Los puntos ciegos de una / Extravíos - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Parte del escándalo de la más reciente fuga de el Chapo es que, lejos de revelarnos algo nuevo sobre la forma en que se administra el sistema de justicia del país y del cual forman parte las penales de alta seguridad, refuerza viejas sospechas sobre su grado de corrupción y consecuente ineficiencia. Y aquí el escándalo es no escandalizarse más de que ocurran estos hechos sino verlos como algo normal, del todo predecible en nuestro paisaje institucional.

En la corrupción está, creo, el verdadero punto ciego que explica el plácido escape del señor Guzmán. Lo que permitió a Guzmán burlar los aparentemente sofisticados protocolos de seguridad de Almoloya, con todo y sus certificados internacionales, no fue tanto su audacia o la innegable pericia de sus ingenieros y topos, sino su inagotable y eficaz habilidad para corromper a funcionarios y servidores públicos que, dentro y fuera del penal y con diferentes grados de autoridad y responsabilidad, le facilitaron el escape.

La apacible manera con que Guzmán huye de prisión lo subraya. Sabía que no sería detenido, que los protocolos de seguridad no funcionarían, de que habría de recorrer los mil 500 metros que lo separaban de la libertad sin ser molestado, que contaría con tiempo más que suficiente para dejar de ser el reo orgullo de la eficiencia policiaca del régimen, a ser, de nueva cuenta, el prófugo más buscado del país.

Y si en 2001 la fuga de el Chapo se vio como una tragedia para la primera presidencia de la alternancia, esta segunda evasión aparece como una farsa, una farsa asociada al retorno del priismo. A diferencia de la primera, esta segunda fuga carece de elementos teatrales o dramáticos, y en los videos puestos en circulación en Youtube no se aprecia, en ningún momento, que Guzmán albergará alguna duda o temor: salió del penal como quien sale de su casa: si se tratase de una película, este sería un escape del todo anticlimático, con escaso sabor cinematográfico.

Y, se sabe, la farsa es mal terreno para sembrar confianza. La farsa estrecha el espacio para la credibilidad en torno a las versiones oficiales sobre los hechos y sus responsables. Cualquier intento de explicación es de inmediato pasado por el filtro del escepticismo, y cualquier promesa de recaptura es motivo de la más simple y jocosa chorcha. Pero la huida en tono de farsa tiene otro punto ciego, un punto en absoluto festivo. Además de sus familiares, no pocos han celebrado la huida de el Chapo y parecen verla sino como una suerte de desagravio contra lo que consideran un mal gobierno, como un desagravio que parece exhibir de manera contundente la ineficiencia y grado de corrupción de las autoridades federales.

Hay aquí, entonces, una curiosa e insana señal de esquizofrenia: se celebra justo aquello que está detrás de lo que se denuncia una y otra vez: se celebra el triunfo de la corrupción como una victoria contra quienes se considera corruptos. En esta esquizofrenia social quien pierde es el Estado de Derecho y sus instituciones.

La huida de el Chapo es inexplicable sin ese punto ciego que es la corrupción, pero no conviene perder de vista que su fuga vuelve a poner en circulación a un delincuente cuyo éxito se mide, sí, por el tamaño de su riqueza y su alta capacidad para corromper a quien hay que corromper, pero también, y más aún, sobre todo por su alta peligrosidad para la sociedad misma… incluyendo aquellos que celebran su fuga.

Por lo pronto, al Gobierno Federal le urge la recaptura de Guzmán más por razones de credibilidad y legitimidad -de honor dirían algunos- que de seguridad pública. Pero para la sociedad lo que es urgente y ya del todo impostergable es el reforzamiento del Estado de Derecho y sus instituciones.

 



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