En vivo debe ser mejor / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Se me ocurrió escribir sobre esto el martes pasado, mientras, manejando mi auto, escuchaba el disco de Steely Dan “Live in America, 1995”, qué discazo, la verdad, es impresionante, sería bueno en alguna ocasión preparar un banquete en donde propusiéramos en el menú los mejores discos de rock o de jazz o de blues en vivo, sin duda sería algo muy interesante, y este disco estaría definitivamente en la lista, pero volvamos al tema del banquete de esta semana.

Te decía que escuchaba esta joyita mientras soportaba el calor y el tránsito pesado de las 14:00 horas, aun cuando todas las escuelas están de vacaciones. La primera canción del disco se llama Aja (léase eiya), canción que da nombre al disco de 1977 con tintes más cercanos al jazz que al rock, finalmente así ha sido esencialmente el perfil de Steely Dan, agrupación cuya base se centra en dos grandes músicos, Donald Fagen y Walter Becker. Pero ya ves cómo me distraigo con facilidad del asunto del que me quiero ocupar, vamos al grano, de cómo debe ser tocada la música en concierto.

En alguna ocasión alguien me comentó que había ido a un concierto en la ciudad de Guadalajara, no recuerdo de quién, pero lo que me llamó la atención fue que me dijo lleno de entusiasmo: “increíble, tocaron las canciones exactamente como en el disco”, no le dije nada, pero me quedé pensando que para estas gracias, mejor me quedo en mi casa y escucho el disco sin gastar en un viaje a otra ciudad y en la adquisición de un boleto. No sé tú, que amablemente has aceptado la invitación a la mesa en donde se sirve el Banquete de los Pordioseros, no sé tú, pero si yo voy a un concierto, espero precisamente algo más de lo que me ofrece una audición del disco, de hecho, lo último que espero es eso, que se toquen las canciones igual que en la grabación, en un concierto esperas la improvisación, los infaltable solos, el de batería, por supuesto, o el de guitarra o teclados, la chispa, la ocurrencia de última hora del cantante, no sé, todos esos elementos que no encontramos en la grabación en estudio.

Cuando la música está ya grabada cada vez que reproduzcas el disco sonará igual, evidentemente no puede ser diferente, posiblemente tu estado de ánimo, que por supuesto es cambiante, es lo que haga que escuches la música diferente, pero la grabación está ahí, independientemente de tu humor, está ahí y si el disco se reproduce un millón de veces, un millón de veces sonará igual.

Pero en vivo no, ese es justamente el principal encanto de la música en concierto, aun con la música clásica en donde la improvisación no existe y los músicos tocan fielmente lo que está escrito en la partitura, aun en este caso, si asistimos una noche a escuchar, por ejemplo, la Sinfonía No. 7 de Anton Bruckner con la Orquesta de la Royal Concertgebouw de Amsterdam y la batuta de Bernard Haitink, y a la siguiente noche asistimos a esta misma mítica sala de conciertos de Amsterdam a escuchar a la misma orquesta con el mismo director y la misma obra, ambas ejecuciones serán, sin duda, muy diferentes, sin contar con el hecho de que nosotros, como espectadores , también cambiamos. No se trata solamente de asistir dos veces a escuchar el mismo concierto con los mismos intérpretes, sino de apreciar la inconmensurable belleza de un monumento sinfónico en dos ejecuciones distintas, lo que nuestros oídos perciben será diferente, simplemente por el hecho de que no se puede tocar lo mismo en dos ocasiones distintas, aun con la misma partitura en el atril. Ese es, en efecto, uno de los grandes encantos de la música.

Con el jazz, el rock o el blues, en donde la improvisación es un elemento indispensable, es prácticamente una necesidad no tocar la música exactamente como en el disco. Los que asistimos a un concierto esperamos, además de la improvisación, cosas distintas, no sé, un espectáculo visual, como sucede con Pink Floyd o en Genesis en los tiempos de Peter Gabriel, que hacía, de cada presentación, toda una puesta en escena. Aunque debo decir que yo siempre he defendido el hecho de que la música se basta a sí misma, no necesita de elementos externos para convocar a grandes masas. Un concierto de Bob Dylan, por ejemplo, no necesita más que al músico parado en el escenario con una guitarra acústica y su armónica para convocar a, no sé, 20 o 30 mil personas en un estadio, eso es lo que siempre he defendido, pero claro, cuando una buena propuesta en el rock recurre a un espectáculo como el que ofrece Pink Floyd, con puercos volando o muros que se derrumban, o a Peter Gabriel saliendo al escenario del bombo de la batería de Phil Collins caracterizando a un anciano, o Keith Emerson girando en el aire con un piano de cola, definitivamente lo aplaudimos, pero lo importante no es eso, porque detrás de todo este montaje, hay una muy sólida propuesta musical, eso sí importa. Lo criticable es cuando se tiene toda esa parafernalia y hay una escandalosa ausencia de contenido musical, vemos por ejemplo a Kiss montando todo un espectáculo, pero con una escandalosa carencia de argumentos musicales.

Escuchaba el disco “Live in America, 1995” de Steely Dan con Canciones como Aja o Reelin’ in the years, y las escuché completamente diferentes a la grabación en estudio, y me quedé pensando que, definitivamente, en vivo debe ser mejor.

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