Hace muchos años, si ustedes miraban televisión como yo (laptop, youtube, series pepito o diversas alternativas), quizás se clavaron con una serie como Dexter que, capítulo tras capítulo, lograba incrustar un asesino serial en nuestros corazones y todas sus dudas, su necesidad de entender a la humanidad, para después pudrirse poco a poco y convertirse en uno de los peores viajes de la historia. Pienso, con tristeza, que debí tratar a Dexter como un libro decepcionante cualquiera: en el momento que dejé de creerle, debí cerrarlo y después arrojarlo a la pila infernal de olvido: una columna de hojas que tengo preparada para regalar a la menor provocación.
Algo fabuloso de la serie es que consiguió hacer simpático a un personaje que no merecía simpatía: Dexter era un asesino serial, un psicópata que abusaba de su poder para escoger a sus víctimas y ocultar sus crímenes. Algunos espectadores podrían pensar que la regla de sólo matar asesinos, bestias como él, lo redimían, pero yo era (todavía soy) de la idea que una vida es una vida y que al menos en el paraíso ideático de la televisión gringa, los criminales debían recibir un castigo justo. Ah, quizás porque en nuestro país eso es tan lejano a la realidad, uno va al cine para gozar cómo los criminales sí van a la cárcel. Nomás de oír cuántos años sentencia cada juez imponente y maquillado, uno le pone más mantequilla a las palomitas y le da un sorbo más fuerte al refresco, ah… el cine, la televisión, es tan buena con nosotros, pero ya me desvié. Por supuesto, Dexter jugaba constantemente con esos dilemas para nuestro beneplácito. Hablaba para nosotros. La voz de su cabeza nos relataba constantemente los problemas de ser un asesino serial, un criminal, un psicópata.
Hace unas semanas empecé a ver con interés una serie llamada Mr. Robot. Reminiscencia a Dexter, este personaje hablaba con nosotros y trataba de entender a la humanidad. Remi Malik interpreta a Elliot, un hacker con problemas para relacionarse con los otros (quizás tiene Asperger o algún otro tipo de autismo). Como Elliot no puede comunicarse a través de palabras, de construir una relación, toma la vía fácil y hackea a las personas para tratar de entenderlos y poder relacionarse con ellos. Se inmiscuye dentro de sus vidas a través del correo, de sus redes sociales y de todos los datos en su teléfono. Los acecha íntimamente. Y aunque es un acechador, nos habla a nosotros para tranquilizarnos: lo hace por el bien de estas personas que le interesan. Como una especie de espíritu tecnocrático, Elliot hackea sus vidas para sacarlos de los problemas en los que se meten.
Pero Mr. Robot va más allá de contarnos la vida de un hada madrina digital.
Mr. Robot ha conseguido lo que ninguna otra serie de televisión o película se ha molestado en intentar: el hackeo y la seguridad de redes son interpretados con un excelente grado de realismo. En vez de usar las computadoras, el mundo binario, como un lastre fantástico y necesario para espantar a las masas de espectadores (basta ver un capítulo de CSI Miami para saber a qué me refiero), Mr. Robot enfoca mucho de su guión en cómo funcionan estas cosas y dejan entrever que un buen hacker no es una caricatura de Guy Fawkes, un antihéroe caótico escondido en el anonimato y un frenesí antisocial, sino un tipo común con las mínimas habilidades sociales para fingirse un empleado de banco.
Una simple llamada telefónica otorga los datos necesarios: direcciones, fechas de nacimiento, nombre de mascotas. Y Elliot demuestra que esto es todavía más sencillo con la gente más cercana a él. En un episodio podemos ver cómo espía con una naturalidad escalofriante a una de sus amigas para entender porque ella no quiere hablar con él y después él mueve las circunstancias para que ella se confiese. A eso, a grandes rasgos, en el rubro, se le llama ingeniería social y consiste en manipular al usuario para que otorgue los datos requeridos. Cuando un usuario ofrece todos los datos, entonces es posible trabajar en el sistema y adaptarlo a un amplio rango de necesidades (incluso las que ignoraba). Mr. Robot es un buen cuento de hadas dirigido a alimentar una paranoia necesaria para nuestros tiempos cada vez más conectados, atados en ríos binarios.
Otro aspecto interesante de esta serie es que es un homenaje a la ficción estridente, simple, reaccionaria y narcisista que surgió a mediados de los ochenta y tuvo un auge en los noventa. Ese tipo de ficción íntima que lo toma a uno por el estómago y lo compele, casi lo fuerza, a compenetrarse con las situaciones, los personajes en un espejo roto y engañoso. Mr. Robot es una acumulación, una canción de amor, a películas, libros o ambos como Fight Club, American Psycho y Trainspotting. Cuando vemos por primera vez a Christian Slater (Mr. Robot en persona) provoca la misma sensación de extrañeza y fascinación cuando aparece en cuadro Tyler Durden. No estoy revelando demasiado. El espectador sabe todo el tiempo que algo anda mal. El mismo Elliot también lo sabe y cuando encuentra exactamente cuál es el problema, sus palabras son precisas, perfectas: “Ustedes ya lo sabían, ¿verdad? ¿Por qué no me lo dijeron?”. Otro de los personajes es una pareja de psicópatas suecos que juegan a traernos ese mundo de American Psycho (sin la sangre, sólo la violencia corporativa, la violencia de despreciar la vida humana y reducirla a números, habilidades, posiciones). Recordé brevemente a la pareja presidencial en House of Cards hasta que presentaron la vida íntima de los suecos: ella, atada a la cama, embarazada, le pide a su marido que le ponga la mordaza de silicona. Si su vida íntima no se anda con rodeos mucho menos lo hacen en sus ambiciones.
Cada capítulo de Mr. Robot tiene pequeñas gemas, ya sea por el aspecto cibernético, el cual es necesario apreciar con atención para apenas entender lo vulnerables que somos o que seremos, así como en el camino para entender las reacciones humanas frente a la tecnología, a las corporaciones, los grandes y apáticos números. Sí, tiene sus fallas: algunos giros parecen improvisados y carece de humor (por eso no me atrevo a compararla a Breaking Bad), pero lo perdono por la atención en el detalle y por su tecnología audaz en televisión: sí, audaz porque por primera vez no convierten una computadora en un portal multidimensional y mágico.