gozo y agradecimiento a un señor que era el más guapo, a decir de una adolescente, Irene Coronado, con quien he vivido y bebido Cervantinos y mantenido una hermosa amistad; que formó una familia que lo adora; que todavía en sus últimos días me hizo ver que algunas de mis camisas me quedan chicas; que hizo lo que pudo; que se fue en paz; que tenía un ojo verde y el otro café, aunque varios no se hayan dado cuenta; que ya no vive en Atrás de Soriana, pero sí en el recuerdo de muchos. Recemos por él y por tantos otros aguascalentenses ilustres. Ustedes saben quiénes son.

 

Jorge Pedro Uribe Llamas (Ciudad de México, 1980) estudió Comunicación Medios Masivos en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha colaborado en varios medios de comunicación. En 2014 recibió un Pochteca de Plata de parte de la Secretaría de Turismo del Distrito Federal por su labor como cronista. Es miembro asociado del Seminario de Cultura Mexicana y autor de Amor por la Ciudad de México (Paralelo 21, 2015).

 


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