Diferentes circunstancias tienden a definir el escenario político de la nación, tanto para el presente como el futuro, sobre el cual Aguascalientes no es ajeno.
El país ha entrado a una necesaria recomposición en su sistema de partidos, del cual no sólo dependerá su subsistencia, sino que lo que suceda en su vida interna tendrá un impacto sobre el avance de nuestra democracia.
Precisamente este pasado fin de semana quien dio el primer paso fue el Partido Acción Nacional (PAN), donde la militancia dimos un apabullante respaldo a Ricardo Anaya Cortés para convertirse en el presidente del Comité Ejecutivo Nacional y dar inicio a la renovación que además contemple la cercanía y en responder a las necesidades de los mexicanos.
Es precisamente Ricardo Anaya un perfil que cumple con ese deseo de la sociedad de romper con las estructuras de siempre, de refrescar los rostros en la política para una efectiva labor y no sólo por apariencia.
Además, para dar seguimiento a los estatutos que soportan al partido y no, como sucede en otros lados, para subsistir de la política y volver rehén de los intereses particulares y de grupo, al instituto político que se representa.
Estoy convencido que Ricardo Anaya no viene a volver un partido de subordinados sino de personas que encuentran ahí la vía para construir mejores comunidades y conseguir pueblos actuantes en la justicia social.
Dentro del proceso en que se ungió el nuevo dirigente nacional del PAN, se escucharon las voces de la descalificación y del respaldo. Del escepticismo y del nerviosismo; sin embargo es de reconocerse los métodos con los que el partido busca recuperar la confianza de los ciudadanos, el diálogo.
La competencia a la que se sometió fue para perfeccionar su vida interna y tener una vigorosa participación en la democracia. Es justamente ese camino, donde la militancia elige a sus representantes y candidatos, que Anaya ha ofrecido replicar en Aguascalientes para el próximo año.
Muchas veces los auténticos liderazgos merecen ser sometidos a las pruebas que definen su misión, al escrutinio y validación social para ser exitosos y mantener su representatividad.
Observo que la esencia y los fines de las instituciones siempre serán los mismos, pero éstas demandan de su actualización permanente a través de una renovada actitud de las personas que están al frente o participan en ellas. De actuar con capacidad, voluntad y decisión.
Y es que no podemos pensar en cambiar a México si no practicamos una transformación desde nosotros mismos, desde nuestra casa. Si se quiere ser la mejor opción en cualquier proyecto de nación, es necesario pensar en la renovación.
Indudablemente que hoy el reto de Acción Nacional como el que tienen todos los partidos políticos no es sencillo pues la gente dejó de creer en ellos. Se debe volver a las bases, a la sociedad y como gobiernos, a los mexicanos en general con una participación neutra que vea sólo por el bien común.
México y su democracia exigen de la unidad de la sociedad, de las organizaciones y en general de quienes son parte activa de su desarrollo.
No debemos quedarnos inmóviles en pensar cuál es el mejor camino a seguir para el bien de nuestra familia, de nuestro trabajo o nuestro proyecto de vida. Tal y como lo ha propuesto Ricardo Anaya, es momento de asumir el desafío del cambio con ideas, con propuesta, pero sobre todo con trabajo efectivo desde cualquier encomienda.
A México ya no le será fácil avanzar sin el consenso y sin la conciliación de intereses. Los tiempos actuales son de la pluralidad no de la resistencia ni de la imposición. Se debe trabajar en la inclusión y por el objetivo común que es el del bienestar generalizado. A ello debemos apostarle y sumarnos.
Antes de finalizar esta participación editorial, no puedo dejar de hacer mención sobre la decisión que esta misma semana tomara la Sala Superior del Tribunal Federal Electoral (TRIFE), sobre la anulación de la elección del Distrito I.
En el proceso se han querido hacer escuchar diferentes actores políticos buscando repartir culpas y pretendiendo influir que de repetirse la votación se hará mal a la democracia y a la confianza de la población. Sólo que ninguno de los que hoy cuestionan se han atrevido a admitir el daño previo que se hizo con la intervención de un poder en los comicios.
Yo me remitiría a entender aquella postura del político español, Enrique Múgica Herzog, en el sentido de que “la democracia no es el silencio, es la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos”.