Ya está aquí. Su incómoda presencia es, por lo menos, ya inevitable en los think thanks y en las antesalas de las oficinas públicas de muy alto nivel decisorio. En esas plataformas de lanzamiento, en las que se fraguan los programas sociales y las iniciativas de reforma de gran calado, ha solicitado ya su carta de naturalización, y está visto y probado que no se le podrá negar.
Hablamos de la evaluación, de la incómoda evaluación, como uno de los componentes de la nueva gestión pública, bajo la que han estado siendo diseñados muchos de los programas sociales y algunas de las reformas estructurales más emblemáticas hoy en marcha en nuestro país.
Hoy quisiera referirme al papel que este componente juega en la Reforma Educativa, puesta en marcha desde ya hace algunos meses y cuyo desenlace resulta aún incierto para sus implementadores.
De todos los componentes de la Reforma Educativa, el de la evaluación ha sido precisamente el más controversial; y el que a final de cuentas ha terminado por ponerle el cascabel al gato. Regiones enteras del país, de nuestro vasto sistema educativo mexicano, han manifestado su animadversión a este “incómodo” componente, a grado tal que si hoy en día hacemos un repaso de la discusión central de toda la reforma, los bandos se dividen entre aquellos que quieren y aquellos que no quieren trabajar con la evaluación de por medio en su proceso de implementación.
No debe perderse de vista que la evaluación es ante todo una herramienta; sí, con un enorme potencial para apoyar al éxito de la reforma en su conjunto, pero sin perder de vista su carácter instrumental. La evaluación no debe ser vista como un fin en sí misma, es apenas un medio -muy útil- para apoyar al resto del proceso.
Tan malo resulta para el logro de los objetivos de mejora de la calidad de la educación de nuestros hijos, el que sólo nos agrade que se publique como resultados de nuestras evaluaciones, aquellas cosas y aspectos de logro que “lucen bien” frente a la opinión pública, escondiendo en el baúl los desaciertos y fracasos de esta delicada tarea, como peor resulta el partir de una visión impertinente de considerar al maestro como mero participante de una especie de torneo deportivo, en el que nuestro análisis de su desempeño se limite a valorar a cuantos lugares está el maestro por arriba o por debajo, comparado con el de la escuela de enfrente. Ese no es el propósito de la evaluación como instrumento de la nueva gestión pública en materia educativa.
Susan Welch, académica norteamericana, quien ha sabido entender muy bien este asunto de las resistencias a la evaluación nos comenta: “Ha sido decepcionante la historia de la investigación evaluativa hasta nuestros días. Pocos son los ejemplos de aportaciones importantes a las políticas y a los programas que puedan citarse. La razón, en parte consiste en la notable resistencia de las organizaciones a la información indeseada -así como al cambio indeseado… Hay por ende un ingrediente político en el proceso de evaluación que es necesario considerar”.
Tuve oportunidad hace algunos años de participar en tareas de operación nacional de algunas iniciativas que nacieron precisamente con una perspectiva innovadora de evaluación de componentes y de resultados en materia educativa. Tal fue el caso del Programa Escuelas de Calidad, del que fui, hace doce años, coordinador territorial nacional y me parece que el éxito de su implementación, hoy en día, en las poco más de 47 mil escuelas públicas, en que este programa funciona, se finca en mucho en el peso asignado a las tareas de evaluación de la gestión escolar que cada escuela hace de manera ordinaria para transformar sus prácticas educativas.
Adicionalmente debo confesar, con toda modestia, mis prendas académicas: tengo 24 años como profesor de cátedra, 14 de ellos en el sistema Tecnológico de Monterrey. A lo largo de todo este tiempo he sido evaluado semestralmente en mi performance docente. Ello me ha obligado a mejorar mis prácticas de aula y a revisar la calidad del aprendizaje que cotidianamente les transmito a mis alumnos. Así que, la evaluación a veces puede parecer como algo incómodo a nuestro performance profesional como profesores, pero se puede convivir con ella, e incluso salir bien evaluado.
Política de la buena: Confío en que la decisión que habrá de tomar el Congreso del Estado para el nuevo fiscal, conservará los estándares de calidad que dejara el exprocurador Felipe Muñoz Vázquez.