La corrección política de los últimos años, creciente y efervescente, hace que, de a poco, dar ciertas opiniones se vuelva imposible. Ello, sobretodo porque esta corrección es liderada por jóvenes y adultos educados, liberales, autoasumidos librepensadores, parecería bueno si consideramos que tiene como fin “no dar ni un paso atrás” respecto a ciertas libertades civiles o triunfos sociales. Cuestionar ya no sólo las ideas, sino los movimientos mismos puede resultar en una llamada de atención de esta comunidad de lo correcto. Por otro lado, “sentirse ofendido” parece ser el límite del diálogo, sobretodo porque se han constituido herramientas sociales que hacen que “ofender” sea una cosa gravísima. En el sentido general creo que estas dos cosas, bastante de moda, mellan, más que abonar al crecimiento intelectual y a las libertades civiles mismas. Creo que ofender ideológica o verbalmente -con intención o no- se ha vuelto el último recodo de la “tolerancia”: te soporto mientras no me sienta ofendido. Si, un sentido de la tolerancia que nació -bautizada de la peor manera- como un esfuerzo para integrar y entender al que no piensa como yo y que ha quedado reducido a soportarlo, desde la posición de poder -económico o social- siempre y cuando lo que éste piensa no me resulte “ofensivo”.
Es cuento conocido que en las redes sociales se dan graves linchamientos colectivos porque alguien ofendió con un chiste a otro alguien. Si la policía de lo correcto le señala culpable por ofender -aun sean meras palabras, aun si no son un llamado a la violencia, un discurso de odio-, éste será sometido a una especie de juicio sumario de las buenas conciencias, sin oportunidad de defensa. Tanto es que lo grave ahora es “la ofensa”, que si después de tuitear, por ejemplo, algo juzgado así, el redactor lo borra (prueba irrefutable de arrepentimiento -al menos del acto de hacerlo público-) el juicio sigue siendo irrefrenable. Pero queremos más: queremos que aquel que “ofendió” sea aniquilado, o que no le baste arrepentirse de publicarlo. Incluso si confesara haber cambiado de opinión probablemente no le creeríamos.
Este comportamiento me parece errático. Hoy, a la distancia, podríamos repensar el caso de Lorenzo Córdova: espiado telefónicamente, víctima de una intrusión a su vida personal, fue perseguido de manera pública -al grado de exigir su renuncia- porque dijo algo que parecía “ofender”. ¿A quién? Es lo de menos: porque incluso es borroso el sector ofendido. ¿A la nación chichimeca? -sea lo que sea que eso quiera decir-, ¿a alguien que, según aclaraba él mismo en su diálogo presuroso con un amigo, parecía hacer caricatura de las etnias y exigía privilegios políticos? Pero “ofendió” algo que según la corrección política no debe ser ofendido. Pensemos: debieron grabarlo meses para obtener una declaración escandalosa. Y ésa fue la más: no triquiñuelas para favorecer a tal o cual partido, o desviar recursos públicos. Estábamos tan ocupados señalando que “ofendió” que perdimos de vista el panorama completo. Como sucedió, en otro sentido, con la libertad de expresión y las ofensas de los dibujantes de Charlie Hebdo.
Esta semana la Conapred pidió al obispo de Aguascalientes que se disculpara por haber dicho algo como que “si se permitían los matrimonios homosexuales, al rato se permitirían los matrimonios con perritos” -gloso de memoria-. ¿Creo que el obispo se equivoca? Sí: absolutamente. Pero no porque haya ofendido a alguien con lo que piensa, sino porque falla en el análisis del fenómeno: la búsqueda del matrimonio entre personas del mismo sexo no tendría por que llevar a dislates del tipo, es una falacia non sequitur: de una cosa, de ninguna manera se sigue la otra. Que nuestros esfuerzos estén destinados a señalar que alguien es culpable de ofender me parece riesgoso, pues podemos enfocarnos en lo menos importante. Después de todo alguien podría disculparse y seguir viviendo conforme a lo que piensa, dando resultados iguales, independientemente de la disculpa. Creo que los triunfos no deben ser esos. No buscar “acabar” con el interlocutor -por más errado que esté-, sino buscar espacios públicos para contrarrestar con argumentos, probando así su equivocación, y generar un contrapeso de opiniones, para realmente aprender algo en el proceso.
Confío ciegamente en que todas las opiniones deberían ser escuchadas y que deberíamos dar oportunidad a que se sostengan o se discutan con argumentos. Eso sí, quien no esté dispuesto a sostenerlas puede ser excluido del debate público, pero no porque nos parezcan escandalosas o no sus declaraciones, sino porque hemos probado que están equivocadas.
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Siempre es un placer leerte. Recuerdo al hacerlo a Sartre cuando define una de las funciones del intelectual como “meterse en lo que no le importa”. Justamente eso haces y es importantísimo que nos metamos, donde nadie nos llama. A proposito del artículo, coincido en que hay un cambio evidente en el polo moral desde el que la masa parece juzgar hoy en día los fenómenos ligados al sexo, la violencia, etc. Hay, probablemente un cambio hegemónico, y es ahí donde está el problema. Estaría dispuestísimo a celebrar una merma en la hegemonia, pero, un cambio en la misma, es siempre excluyente. Ahora al mejor estílo posmoderno, se crean y se recrean palabras y contextos igualmente hegemónicos, aunque se presenten bajo una fachada de tolerancia, busqueda de la igualdad- principio pesimamente entendído y de terribles implicancias en su aplicación pragmática, yo prfiero la justicia-etc. A mi, que me interesan mucho los procesos sociales en torno a la violencia, me parece que se repite un ezquema violento con componentes conceptuales retomados de la filosfía pacifista. En éstos procesos, independientemente de la causa, se producen victimas y victimarios, lo cual es contradictorio. La busqueda de la noviolencia, debe ser consecuente con sus métodos; ésto es lo que me parece sumamente criticable de los procesos que mencionan: su falta de coherecia. Por otro lado, con lo que acabo de mencionar, no quiero decir que ciertas luchas, no sean válidas. Evidentemente el respeto a los derechos de la mujer y los indígenas,son del todo deseables, pero es el medio – asunto capital- mediante el que se quieren defender esos derechos lo que hace que éstas luchas se queden en papel, por un lado, y por otro no construyan cultura del derecho.