Conocí el trabajo de Jis hace muchos años. De hecho, me da un poco de vértigo decir que lo empecé a leer en el siglo XX, pero es la puritita verdad. Fue gracias al suplemento dominical que tenía entonces La Jornada, donde aparecía una tira muy rara, peladísima y terriblemente divertida que se llamaba El Santos contra la Tetona Mendoza. La firmaban dos personas, Jis y Trino. Y a mí me encantaba por tres razones: porque era muy chistosa, porque era muy grosera y porque tenía unos chispazos surrealistas que me dejaban pensando por horas. No, no era una tira cómica para niños y niñas, definitivamente. Pero por suerte yo ya no era una niña, así que la pude disfrutar a tope. Luego, como todo lo bueno, el suplemento aquel se terminó y, aunque traté de seguir la pista de ambos moneros, Jis se me perdió (a Trino lo seguí leyendo en La Jornada, con su Rey Chiquito y sus Fábulas de Policías y Ladrones; o sus colaboraciones en diversas revistas. No me da pena confesar que recortaba sus tiras del periódico y aún tengo, en casa de mi papá, una bonita colección de ellas -es decir, soy su fan).
En casa, de Jis teníamos (tenemos) su libro Sepa la bola, que es rarísimo y hermoso, pero ahí se quedó la cosa por mucho tiempo.
Por suerte, Facebook es como el canto de las sirenas y termina por atraer a casi todos. Un buen día me topé con la página oficial de Jis, y ahí me enteré de que publicaba todos los días un cartón en el diario Milenio. No tuve que llorar por el tiempo perdido porque, generoso como él es, Jis subía a esa página los cartones ya publicados. Por si fuera poco, ahí me enteré de que Jis no es nombre (debí haberlo sospechado) sino el seudónimo de José Ignacio Solórzano. Supe también que ha publicado varias compilaciones de su trabajo en solitario y que hay también varios tomos de sus colaboraciones con Trino. También, que es de Guadalajara (con razón usa giros idiomáticos tan chispa, pensé), que dibuja desde que era bien chavito y publica esos dibujos desde su adolescencia. También sé ahora que le gusta la música rara y que quiere aprender a bailar shuffle, pero eso no viene a cuento hoy, así que no me saldré del tema.
Lo que sí viene a cuento es que a fines del año pasado la editorial Pollo Blanco publicó el primer libro de Jis dedicado a un público infantil. Lo quise comprar desde el momento en que me enteré, pero por azares del destino fue hasta hace un par de meses que pude echarle el guante. Y ¡qué cosa tan bonita, caray! El libro se titula Luna de gatos y no es un libro álbum ni una historia ilustrada. Podríamos decir que es, primero que nada, un compendio de ilustraciones con muy poquito texto: estampas que van de lo juguetón a lo reflexivo y que pueden visitarse en desorden sin que esto afecte la comprensión de cada una de ellas. Pero esas estampas también pueden verse en orden, lo que nos permite descubrir un segundo canal de comunicación, más profundo, pero no por eso difícil de comprender, solemne o aburrido. No, no, no: nada que ver. Por el contrario, Jis nos hace sentir que la filosofía, la poesía, el humor y los gatos pueden coexistir en un libro etiquetado como “infantil” y que esto permite obtener lo mejor de la literatura infantil, de la filosofía, de la poesía y del humor. Y de los gatos, claro.
Algunas de las estampas dejan preguntas como quien deja una ventana abierta, para que se asome el que quiera. Otras estampas responden algunas de estas preguntas, pero sin avisarnos que se está retomando alguno de los enigmas anteriores. Otras, simplemente retan al lector a plantear sus propias dudas y buscarles la respuesta, y otras dan respuestas a preguntas que aún no nos hemos hecho. Pero, como ya dije, sin que esto sacrifique en ningún momento el tono lúdico con el que Jis se aproxima a todo lo que observa.
La editorial propone Luna de gatos como un libro para niños y niñas a partir de diez años. Yo creo que, como otros libros de los que hemos platicado aquí, puede gustarle a menores de esa edad si cuentan con un adulto que acompañe la lectura y responda a cualquier duda del momento, ya que no es el tipo de narración a la que podríamos estar más acostumbrados. Y, como pasa con los mejores libros infantiles, no hay una edad tope: cualquier persona, sin importar su edad, podrá disfrutar de este libro si es entusiasta de las ilustraciones ingeniosas y elocuentes; de los textos que nos llevan a pensar y cuestionarnos; de la belleza que se esconde en lo que, de tanto verlo, dejamos de ver hermoso; de la risa que no es burla sino alegría y sorpresa… y de los gatos, claro.