En 1921, en la conmemoración del centenario de la consumación de la Independencia de México, Ramón López Velarde publicó en el número inaugural de la revista El Maestro, su ensayo Novedad de la Patria y para el número tres, su poema La Suave Patria. El país estaba sumido en la confusión: frente al fracaso del modelo porfirista que exhibía una “Patria pomposa, multimillonaria” y después de una Revolución que lastimó considerablemente al país, el poeta propone una reconstrucción desde la propia valoración de la Patria: “menos externa, más modesta y más preciosa”; una reconstrucción desde adentro para descubrir una Patria íntima, nuestra, familiar. Si evita sucumbir a la entonación de un himno épico es para desmitificar su propio concepto, lo que consigue a partir de imágenes cotidianas y sensuales: “te amo no cual mito,/ sino por tu verdad de pan bendito”, y por lo tanto, reales. La Patria, suave, fiel, constante, se entrega con la modestia de quien se sabe tanto a la altura de un Palacio, como a la “estatura de niño y de dedal”. Una Patria que se regala entera como alacena colmada de pan, compotas, chía, maíz, ajonjolí, rompope, higos; que ilumina los caminos con fuegos de artificio de las fiestas patronales, que huele a tierra mojada, a madera, “a estreno”; y que canta, como todos los pájaros, como el río. Pero, sobre todo, el poeta nos muestra una Patria como casa, donde nacemos, crecemos y morimos, en la que cantamos, lloramos, reímos; y una casa como madre o novia que impedirá que nos ahoguemos y que al tiritar por el frío, nos arropará con su “respiración azul de incienso” y con sus “carnosos labios de rompope”.
Ramón López Velarde resume en La Suave Patria toda su esencia. Considerado como “Poeta nacional” por la Revolución institucionalizada; como “Poeta moderno” por sus sucesores y críticos, desde Villaurrutia hasta Paz, y como “Poeta católico”, imagen reivindicada en los últimos años, López Velarde encierra una complejidad que va más allá de todos estos conceptos: la pasión le dicta y se deriva de los constantes conflictos de su alma.
Educado en el sistema católico, nunca dejó su devoción por los dogmas más sagrados de la fe, aunque manifestara cierta dificultad por seguir los mandamientos. El Niño Dios, personaje encargado de entregar los regalos en las Navidades de provincia, aparece en La Suave Patria como el dador de una tierra, del “establo” en el que nace según el mito católico, de esta patria nuestra, con todas sus riquezas; sin embargo, el diablo incita a la avaricia: “El Niño Dios te escrituró un establo / y los veneros del petróleo el diablo”. Por otro lado, en la descripción del paisaje de lluvia, está Dios en la Naturaleza: “… y al fin derrumba las madererías / de Dios, sobre las tierras labrantías.” Y esta Patria también es Domingo de Ramos “de palmas bendecidas”, a la que San Felipe de Jesús protege del “hambre y del obús” con esos higos de la higuera que floreció el día de la muerte del santo mexicano. La Patria es “… el AVE / taladrada en el hilo del rosario”.
El Poeta Moderno se pone de manifiesto en el uso del lenguaje, de las imágenes sublimadas por los cinco sentidos y en la propuesta de construcción del poema en sí mismo. Desde el comienzo, López Velarde se exhibe como poeta de la intimidad, el que aborda las travesías del corazón, “Yo que sólo canté de la exquisita / partitura del íntimo decoro”, pero que ahora siente la necesidad de “cortar a la epopeya un gajo”. Y entonces las imágenes, la adjetivación certera y puntual que no permite el exceso: es conciso, preciso, coherente, por lo que el efecto que consigue es contundente, pero sobre todo, novedoso: “… y tu cielo, las garzas en desliz / y el relámpago verde de los loros”, o bien “Suave Patria: en tu tórrido festín / luces policromías de delfín”. Sabemos de qué habla, vemos lo que describe en tan pocas palabras, “el relámpago verde de los loros” y “las policromías de delfín”, sin necesidad de explicar: por sí solas estas construcciones colorean, lo que es constante en todo el poema. Al tacto, la Patria “se viste de percal y de abalorio”, se siente “la superficie de maíz”, construye “me modelaste por entero / al golpe cadencioso de las hachas”; también la Patria es movimiento: “y a tus dos trenzas de tabaco sabe / ofrendar aguamiel toda mi briosa / raza de bailadores de jarabe”; o bien “tus hijas atraviesan como hadas”, esas hijas que en otra estrofa son “las cantadoras / que en las ferias, con el bravío pecho / empitonando la camisa, han hecho / la lujuria y el ritmo de las horas”. La Patria se escucha: abajo “Tu barro suena a plata”, pero también arriba “¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena /de deleites frenéticos nos llena!”. La patria huele al “santo olor de la panadería” y al “aroma del estreno”. Y finalmente también se saborea: a compotas, a pan bendito, a coco, a ajonjolí. Desde la construcción, el poeta sugiere una dinámica de lectura y parte de un proemio para justificar su necesidad expresiva, luego continúa un Primer Acto, le sigue el Intermedio: Cuauhtémoc en donde reconoce y enaltece la figura del emperador como “el único héroe a la altura del arte” y por lo tanto del único héroe del que vale la pena hablar, y por último el Segundo Acto. Esta secuencia permite la lectura íntima pero también la colectiva, quizá por eso el malentendido de que aunque López Velarde se esmerara en describir una Patria modesta, la historia ha colocado a La Suave Patria a la par de un himno nacional.
Afortunadamente la consideración de Poeta Nacional superó a la etiqueta de poeta de provincia; sin embargo, Ramón López Velarde no nos permite quedarnos aquí. En sí misma, la escritura poética ya es un acto revolucionario, y sí a ésta se le transforma con la libertad de expresar las zozobras del alma, estamos ante un acto no sólo revolucionario sino también revelador. Así es: la obra de Ramón López Velarde es compleja como lo es el espíritu y el alma del individuo, el poeta es quien mejor ha exhibido “la dualidad funesta” de lo que estamos hechos: de luz, de sombra, de angustia y de amor, de vida y de muerte. La pasión es el impulso y convierte al acto poético en un acto revolucionario, revelador y amoroso. Para Octavio Paz, “López Velarde es un poeta del amor, en el sentido casi religioso de la expresión: la pasión del amor” por eso considera que el camino de la poesía de López Velarde es el camino de la pasión, y en ese camino siempre está presente la mujer.
Ramón López Velarde puede ser el Poeta Nacional, el Poeta Revolucionario, el Poeta Moderno, el Poeta Católico, el Poeta del Amor, cualquier etiqueta funciona, pero en la lectura, todas y cada una desaparecen. Lo que realmente importa es que en 2015 estamos seguros de que sus versos pueden “defenderse de la capa de polvo del tiempo”.