La semana pasada comenzamos en esta columna el festejo por los 150 años de la aparición de Alicia en el País de las Maravillas. Hablé de algunos datos poco conocidos sobre el origen y la publicación, pero faltó platicar propiamente de la obra: de qué trata y por qué es tan importante. En otras palabras, contarles por qué me da tanto gusto este aniversario y por qué creo que vale la pena acercarse a los libros de Lewis Carroll.
Quizá tendríamos que empezar hablando un poquito de lo que es la literatura para niños y niñas. Ya les he compartido aquí varias veces el repelús que me dan los libros que, tratando de disfrazarse de historias, en realidad buscan dar lecciones o moralejas. Ya he comentado también que, salvo muy esporádicas excepciones, estos libros lo único que consiguen es que sus lectores se sientan traicionados o, por lo menos, aburridos. Lo que no he dicho antes, creo, es que durante mucho tiempo lo normal era precisamente eso: que los libros para niños y niñas tuvieran únicamente un carácter formativo. Algunos libros tenían como objetivo simplemente enseñar a leer y otros buscaban dar lecciones morales, casi siempre a través de historias terroríficas -bueno, a nosotros ahora nos parecen terroríficas o cómicas, dependiendo del ángulo desde el que las analicemos. Pero en su momento, estas historias no pretendían hacer reír mediante la exageración ni deleitar al lector por medio del espanto. Por ejemplo, en las primeras versiones de su historia Caperucita Roja sufre una muerte terrible por desobediente, la de Perrault es una de ellas (nada de que llega un leñador a rescatarla). La primera edición de los Cuentos de Antaño de Perrault es de 1697; pero en la época en que era niña Alicia Lidell (la pequeña que inspiró a Lewis Carroll la historia del país de las maravillas), la situación era prácticamente la misma. Con una diferencia: el surgimiento de una clase media ilustrada significaba el surgimiento de una clase de niños y niñas que no necesitaban trabajar desde pequeños y que no podían dedicarse al oficio (¡la profesión!) familiar sin recibir instrucción que tomaba bastante más tiempo que el que hace falta para poner a un muchachito a ordeñar vacas o a una muchachita a coser vestidos. A eso, agreguemos el hecho de que esta clase media ilustrada favorecía los matrimonios menos tempranos, por lo que las chicas tenían un tiempo para dedicarse a eso, a ser chicas, antes de enfrentar las responsabilidades de la maternidad (y no faltaba tanto para que empezaran a asistir a las universidades).
En medio de estos cambios, es comprensible que esos niños y niñas, que tenían más tiempo para prepararse pero también para jugar, divertirse y disfrutar su infancia, recibieran con gran entusiasmo Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas: en lugar de los típicos libros llenos de enseñanzas morales o de las terroríficas historias tradicionales, presentaba a una protagonista que se les parecía: una niña curiosa, traviesa, dispuesta a cuestionar las actitudes adultas e incluso a reírse de ellas. No sólo eso: el libro de Carroll está lleno de chistes que ahora quizá no comprendamos (a menos que busquemos una edición anotada de Alicia, cosa que les recomiendo efusivamente) pero que en su momento eran clarísimas referencias a obras formativas que se les recetaba a los niños en la escuela y de las que, seguramente, estaban hartos. A pesar de los intentos de psicoanalistas e historiadores, que tratan de encontrar significados ocultos relacionados con la psique o con la situación política de Inglaterra durante la vida de Carroll, lo cierto es que Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas y su continuación, A través del espejo y lo que Alicia encontró ahí, son libros que fascinan a los lectores más jóvenes porque se relacionan directamente con su forma de relacionarse con lo que los rodea: a través del juego, de la duda, de la risa. Más aún: el propio Carroll escribió una versión de Alicia para niños más pequeños, en la que explicaba las ilustraciones, hacía chistes más accesibles y promovía una relación activa entre el autor, el texto, el niño o niña y el adulto que le leería a dicho niño o niña. Si suena avanzadísimo para nuestros días, ¡imagínense cómo fue recibido en 1890!
Seguramente los padres de los primeros fans de Alicia se sintieron un poco desconcertados, pero es una suerte que haya sido mayor que ese desconcierto el gusto de ver a sus niños y niñas tan felices de leer. Seguramente, ese mismo desconcierto hizo que editores y otros autores se interesaran en la obra de Carroll y vieran un nuevo territorio inexplorado, o -si queremos verlo desde el lado mercantil- un mercado ávido y dispuesto.
Por suerte para nosotros, Alicia sigue aquí, con nuevas ediciones y nuevas versiones (a veces afortunadas, a veces no), tan viva y tan niña como cuando nació hace 150 años.