La nutrición profesional es un interesante laboratorio de pruebas para las modas y las ocurrencias de la época. Hasta hace poco tiempo los consejeros en alimentación recomendaban tomar linaza, pero con la condición de que fuera canadiense. Ninguna otra servía. Después pusieron de moda la quinoa, que no es otra cosa que el popular y conocidísimo amaranto, pero con la novedad de que es peruano y entonces solo la semilla inca era la buena. Ahora ya nos salieron con el descubrimiento de la chía, ese mexicanísimo y vulgar grano, que en este momento es lo mejor para bajar de peso, pero no puedes comprarlo en el centro agropecuario a granel, tiene que ser en bolsitas primorosas que tienen texto en inglés. ¿Por qué sucede esto? Por la imperiosa fascinación que he ejercido en nosotros todo lo extranjero. Hace algunos años cuando aparecieron en nuestra ciudad las tiendas de importación, nos volcamos a comprar los milky ways y los snickers que eran la gran atracción. Ahora se siguen vendiendo pero ya no están de moda. Y lo mismo ocurrió con los pantalones Levi’s, los tenis Converse y la ropa interior de la frutita (Fruit of the Loom), que fueron traídas por los fayuqueros hasta que se vendieron aquí. El efecto Malinche no ha terminado. Actualmente la depilación tiene que hacerse con cera “española”, los mejores bordados y deshilados son también “españoles”, el mejor cangrejo es de Alaska y el mejor salmón tiene que ser noruego. ¿Cuándo apareció este fenómeno social y por qué le llamamos malinchismo? Algunos historiadores y sociólogos aseguran que fue durante la conquista del Imperio Azteca por el Imperio Español, que era el más poderoso del mundo en su tiempo. Nuestros ancestros mexicas creyeron ser invadidos por dioses, de manera que todo lo que hacían y traían les pareció divino. Además, debe haber sido fascinante ver ropa de hierro (armaduras), palos de trueno y fuego (arcabuces) y enormes venados sin cuernos (caballos), rostros pálidos como luz de luna y cabellos y barbas rubios y rizados (xinótl, pelos del elote). Y como fue la Malintzin la que guió a Cortés y sus tropas hasta el corazón mismo de la Gran Tenochtitlan, entonces a todo aquel que favorece la penetración de algo novedoso, extranjero y exótico le llamamos malinchista. Pero viéndolo bien el malinchismo no es tan malo. Porque así como a nosotros nos encanta lo extranjero, lo mexicano resulta delicioso para otros países. En este momento el consumo más grande de tequila se hace en Estados Unidos. En cualquier bar de Europa se vende el licor de agave. La música ranchera es popularísima en todo Sudamérica y Estados Unidos. Hasta hace poco, la celebración de la independencia en Chile se hacía con mariachis y cantantes de ranchero. Lola Beltrán hacía temporadas anuales en el principal teatro de París. En todos los restaurantes tipo latino de España se ofrece la salsa Valentina. En la Universidad de Barcelona existen maestrías y diplomados en cultura azteca. O sea que la fascinación por lo exótico no es un padecimiento local, sino un hecho de realidad en el ámbito mundial. Y eso lo que favorece además del lógico intercambio comercial y cultural, es la identidad nacional. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo es posible que la afición por lo de otros países fortalezca el concepto de identidad nacional? Porque para exportar nuestra imagen mexicana, tenemos que comenzar por creerla nosotros mismos. Y la prueba está en hechos tan evidentes como el vestuario que utilizan los fanáticos del futbol cuando van a un partido internacional. Los llamativos disfraces son una declaración de fe en su patria. Nuestros paisas se ponen penachos aztecas, máscaras de luchadores y se pintan el rostro tricolor. Lo mismo hacen los aficionados de otros países. La ola, el grito al portero cuando despeja son una declaración de nacionalismo. Pero además tenemos a la soprano hidrocálida Laura Romo cantando ópera en Milán y Roma. A profesores aguascalentenses impartiendo cursos de posgrado en universidades europeas, sudamericanas y estadounidenses. Viéndolo bien, la fascinación por lo exótico no está nada mal. Mejor dicho, está bien buena y nos enorgullece retemucho.