Con el hombre lobo no hay pierde, es carnívoro, ya que si devora a mi vecino pues las cuestiones éticas y morales aplican y cambian la historia. Pero no todos los monstruos comen, o mejor dicho: no sabemos qué comen porque su estómago no aporta nada importante a la trama. Lo sé, en teoría, una historia debe contener lo indispensable, lo que es necesario y vital para que sea una unidad. Por ello, las más de las veces no vemos a los personajes comer, abrir la ducha, lavarse los dientes ni mear ni defecar. Tampoco lavan platos o tienden su cama; a menos que alguna de estas acciones sea esencial para la trama. Eso sí, si los ponen a comer hay que tener cuidado. “Dime cómo andas, te drogas, vistes y comes… y te diré quién eres”, sentenció Honoré de Balzac. Y sí, somos lo que comemos, hasta los monstruos. Piénsenlo, hay ciertos personajes que se nos pueden venir abajo si los colocamos en un puesto de tacos al pastor o haciendo malabares con esos tenedores curiosísimos para extraer escargots. De lo que se lleven a la boca y su reacción podemos inferir cantidad de cosas, y pues sí, la trama peligraría. En el caso de los monstruos, podría ser más fácil la primera mordida, pero creo que los menús se pueden poner en nuestra contra.
Esta semana estaré en la proyección de The Hunger (El ansia), una película de vampiros de los ochenta. Si tienen oportunidad de verla donde sea, véanla; nadie puede perderse a Catherine Deneuve y a David Bowie como vampiros. Son insuperables e irrepetibles. Esto como dato cultural, pero regresando al menú original: todos sabemos qué comen los vampiros, sí, sangre. En esta película, basada en la novela homónima de Louis Whitley Strieber, se da a entender que el vampiro pertenece a otra especie. No es un humano infectado o convertido, sino que su monstruosidad radica en la evolución. Esto salva y engrandece su monstruosidad, porque sólo otra especie podría tener el sistema digestivo idóneo para digerir y asimilar la sangre. Hace poco saltó en la red una noticia de alguien que murió por beber, día tras día, su propia sangre. En efecto, si quieren suicidarse monstruosamente, bébanse su sangre o la de cualquier mamífero que acepte ser un donador.
En el caso del vampiro, su monstruosidad se fundamenta en lo que come. La comida es uno de los elementos para disparar la monstruosidad. Ahí están los caníbales, cuya monstruosidad es comerse a su prójimo. Lo mismo que el hombre lobo, porque no sólo se come al humano como muchos otros depredadores, pues es esa mitad de ser humano la que comete un acto caníbal. Además todo híbrido tiene asignada la calidad de aberrante. Las aberraciones de la naturaleza siempre tendrán pase de abordar a la monstruosidad, y en primera clase.
Desde bacterias y virus de una guerra bacteriológica, pasando por los vampiros y llegando a los troles y los tiburones mutantes, todos quieren comernos. Y no podemos olvidar a los zombis, aunque para ser monstruos de después del positivismo, muchos de sus conceptos son endebles. El zombi es una carcasa capaz de llenarse y digerir sesos frescos, ¿o qué, luego vomitan? A lo mejor son una especie de bulímicos necrófilos. Lo sé, esa es la imagen más burda y absurda de los zombis. La mutación, como propuesta, les abre la puerta a todas las posibilidades de su descompuesto sistema digestivo.
Cierto, en la naturaleza no todo abre la boca, muerde, mastica o sorbe y deglute. Están los monstruos que se alimentan de nuestro aliento o energía, son más parecidos a esos seres microscópicos que se alimentan por ósmosis. No hay colmillos de por medio, pero resultan igual de terroríficos y devastadores.
Bien mirado, la monstruosidad en el comer, tiene su fuente de ignición principal en el canibalismo. El tabú del canibalismo lleva siglos en nuestra civilización. En esencia, pensamiento mágico aparte, si nos vemos obligados a comernos es porque nuestra especie no tiene más nada que comer. Si llegáramos al momento de abrir un paquete de Soylent Green será porque nuestra especie peligra o está a punto de desaparecer de inanición. Pero este ouroboros del menú lleva implícito el exterminio: al comernos para prevalecer exterminamos al mismo tiempo lo que queremos preservar, la especie. En esta paradoja reside la inviabilidad del vampiro, al querer prevalecer extermina lo que lo hace sobrevivir y al mismo tiempo se extermina a sí mismo, un dejo de autodestrucción que es una de las simbologías de este monstruo tan querido. Somos seres hambrientos a muchos niveles, buscamos, cazamos, sembramos, guisamos compartimos, cocinamos. Y aun así, The Hunger, el ansia no se detiene. Es este impulso el que nos mantiene vivos, es como si la monstruosidad fuera la vitalidad misma. El miedo y sus sustancias siempre nos mantendrán alertas: sobrevivimos o terminamos guardados en un ataúd como los monstruos de esa película, que es un mero reflejo de nuestro andar cotidiano.