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El triángulo geopolítico / Taktika

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Washington, D.C., Unión Americana. 20 de julio de 2015. Las marciales notas compuestas por Perucho Figueredo, el Himno de Bayamo, se escuchan cuando la bandera de la estrella solitaria es izada en la embajada de Cuba. Al mismo tiempo, los gritos de “¡Viva Cuba libre!” y “¡Abajo el comunismo!” alternan con los de “¡Fidel, Fidel!” y “¡Viva la revolución!”.

Minutos después, el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, dirigiéndose a los invitados, entre los cuales figura Roberta Jacobson, futura embajadora de los EUA en México, dice: “Invocamos la memoria de José Martí, quien vivió consagrado a la lucha por la libertad de Cuba y conoció profundamente a Estados Unidos. En sus Escenas norteamericanas, nos dejó una nítida descripción de la gran nación del norte y el elogio de lo mejor de ella. También, nos legó la advertencia de su desmedida apetencia de dominación que toda una historia de desencuentros ha confirmado”.

Las escenas arriba descritas sirven como introducción al presente artículo, el cual hace un recuento del cartabón geopolítico compuesto por Cuba, los EUA y México.

En 1519, Hernán Cortés utilizó a Cuba como la plataforma para conquistar a México-Tenochtitlán. Con el paso del tiempo, la ínsula caribeña junto con las penínsulas de Florida y Yucatán se erigió en “un eje estratégico en el Golfo de México, América del Norte y América Central” (Jesús Velasco Márquez dixit).

La situación comenzó a cambiar en 1763 cuando la presencia francesa fue eliminada de la parte continental de la América septentrional y España recibió el territorio de la Luisiana. En 1783, al firmarse el Tratado de París, el cual concluía la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, el diplomático español, conde Aranda, dijo que la novel república boreal llegaría a ser “un coloso temible en estas comarcas”, sin otro objetivo “que su engrandecimiento”.

La joven república norteña se había propuesto extenderse allende los territorios ubicados al oeste del río Mississippi y adueñarse del Golfo de México. Para ello, era necesario eliminar la presencia ibérica en Tejas, la Florida y Cuba.

El primer paso fue la venta, por parte de la Francia napoleónica, de la Luisiana. Esta comercialización, efectuada en 1803, significó que la Unión Americana adquiría partes o la totalidad de Arkansas, Colorado, Iowa, Kansas, Louisiana, Minnesota, Missouri, Montana, Nebraska, las dos Dakotas y Wyoming.

La segunda fase fue la invasión de la Florida occidental. Esta irrupción, legalizada por el Tratado Onís-Adams de 1819, mediante el cual España conservaba Tejas pero perdía la Florida, Oregón y la posibilidad de navegar el río Mississippi.

La irrupción del México novel en 1821 significó que el reparto para el futuro drama geopolítico compuesto por Cuba -bajo dominio español-, y los Estados Unidos se completaba. Un mexicano de ideología conservadora, Lucas Alamán, entonces secretario de Relaciones Exteriores e Interiores, expresó la realidad geopolítica en los siguientes términos: “Cuba es para México, condición sine qua non de su grandeza o el grillete más apretado de su esclavitud. Cuba sin México, está destinada al yugo imperialista. México sin Cuba es un prisionero dentro del Golfo de México”.

Determinados a completar el “Destino Manifiesto”, en 1835 los Estados Unidos alentaron la rebelión de los colonos anglófonos de Tejas, la cual se perdió al año siguiente. Posteriormente, en 1847 México “cedió”, tras injusta liza, la mitad de su territorio.

Durante la “Gran Década Nacional” (1857-1867), Cuba figuró como la plataforma para los planes conservadores y franceses de apoderarse de México. Basta con recordar las instrucciones dadas el 3 de julio de 1862 por parte de Napoleón III al general Elías Forey, jefe de la fuerza expedicionaria gala: “No tenemos ningún interés en que la República de los Estados Unidos se apodere de todo el Golfo de México y desde ahí domine las Antillas y la América del Sur”.

Tras la victoria de la Unión en la Guerra de Secesión, en 1865, y la derrota de la Intervención Francesa en 1867, Estados Unidos, a partir de 1869, comenzó a presionar a España para que reconociese la autonomía de Cuba, pues era primordial para completar su dominio del Golfo de México y explotar las plantaciones de caña, café y tabaco.

En 1898, pretextando la misteriosa explosión del crucero USS Maine, en La Habana, los Estados Unidos declararon la guerra a España y despojaron al decrepito imperio ibérico de Cuba, Guam, las Filipinas y Puerto Rico. Por último, la enmienda Platt proporcionó, a la Unión Americana, a perpetuidad la base naval de Guantánamo.

Durante la primera mitad del siglo XX, Cuba se constituyó en el burdel de los Estados Unidos en el Caribe. Sin embargo, esto cambió con el triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, encabezada por los hermanos Castro Ruz, Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos. El nuevo régimen implantó un sistema de corte socialista y se convirtió en el fulcro de la geopolítica mundial durante la llamada Crisis de los Misiles en 1962, la cual estuvo a punto de llevar al mundo a la destrucción.

México, a pesar de las presiones yanquis, no rompió relaciones con Cuba, ya que esto le permitía ser congruente con los principios de política exterior, actuar como intermediario entre los dos antagonistas y evitar que el régimen castrista apoyara a los grupos disidentes en México.

La situación cambió con la desaparición de la Unión Soviética en 1991, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994 y el comienzo de la alternancia en el poder en México a partir del año 2000.

Ante la nueva realidad mundial, el gobierno de Raúl Castro Ruz, con la mediación del papa Francisco, abrió nuevos canales con el gobierno de Barack Obama. Esta iniciativa rindió frutos y provocó la normalización de relaciones diplomáticas.

Finalmente, en estos momentos estelares en que Cuba pasa del anatema yanqui al diálogo constructivo, quedan varias interrogantes: ¿Volverá el hogar del fiero siboney a ser el lupanar caribeño de antaño? ¿Sobrevivirá el socialismo en la isla? ¿Cuba se integrará al TLCAN? ¿Qué rol jugará México en la futura transición cubana?

Aide-Mémoire.- En 1933, el futuro Eduardo VIII era el verdadero nazi, no una inocente niña de siete años.

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