Durante toda la semana pasada, a partir de que el INEGI publicara los resultados de la más reciente versión de la Encuesta Ingreso – Gasto de los Hogares, con datos a finales del 2014, (ENIGH-2015), especialistas, analistas e investigadores se manifestaron copiosamente en los medios de comunicación en torno a la realidad de la pobreza en nuestro país.
Ya en el anterior artículo en esta columna comenté sobre la reducción en los ingresos que se sufrió en todos los estratos -deciles- de los hogares mexicanos. Hice alusión a que el único segmento poblacional cuyo ingreso se incrementó con respecto al dato de la ENIGH anterior, el más pobre, registró tal aumento sólo porque se aumentaron las transferencias monetarias -subsidios gubernamentales y remesas principalmente- que se les otorgaron.
Las declaraciones triunfalistas de los encargados en el Gobierno Federal de combatir la pobreza, en particular las de la titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), por contradecir lo que la población en general percibe, recibieron en las redes sociales una enorme cantidad de descalificaciones y burlas. Pero también en los medios de comunicación se manifestaron serios investigadores y reconocidos especialistas presentando datos duros con los que se contradecían los resultados oficiales de estar ganando la batalla a la pobreza.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), organismo gubernamental cuya misión expresa es la de “medir la pobreza y evaluar los Programas y la Política de Desarrollo Social para mejorar sus resultados y apoyar la rendición de cuentas”, ha criticado contundentemente la fácil presunción de Sedesol de haber reducido la pobreza en México. El secretario Ejecutivo de Coneval Gonzalo Hernández Licona, atribuyó el fracaso del combate a la pobreza, a la falta de un crecimiento sostenido por arriba del 2% en los últimos 30 años.
Esta afirmación corrobora lo que desde esta columna se ha denunciado desde hace ya siete años: la política económica -que varios denominan como “neoliberal”- ha depredado la capacidad de la planta productiva nacional de generar empleo digno. Durante más de tres décadas se ha impuesto la moda de buscar el crecimiento económico a manera de lo que podría calificarse como “pan de hoy, hambre de mañana”. Esto es, mediante un modelo de exportación de maquilas -de automóviles a prendas de vestir- que, pagando bajos salarios generan los dólares con los que se importan los alimentos que ya no se producen en nuestro suelo. Un modelo que renuncia a la explotación racional y procesamiento de nuestras riquezas naturales, entregándolas a bajos precios a entidades extranjeras.
Los medios masivos de mayor capacidad de cobertura son verdaderos medios de desinformación. Notificaron al país la celebración de la Sedesol pregonando haber combatido a la pobreza sin decir que las cifras obtenidas se basan en lo que se regala, con dinero público, a las personas más afectadas por el modelo económico.
El pueblo percibe la mentira tras esas alegres noticias, pero no cuenta con las herramientas fundamentales para contrastar con la realidad y, mucho menos, para desenmascarar el engaño. Actualmente 37.3 millones de personas, el 75% de la Población Económicamente Activa (PEA), perciben un ingreso insuficiente por su trabajo, $200 diarios o menos. Si la pobreza monetaria es algo que las personas resienten y es por ello que se desbordan en rechifla contra la funcionaria pública que celebró su propio éxito de combatir la pobreza, cuál sería su reacción al descubrirse mayoritariamente como seres alienados del progreso personal como resultado de los intereses de unos cuantos. Esa es la pobreza más acuciante y dolorosa de un pueblo. Y de ésa es de la que viven los malos gobernantes.
Resulta ocioso buscar en la estadística oficial un índice, parámetro o medida de este tipo de exclusión, pobreza o alienación provocado por el sistema económico, pero sí es posible acercarnos a una radiografía de esta realidad a través de otros indicadores.
Al primer trimestre de 2015 la población desocupada, según datos de la más reciente Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (Enoe) que realiza el Instituto de Estadística Geografía e Informática, ascendió a 4.23% de la PEA. Esto es, 2.2 millones de personas. Pero a éstas hay que sumar 13.5 millones que están ocupadas en el sector informal, o sea en actividades informales, marginales (como tocar un instrumento musical -aclarar, ya que hay muchos que tocan otros instrumentos en los camiones- a bordo de un camión) o incluso ilícitas. El 30.21% de la PEA se encuentra entre desocupada y ocupada en actividades informales. Esta cifra, es la que representa en efecto el nivel de desempleo conforme a los parámetros internacionales.
En cuanto a las condiciones de las personas empleadas, muchos carecen de lo que implica lo que la Organización Internacional del Trabajo denomina como un “empleo decente” (1). De los trabajadores subordinados a un empleador, 15.4 millones no tienen acceso a prestaciones ni servicios de salud. A estos se añaden otros 4 millones de personas que por ser subocupadas, también carecen de ellos.
Una cantidad de 7 millones de personas tiene jornadas de trabajo inferiores a las 34 horas por semana, por lo cual muchos son “multiempleados” para alcanzar un nivel de ingresos superior. Otros 2.4 millones de personas que no se consideran como económicamente activos por haber desistido de buscar empleo debido a no encontrar las condiciones para ello.
Conforme a lo anotado anteriormente, en 2015, 37.5 millones de personas en México no tienen una actividad laboral satisfactoria por razones diferentes a sus ingresos. Sumados a quienes dependen de su ocupación, son 90.8 millones de personas las que se encuentran en tal criterio de exclusión o pobreza. Esto sería la noticia.
Ciudadaní[email protected] @jlgutierrez
(1) El concepto incluye la existencia de empleos suficientes (posibilidades de trabajar), la remuneración (en metálico y en especie), la seguridad en el trabajo y las condiciones laborales salubres. http://goo.gl/A4KPnj