Han salido a la venta tantos libros sobre el narco en años recientes, ya se puede decir que conforman todo un género. De hecho, hay peligro de que el público se canse de ellos igual como se cansa del tema como noticia. Dada la superficialidad de su cobertura por muchos de los medios, especialmente Televisa, se ha vuelto fácil negar con la cabeza y asumir que el país está dividido entre “la gente buena” y “los malosos”. Y punto.
La reciente fuga, al estilo déjà vu, del Chapo Guzmán y el asesinato del periodista Rubén Espinosa en el DF, a pesar de la indignación que provocaron han aumentado un ambiente de fatalismo. ¿Qué se puede hacer cuando el narco más famoso del mundo sale de la cárcel cómo le dé la gana y cuando los periodistas que rechazan el chayote y la autocensura terminan acribillados, aún en la “burbuja segura” de la capital?
Narcoamérica (Tusquets) ofrece una respuesta concreta a esa pregunta retórica: se puede seguir tratando de entender, porque el problema del narco no es mexicano, sino panamericano, y por más conocemos, más equipados estamos a combatirlo. Este fascinante libro, escrito por los periodistas Alejandra S. Inzunza (mexicana), José Luis Pardo y Pablo Ferri (españoles) -colectivamente autollamado Dromómanos- es único entre el género en unos importantes aspectos.
Primero, ofrece un alcance poco visto, explorando el fenómeno del narco en todas sus facetas desde Nueva York hasta Buenos Aires, haciendo entrevistas y reportando contextos en 18 países. Este maratón investigativo, producto de más de dos años y 55 mil kilómetros en camino (los tres autores apretados en un Pointer 2003), no sólo es un triunfo de cobertura geográfica sino también un compendio analítico de paralelismos entre los países del hemisferio.
En México hay una enorme corrupción policiaca, pero también la hay en Guatemala, El Salvador y Honduras. En México existen autodefensas que a veces abandonan su idealismo inicial y se sostienen en parte del narcotráfico, también las hay en Colombia. En México se escriben narcocorridos que embellecen la vida de los capos, e igualmente en Brasil. Y la frontera entre México y Estados Unidos, con toda su violencia y soborno de oficiales (de ambos lados), encuentra eco en las fronteras entre Brasil y varios de sus países vecinos.
Al ver estas cosas en común podemos llegar a analizar desde perspectivas nuevas nuestros propios problemas, identificando con mayor claridad sus raíces institucionales. Hasta podemos considerar políticas distintas. Para citar la más obvia, existe la legalización de marihuana en Uruguay, país muy distinto -su población de 3 millones es menor que la de Michoacán- pero donde la política liberalizadora del presidente Mujica se inspiró en una reconocible determinación de reducir el poder de cárteles locales.
Segundo, Narcoamérica ofrece una visión profundamente humana del problema. Evita caer en los viejos maniqueísmos que dividen la “guerra de las drogas” entre héroes y villanos, o entre opresores y víctimas. Se escucha, y se reproduce las voces, de todos: los pobres crackudos en las favelas de Río de Janeiro; los policías, ministros, y jueces; uno u otro capo encarcelado; hasta los sicarios.
La meta ni es juzgar ni disculpar sino entender. ¿Cómo, por ejemplo, se convierte uno en sicario a los 12 años? Mientras más vemos las circunstancias en que crecen los traficantes y sus subordinados, especialmente la desesperación de su pobreza, más obvio nos parece que los 30 mil millones que contemplan gastar los norteamericanos en extender el muro fronterizo se gastarían mucho mejor invirtiéndolos en programas para estimular empleo alternativo en los países al sur.
Tercero, este es un libro muy bien escrito -sorpresivamente bien a la luz de su triple autoría-, desde su estructura temática, finamente entretejiendo escenas desde varios países en cada capítulo, hasta la facilidad de su lectura y la calidad de su prosa. Además de ser obra periodística, es una obra literaria.
Uno de sus aciertos es la frase breve de impacto alto, por ejemplo: “A través del narcotráfico se ve todo lo que falla en un Estado”. Esta encapsula una tesis central del libro. El narcotráfico, aún más que sembrar problemas sociales, los agrava y acelera: la criminalidad de la policía, la corrupción de alcaldes y gobernadores, la venalidad de jueces, el abismo entre ricos y pobres, la violencia.
Otro es el trato sustancioso de sus fuentes, con mucha empatía y toques de simbolismo o humor. En el estado más peligroso de Brasil, entrevistan al juez más amenazado de ese país, que guarda una gruesa carpeta negra llena de recortes sobre las denuncias, mensajes anónimos y conspiraciones en su contra:
“A primera vista, Odilon de Oliveira en su compacto metro sesenta de estatura, parecía un tipo duro y desconfiado, excepto cuando miraba su colección de amenazas y daba la impresión de ser un niño miope y sesentón que se ajustaba los lentes para leer un cómic de superhéroes”.
Los dromómanos evitan cualquier aspecto didáctico pero sí citan a fuentes dogmáticas para plantear preguntas. “El suministro crea la demanda” les declara una oficial norteamericana. ¿Es cierto? Esta opinión está ampliamente compartida en Estados Unidos, pero en parte es una postura política, una manera de culpar a México por el alto consumo entre sus propios ciudadanos.
Otros argumentan que la demanda cree el suministro, una postura favorecida por los antiprohibicionistas. El primer capítulo ofrece un impactante ejemplo de esta dinámica en Río de Janeiro, donde muchos cariocas hacen frecuentes viajes en tren a una favela retirada con el sólo propósito de comprar crack. Sin embargo, consistente con su compromiso a reportar sin juzgar, los autores no toman una posición definida al respecto.
@APaxman
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Andrew Paxman
Historiador, CIDE Región Centro