Descrédito legislativo, responsabilidad definida
Gilberto Carlos Ornelas
El papel y las funciones del Poder Legislativo en una democracia son de la mayor importancia porque se supone que debe ser contrapeso del Ejecutivo, depositario de la representación popular, órgano de control presupuestal y fiscalizador, además de responsable del marco legal del Estado. Por eso es muy grave que su nivel de confiabilidad y credibilidad esté por los suelos, abajo del 20%, según el más reciente Informe-País del INE. Ese deterioro de la imagen de los órganos legislativos termina por impactar la calidad de todo sistema democrático; no es casual que el Latinobarómetro 2015 reporte que en México sólo 18% de la población cree en las bondades de la democracia.
Varios analistas, según nos lo comenta el maestro Noé García Gómez, han venido alertando acerca de la perniciosa tendencia al crecimiento del desprestigio de los órganos parlamentarios ante la opinión pública, fenómeno que, por lo demás, se explica por múltiples factores y todos ellos son imputables a la responsabilidad de los integrantes y liderazgos de los propios colegiados parlamentarios en cualquiera de sus niveles, locales o nacionales.
Uno de esos factores es la poca seriedad con la que se abordan o se evaden los temas de la agenda nacional o local; otro es la opacidad con la que se desenvuelve el quehacer parlamentario. Y sin duda un elemento que históricamente ha minado la credibilidad del legislador es la dudosa independencia que guarda hacia el Poder Ejecutivo.
Lo que una diputada o diputado hace o deja de hacer y manifiesta o calla en la tribuna y en la vida pública es parte esencial de su papel como representante popular y se entiende que también de su carrera política. El problema que resulta criticable es la tendencia a recurrir a una suerte de simulación para lograr simpatía popular, aplauso ciudadano o al menos presencia mediática. Nuestro amigo Noé García comparte el término “Populismo legislativo”, como lo usa Carlos Ugalde, para designar a esa búsqueda de protagonismo y popularidad de muchos de nuestros legisladores. Sin embargo, el concepto de “populismo” en la ciencia política es confuso porque lo mismo se ha usado para calificar propuestas y liderazgos nacionalistas, progresistas, izquierdistas, estatistas y hasta patriotismos fascistoides. Por ello, sería mejor hablar de “frivolidad parlamentaria”, de la que hay ejemplos tanto en el ámbito local como nacional. Tal vez el más destacado de la historia reciente sea la prohibición del uso de animales en los circos, lo que además fue un acto de prestidigitación legislativa: afectó sin miramientos a los empresarios cirqueros evitando tocar a los poderosos intereses que hay detrás de las peleas de gallos, corridas de toros, carreras de caballos y otros. Y hay muchos más de autoría individual de diputados o diputadas que buscan reflectores para sus planes presentes y futuros.
La “ocurrencia” o la frivolidad en la tribuna posiblemente sea un ingrediente de la vida parlamentaria, aunque su efectividad y persistencia existe en proporción inversa a la madurez de nuestra democracia y la calidad de nuestra ciudadanía. Afortunadamente, cada día la ciudadanía aprende a diferenciar la auténtica combatividad legislativa, que aunque excepcional, sí existe, de la simulación efectista. Con la maduración cívica, una propuesta locuaz sólo conseguirá sonoras trompetillas desaprobatorias de parte del respetable.
