En el mensaje que emitió el papa Francisco en Bolivia, en el marco del II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, enfatizó conceptos que no sólo coinciden sino que confieren enorme fuerza moral a todas las demandas de derechos humanos y sociales que se expresan día a día en todos los lugares del planeta.
Más allá de la fe o de cualquier postura religiosa, el jefe de Estado del Vaticano expresó un mensaje que me atrevo a sintetizar en una idea: la democracia es social o no es democracia. Habló del imperativo de garantizar a todos, sobre todo a los excluidos, “las tres T: tierra, techo y trabajo”.
Destacó que además del imperativo ético, hay que incorporar la lógica del desarrollo sustentable, tanto desde la perspectiva ecológica y económica, como desde la visión humana. Advierto que democratizar las oportunidades es la base fundamental para ampliar los cauces del progreso social. Una democracia es tal en tanto privilegia el bienestar de las personas; en tanto vela por la prosperidad de la mayoría y garantiza un piso parejo a las minorías. Ciertamente el camino es la democracia, pero ésta debe servir para atenuar la permanente crisis humana y económica en la que se debaten las mayorías.
Crece la demanda de un cambio global de óptica para hacer frente a los desafíos contemporáneos, todos estamos tomando conciencia de ello. En ese sentido, el obispo de Roma planteó la pregunta: “¿Reconocemos, en serio, que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad?”. Y continuó cuestionando sobre las guerras sin sentido; sobre la violencia que recorre el mundo, en nuestros países y barrios; sobre la constante devastación que amenaza al suelo, el agua, el aire y a todos los seres vivos.
La respuesta expresada se centró en la necesidad de un cambio que evite la exclusión, aprecie las diferencias, promueva el diálogo y la participación, para que los resultados del desarrollo y el bienestar social integren un mejor futuro para todos. Especialmente hizo un llamado a prestar atención a las personas más frágiles, a las minorías más vulnerables: “No basta con dejar caer algunas gotas cuando los pobres agitan esa copa que nunca derrama por sí sola […] la distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral”.
Considero un gran problema el que vivamos en una sociedad que anhela ser democrática pero que no pone en práctica cotidiana los valores de la democracia. Lo vemos en la cultura dominante, que tiende a la homogeneización, es excluyente y reproduce injusticias. De ahí la pertinencia de una propuesta para hacer de la democracia el centro de la lucha social a fin de lograr la emancipación de los pueblos y la justicia social.
Dijo el papa a los liderazgos de movimientos sociales latinoamericanos que “los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero”. Señaló que los pueblos “no quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil”. Expresó con total claridad: “la concentración monopólica de los medios de comunicación social, que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural, es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico”.
Pienso que avivar el sentido comunitario, la solidaridad y la organización social es fundamental para concretar un desarrollo que nos incluya a todos. Libertad, igualdad y fraternidad, son los valores esenciales de las democracias modernas. En ese sentido, hay que seguir aportando ideas que coloquen a la democracia como punto de partida para construir un nuevo modelo de economía, sociedad y Estado. No se trata de inventar sino de compartir el conocimiento, hacer uso de la experiencia y la inteligencia colectiva que son herramientas poderosas para la acción.
No es difícil advertir que la globalización económica modificó las relaciones sociales y políticas. Si hacemos un análisis, veremos que se desmantelaron los mecanismos de diálogo y acuerdo, la soberanía de los pueblos se debilitó y las condiciones para la lucha social organizada se atomizaron. La globalización, al no contener una lógica de integración social y cultural, sólo creó la ilusión de liberación de las fuerzas ciudadanas pero las desorganizó, impidiendo la eficacia de los movimientos y proyectos sociales.
Concuerdo con lo señalado por el papa: “el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio”.
Suscribo que estamos llamados a ampliar las oportunidades para todos y a luchar para impedir toda forma de autoritarismo que cancele, restrinja o manipule la democracia política, bajo el pretexto de que mucha democracia estorba o bajo la pretensión de mesianismos democráticos. Como aseguró Jorge Bergoglio: “ni el papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretación de la realidad social”. Agregaría que tampoco la tiene persona o institución alguna, así como tendencia ideológica o escuela económica o centro de poder. De otro modo se disfrazaría la expresión de las demandas sociales y facilita la represión de las inconformidades.
Podemos afirmar que no hay una ruta rápida y fácil hacia el progreso y el bienestar social. La democracia es un proceso de construcción colectiva, un sistema de pesos y contrapesos. No es una meta a la cual llegar, sino un camino amplio que todos debemos andar.