Está de moda el tema, ¿no es así?, me refiero al asunto de la tolerancia, se habla mucho de esto y es un término muy paseado, muy sobado, ya parece desodorante, de esos llamados roll on, todo esto lo menciono porque, además del escabroso y espinoso tema de las parejas homosexuales y todo lo que rodea el asunto, y quizás como consecuencia de esto, también el tema de la tolerancia llega a los fascinantes, pero también intrincados y sinuosos terrenos de la música. Parece peccata minuta hablar de la tolerancia en términos de música, pero el asunto no es cualquier cosa, los radicalismos entre quienes manifiestan o manifestamos un gusto musical determinado puede generar una polémica aguda, así que en el entendido de que la música es algo más que un simple e intrascendente entretenimiento, más allá de eso, habemos quienes consideramos y entendemos la música como una verdadera forma de vida, por lo que hecha esta advertencia que considero necesaria, te propongo las siguiente reflexiones, espero que sirvan de algo, y si no, pues al menos ejerzo mi derecho a expresar lo que pienso.
Mira, si tú me conoces y sabes algo acerca de mis preferencias musicales, sin duda sabrás que tipo de música me apasiona a hasta la médula de los huesos, pero también entenderás, sin duda, que hay un tipo de música que simplemente no tolero, que considero ofensiva, como un producto nocivo para la sociedad, si, efectivamente, es esa que llaman grupera, de banda y todos esos derivados que carecen de una propuesta musical sólida, sin una justificación artística y cuya función, además de enajenar a “las buenas conciencias”, parafraseando a Carlos Fuentes, es la de vender a destajo. Son productos con fecha de caducidad y reciclables, úselos y tírelos, ese tipo de expresiones musicales, de verdad, no me interesan; por otra parte, son verdaderas apologías del crimen, de la violencia, del machismo y de muchos excesos que en nada sirven a esta sociedad, ya de por sí lastimada y harta de todo esto. La sociedad, es decir, nosotros, necesitamos otra cosa, necesitamos del arte, no sólo como un paliativo, como para mitigar este dolor que se nos cuela hasta la médula de los huesos, no como una aspirina con la que se intenta curar un cáncer invasivo y terminal. No, nada de eso, necesitamos del arte como una fuerza contraria, opositora a la barbarie en la que nos han metido, como una respuesta sólida, contundente, que nos dé la convicción de que no importa qué tan mal puedan estar las cosas, nosotros, los seres humanos, sensibles al arte en cualquiera de sus formas, específicamente a la música, tenemos en esto nuestra respuesta. Sí, la música es la respuesta, la música que dignifica al ser humano, no aquella que lo denigra, ya sabes a cuál me refiero, no me pidas que lo repita, para eso necesitamos del arte, para eso sirve el arte, además de la simple y deliciosa contemplación estética que ya es un plus.
Fíjate que el otro día, de hecho hace ya algunas semanas, me enfrasqué en una discusión con alguien a quien simplemente llamaré Carlitos, así como el protagonista de la novela corta de José Emilio Pacheco llamada Batallas en el desierto, discusión que tuvo como campo de batalla las redes sociales, el tema fue sobre música, sobre su majestad la música, básicamente sobre este asunto de los diferentes gustos en este lenguaje artístico, yo criticaba, sigo criticando esas posturas musicales en donde se privilegian los vicios, el machismo y otras aberraciones, este buen parroquiano me contestaba diciéndome que la gran música de concierto también está contaminada con el machismo por el hecho de que no hay muchas directoras de orquesta, ni en México ni en todo el mundo, sin embargo, no es este un asunto privativo o exclusivo de la música orquestal, esto, lamentablemente, se da en todos los ámbitos de la sociedad, sin embargo, con todo, la gran música de concierto, orquestal o de cámara, instrumental o cantada, nunca, bajo ninguna circunstancia, ha promovido o apoyado vicios como el machismo, nada más lejos de la verdad, sin duda es fácil aventar declaraciones sin conocimiento de causa y aventurar comentarios muy lejos de la verdad, me parece esto una gran irresponsabilidad. En fin, pero no estoy aquí para hacer una defensa de la gran música de concierto, esta no necesita de mí, ni de mis argumentos para defenderla, defendemos lo que necesita ser defendido, ¿pero la música académica?, es ella justamente una de las mejores expresiones de la dignidad humana.
Pero no es sólo la música culta, académica, clásica o como quieras llamarle, es toda la buena música en general, porque ya sabes, independientemente de nuestros gustos musicales, efectivamente sí hay buena y mala música, no se trata de subjetivismos y que lo que es bueno para unos es malo para otros. No, categóricamente no, esto es algo absoluto, como en algún momento comentó mi buen amigo Martín Pineda, “hasta en los perros hay razas” y esto es inobjetablemente cierto.
El punto es que el buen Carlitos me acusaba de intolerante por no tolerar esa cacofonía, ese desorden auditivo que llega a ser ofensivo para el buen gusto, e insisto, no me vengas con que esto depende de nuestros gustos, claro que no. Pero señalar acusadoramente a alguien por intolerante al ejercer una función crítica, entonces estamos mutilando el periodismo, estamos cuestionando la verdadera esencia del periodismo, y en ese caso, sí soy intolerante, orgullosamente intolerante.