Lo más grave de la frivolidad parlamentaria no radica en el protagonismo individual, que en todo caso, hace que algunos legisladores, queriendo ser figurones acaben siendo figurines, sino en los resultados legislativos y hasta políticos que deterioran la calidad de nuestra democracia por falta de atención, voluntad política, análisis y congruencia en la creación y modificación de nuestras leyes. Ahí está el caso de las candidaturas independientes: todos los partidos y liderazgos políticos juran y perjuran que fortalecerán esa figura y, sin embargo, con ominosa unanimidad aprueban en el Código Electoral para el Estado, candados del tamaño del miedo para tratar de impedir la competencia a los ungidos de los partidos por los cargos de representación popular. También está el caso de las leyes de ingresos y presupuestos de egresos: partidos y legisladores hablan de austeridad, de obligada disciplina y de fortalecer las necesidades básicas, pero año con año se repiten las ofensivas cifras para gastos de propaganda oficial y sueldos de la alta burocracia al mismo tiempo que se regatea la inversión para garantizar el derecho a la salud y a la educación, aún implementando mecanismos recaudatorios cada vez más avaros y leoninos para la población y los contribuyentes. No olvidemos el abandono de la legislación de los nuevos derechos sociales como la pensión universal, seguro de desempleo, beca-salario universal y seguridad social universal, temas que, no obstante han sido ganados en el debate nacional, se evade su legislación particular por conservadurismo político. Tema aparte y preocupante es la abdicación local a las funciones de control de la fiscalización del gasto público, cuando la figura creada exprofeso para ello, la Unidad de Evaluación y Control (UEC), ha sido letra muerta desde su creación.
Si queremos que la democracia mexicana madure y se consolide, es imprescindible que nuestro Poder Legislativo crezca en calidad y madure políticamente, más aún cuando la ruta de un nuevo y mejor modelo político pasará por la vía parlamentaria. La frivolidad en los órganos legislativos es perniciosa, no sólo por la búsqueda de las candilejas y el protagonismo de legisladores, que a falta de asesoría y congruencia se refugian en la ocurrencia simplista, sino también porque han venido evitando su independencia política, sus funciones de control y contrapeso y evadiendo la necesidad de legislar para garantizar las nuevas libertades personales, los nuevos derechos sociales y resolver los graves problemas que hoy por hoy se derivan de la enorme brecha de desigualdad.
El protagonismo y hasta la frivolidad en los parlamentos dependen de la calidad y la responsabilidad de cada legislador, en su momento la ciudadanía lo sancionará. Lo grave y por lo tanto criticable es que por esas actitudes, los órganos legislativos sigan en la pendiente del deterioro y el descrédito, justo cuando la situación reclama poderes legislativos serios, transparentes, independientes y comprometidos.
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Populismo legislativo
Noé García Gómez
Uno de los órganos más desprestigiados y de los cargos públicos con mayor desaprobación es el Poder Legislativo y los legisladores respectivamente, ya sean senadores, diputados federales o locales, la ciudadanía los ubica como sinónimo de derrochadores, faltos de ideas, poco preparados, fanfarrones y flojos. Un órgano fundamental en la construcción de un Estado Nación, un colectivo que tendría que ser un real contrapeso en la separación de poderes se ha ido desprestigiando por la mayoría de los que han integrado e integran las Cámaras y Congresos Estatales.
Ante esas incompetencias y excesos, como todo ser vivo, los legisladores buscan mecanismos de sobrevivencia que ayuden a ocultar sus debilidades. Ahí es donde emerge la ocurrencia, la idea simplona, la salida ingeniosa, convirtiéndolas en puntos de acuerdo e iniciativas de ley, esto puede catalogarse como populismo legislativo.
Ofrecer soluciones mágicas para buscar el aplauso fácil y algunas notas mediáticas sin solucionar los problemas de fondo es en lo que consiste el populismo. Carlos Ugalde lo compara con los productos milagros “Muy parecido a las ofertas de perder peso en 30 días sin dieta ni ejercicio.”
El populismo legislativo es algo que está corroyendo a las legislaturas mexicanas. Políticos que llegan a un cargo legislativo, buscan sembrar ocurrencias para cosechar popularidad o quedar bien con grupos de fans de causas leoninas, por medio de una legislación absurda, errática, costosa, que no beneficia al colectivo y que muchas veces afecta derechos de terceros, para esto se requiere ser cínico o ignorante, la mayoría de las veces es una mezcla de ambas.
