Hace unas semanas la Suprema Corte de Justicia de la Nación puso al servicio de los mexicanos una jurisprudencia que permitía la realización de matrimonios entre personas del mismo sexo en todo el territorio nacional. El acontecimiento pasó desapercibido hasta que en Estados Unidos de Norteamérica Obama celebró la constitucionalidad de esta forma de matrimonio en todo su territorio, lo cual devino en una moda pasajera, la celebración del Love Wins coloreando las fotos de perfil de Facebook con la icónica bandera gay.
Es evidente que la inserción de lo homosexualidad en nuestra sociedad se ha transformado y en ciertos aspectos hay una integración que hace años era imposible. Aunque la seguimos notando. Supongo que en algún tiempo siguió siendo notoria una mujer con pantalón caminando por la calle, alguien de raza negra en un autobús. No hemos llegamos al punto de la “normalización” social. Con todo, eso puede venir. Quisiera aclarar que a pesar de lo incómodo que me resulta hablar de “ellos” como si fueran algo distinto a “nosotros”, hago el ejercicio con fines meramente didácticos. Pero evidentemente aspiro a una sociedad en donde pensemos en los derechos de los humanos de forma tan universal y evidente que no sean necesarias este tipo de escisiones.
No, no hubo celebraciones y sí por el contrario declaraciones de sacerdotes e “informadores” que se apresuraron a aclarar que la homosexualidad está a todo dar pero eso de la adopción ya era otra cosa. ¿Los argumentos? Un puñado, todos igual de falaces. El más ridículo por inconsistente: la preocupación de que los hijos adoptados por homosexuales decidan por esta misma orientación. No hay, hasta donde sé, ninguna señal de que los criados en familias homoparentales presenten homosexualidad con mayor frecuencia, pero incluso ello es irrelevante. Si así fuera la pregunta subyacente es: ¿no habíamos quedado que no había nada de malo, que aceptábamos a plenitud la homosexualidad? ¿A qué la queja? Será que en el fondo quienes pregonan esto tienen la pretensión moral de “tolerar” a los ya existentes pero el deseo de que no aumenten en número. “Puede que los eduquen mal, en la promiscuidad, que abusen de ellos”, balbucean indignados. Sí: como puede que los padres biológicos lo hagan, en cuyo caso el tema no es la orientación sexual sino la capacidad paternal. Pero la adopción es otra cosa: homo o heteroparental garantiza de entrada una voluntad que no tiene por qué darse en la paternidad biológica, donde una cuenta mal hecha o una copa de más pueden devenir en la vida de un nuevo ser humano.
“Es que se burlarán de los niños con dos papás o dos mamás”, “no es lo ideal”. Ciertamente: lo “ideal” en términos sociales sería que tuvieran padre y madre, guapos, ricos, seguramente blancos y sanos, bien educados, católicos, cultos y de buen gusto, porque según la lógica de los quejumbrosos todo ello garantizaría que la “sociedad no preparada” -de la que siempre hablan en abstracto- los maltrate menos. A partir de esta premisa, por ejemplo, las madres solteras no son ideales, pero eso no implica de manera alguna que se prohíba ese ejercicio de maternidad.
Sin mostrar nunca estadísticas se habla de la condición homosexual de “los peligros” inherentes: desde su estilo de vida, su probable promiscuidad, hasta los términos más abyectos “perversos” o “enfermos”. Porque sí, que un sacerdote diga que la homosexualidad se puede curar, es que declare que es una enfermedad. Que el obispo de Aguascalientes espete que por más legal que sea la adopción homoparental sigue siendo “inmoral”, no es sino un inequívoco síntoma de homofobia. Y podrá hablarse de respeto, aceptación, tolerancia o amor, pero en el fondo hay fobia, por la siguiente razón: cualquier señalamiento que pudiera hacerse por igual para cualquier padre, madre o ser humano, pero se haga únicamente para los homosexuales implica una aversión a esa preferencia. Finalmente dicen algunos indignados que “en México no estamos listos”. Si están de acuerdo con las medidas, ¿no es cuestión sólo de espabilarse y prepararse ya? Pero me duele pensar que en el fondo son homófobos de clóset. Algún escozor les causa esta noción. Les sigue aterrando que alguien no tenga sus mismos esquemas.
Un ejercicio interesante: -abusando de nuestra condición postgoogle-, tecleemos “mapa de adopción homoparental” y analicemos los países en que está permitido. Noruega, Finlandia, Holanda, Canadá, son algunos de ellos. El obispo y todos los que aducen peligros horribles deben guardar silencio, pero no porque sean católicos, conservadores o “mochos”, sino porque están equivocados: todos estos países están entre los mejores lugares en el Índice de Desarrollo Humano. Uno puede tener miedo de apagar la luz, y puede elegir aceptar el miedo o negarlo. Para el caso da igual: debajo de la cama no hay ningún monstruo.
Facebook.com/alexvazquezzuniga