En varias ocasiones dentro de esta columna se ha sostenido el argumento de que la política tiene un fin bueno, lograr el bien común. Lograr que todos los problemas tengan una respuesta con la mejor solución para la mayoría. La política nació democrática. Es para un bien común. Al igual que el arte que nació para crear obras bellas.
A lo largo de la historia varios artistas se han involucrado en la política, desde los griegos hasta Vargas Llosa y Paz. Varios de ellos han escrito o pintado obras políticas. El cuadro de la batalla de Waterloo o la Fiesta del Chivo, Laberinto de la Soledad y hasta Kafka con el Castillo. Otros autores mediante la literatura construyeron toda una filosofía política. Ahí está el Príncipe de Maquiavelo o el Arte de la Guerra. Esta relación intrínseca entre arte y política se da por una razón: ambas son creadas por humanos y como decía Aristóteles, los humanos somos animales políticos.
Otra de las artes que ha dedicado varias de sus obras a la política es el cine, el séptimo arte. Películas como César Chávez o la reciente de Luther King, tratan de plasmar una expresión sobre esos personajes. Otras más sobre ideas políticas como La Guerra de Manuela Jankovic involucra estereotipos, momentos históricos e ideologías políticas. En México La Dictadura Perfecta y La Ley de Herodes han ridiculizado nuestra política. Sin embargo, nuestra política así es ridícula.
El arte de la música no se ha quedado atrás, Silvio Rodríguez, Calle 13, Lila Downs y miles de nombres han cantado situaciones sociales y en su mayoría de injusticia. No conozco artista que defienda las injusticias. El arte no se ha escapado de la política y podemos dar gracias de eso. Porque todas las expresiones artísticas: la música, las letras o las obras cinematográficas tienen un fin.
Un día un maestro en la Escuela de Escritores Sogem de Guadalajara me comentaba que no se debe escribir (y lo mismo puede aplicar para cualquier forma de arte) para ganar dinero, para ser famoso o para recibir un Nobel, sino que se debe escribir con la profunda esperanza de al menos en la fantasía de nuestra literatura imaginar un mundo mejor.
Por eso algunos artistas han propuesto una revolución del arte, porque en ella enseñan y mandan un mensaje pacífico de un mundo diferente, de un mundo que no esté lleno de injusticias, de desequilibrios, desigualdades. Un mundo que denuncie y que exija lo que la democracia y la política en un principio intentan lograr: el bien de todos.
La relación de arte y de política es tan cercana por eso. Ambas quieren un mundo mejor. La sana lejanía del arte con la política provoca que el arte siempre salga bien y la política no siempre lo haga. La política la hacen políticos en muchas ocasiones viciados. El arte la hacen artistas, en muchas ocasiones esperanzados y como los llaman en la calle: ilusos.
El arte se convierte en esa forma de expresión tan pacífica y efectiva que los artistas han sido símbolos de revoluciones, que las canciones han sido perseguidas y que las revoluciones no se han podido lograr sin ellas. Ahí está la quema de libros en la Segunda Guerra Mundial: el conocimiento y el arte son enemigos. Ahí está el asesinato de Víctor Jara, un cantante de la justicia. Estos artistas que toman de su lado las causas justas son enemigos del régimen autoritario y de los gobiernos malos por una sencilla razón: convencen más que un discurso político.
Tener la oportunidad y el talento de escribir un cuento o un poema, de escribir y cantar una canción, de tomar una fotografía que denuncia, una película que condena o una canción que alienta no es un regalo, es una responsabilidad. Es la responsabilidad, como decía mi maestro, de imaginar y crear un mundo mejor desde el arte.
No seamos mal agradecidos con el talento y usémoslo para bien. La revolución de las ideas puede comenzar desde el arte, imaginando un mundo mejor, desde las salas de lectura discutiendo un mundo utópico, de la exposición de una fotografía, compartiendo el dolor y haciendo que los demás lo sientan.
Mercedes Sosa, la cantora de Argentina, tiene algunas canciones que invitan a esa esperanza, el arte se convierte en la mejor oposición cuando está bien hecho, y me atrevería a decir: bien soñada. Hay una canción que versa: solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente. El arte hace eso, nos quita la indiferencia de los ojos de una manera estética, el arte y las historias románticas y utópicas nos hacen soñar en un lugar mejor. Empecemos por dibujar, por escribir o por fotografiar una denuncia, una historia de injusticia, de esperanza o de lo que se nos venga en mente, a final de cuentas el arte no está tan lejana de la política, ambas buscan el bienestar de todos.
@pochaquito