Podemos destacar cuatro herramientas del populismo legislativo:
El posicionamiento en tribuna: herramienta utilizada sobre todo por los políticos histriónicos donde suben a posicionar algún tema ya sea muy local (un problema de la colonia de su municipio), local (el estado), nacional o internacional, en concreto el tema que consideran de moda entre la gente, diarios y medios, ese seguramente estará en su agenda de la sesión, ya sea por intereses partidistas y electorales o para golpear a algún adversario. No es necesario que lo voten, cumple su objetivo el aprovechar los reflectores.
Puntos de acuerdo: donde se realizan desde peticiones (obra pública, como que pavimenten las calles de mi barrio, hasta un paso a desnivel que no lo dicen pero es el camino a su casa), recomendaciones (para dependencias y funcionarios que tomen en cuenta tal o cual propuesta, como “que los diputados asistan en bicicleta los martes”, que dicho sea de paso ni los impulsores del punto de acuerdo lo han cumplido, para muestra el Día Mundial sin Auto, llegaron en sus flamantes autos), exhortos (que dejen de hacer o cumpla alguno órgano o dependencia) o exigencias (desde renuncias, comparecencias y lo que se acumule); pero como las llamas a misas, les hace caso quien quiere.
Cantinfleo legislativo: en el posicionamiento en tribuna para la aprobación de la ley es donde los diputados tratan de justificar su voto (a favor, en contra o abstención), suben con un enérgico discurso que pareciera estar en contra del punto en cuestión, pero ¡oh sorpresa! Con la mano semiflexionada, arropados por su enorme asiento, votan a favor o viceversa. También usan la argucia de abandonar la sesión (para que el aliado oculto alcance la mayoría), o votar a favor en lo general (el aliado oculto alcance las 2/3 partes) y “dar la batalla” en lo particular (donde con la mayoría simple perderá las votaciones previamente pactadas), así busca quedar bien ante sus fans y mejor con el poder en turno.
Iniciativas de ley: el más peligroso de todos, una ocurrencia hecha iniciativa y con las condiciones propicias corre el riesgo que se apruebe, ¿el ejemplo más claro a nivel federal? Circo sin animales, poco les preocupó la actividad económica de los cirqueros; y mucho menos pensaron en qué hacer con todos esos animales que estaban a cargo de los circos y ya no le serían funcionales; no investigaron si algunos cirqueros cumplían con normas y estándares internacionales del cuidado de animales; ni pensaron en los niños de comunidades que su única oportunidad de conocer distintas especies era ese espectáculo. Se aprobó la ley y el problemón lo dejaron para los cirqueros y el Ejecutivo, hoy los animales se están muriendo por falta de atención y se contempla la construcción de un costoso santuario que para el día de su apertura pocos son los animales que quedarán.
Aguascalientes no es la excepción y vemos desde prohibir el cobro de estacionamientos en centros comerciales, regular temas federales (consumo de mariguana) o nuevamente un cantinfleo, aprobar algo en materia constitucional como elevar el mínimo para asignar RP al 3% y en el Código contradecirse bajándolo al 2.5. Eso es su prioridad, engrosando así la agenda legislativa y sólo ocasionando obesidad, que posterga la discusión de temas esenciales.
Todo en pos del interés personal e inmediatista. La ocurrencia convertida en trabajo legislativo hay que ponerle atención y retomarlo con seriedad, ya que tiene cargo al erario, el especialista en mejora regulatoria César Córdova-Novio dice: “una mala regulación que implique costos para el gobierno y la sociedad más que beneficios es un tipo de corrupción”, estamos acostumbrados a que los diputados no rindan cuentas, pero un pequeño texto puede ser tan costoso como una mala obra ejecutada, hoy en día la única herramienta que tiene el ciudadano para sancionar el mal trabajo legislativo es el voto.
Hay que reconocer que no todos los legisladores caen en esta categoría, hay quienes se preparan o son conscientes de sus limitaciones y se rodean de asesores o empresas profesionales que los apoyan, lamentablemente son los menos y los opacan los diputados fanfarrones.