Científicamente comprobado / Análisis de lo cotidiano - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Acostumbro comprar periódicos y revistas en un local que está en el centro comercial llamado Plaza Universidad. El propietario es un hombre amable y conversador, en su negocio también vende libros y dulces típicos. Me informa que el negocio se sostiene gracias a los diarios y las revistas de espectáculos, chismes y telenovelas. En segundo lugar se venden bien las revistas de modas, cosméticos y dietas, que son conocidas malamente como “revistas femeninas”. Los libros están de adorno, no tiene una gran variedad y ni siquiera están actualizados, pero no importa porque de cualquier manera no se venden. El único trabajo que tiene con ellos es sacudirlos diariamente para quitarles el polvo. Aunque algunos clientes compran novelas de tema vaquero y policial diciendo que han adquirido su libro semanal. El mismo vendedor tiene calificadas como “científicas” tres o cuatro revistas, de las cuales, una de ellas cuyo nombre suena Interesante, es la que se puede considerar verdaderamente seria. Las otras mezclan asuntos esotéricos, hipótesis fantasiosas, rumores y propuestas infundadas como si fuesen temas científicamente comprobados. Entonces nos damos cuenta de que la información difundida en internet, redes sociales y aún en algunos diarios es abundante en falsedades, inconsistencias y confusiones que son presentadas como temas académicos, pero sobre todo que se insiste en que son comprobados. Suelen mencionar de manera superficial institutos o universidades mal citadas, que presuntamente hicieron los estudios que comprueban lo dicho. Carl Sagan dijo que son los mismos científicos los responsables de que la ciencia no sea conocida a nivel popular. En cierta ocasión Sagan viajaba en un taxi en la ciudad de New York y el chofer lo reconoció, le dijo que le admiraba por su programa televisivo Cosmos y que él mismo gustaba de leer ciencia. Sagan le preguntó que había leído y el conductor muy orgulloso le comentó que tenía varios libros sobre tarot, horóscopos, las profecías de la gran pirámide y temas similares. Al astrónomo lo dicho le produjo una gran tristeza y se dijo para sí: “Aquí tenemos un hombre que tiene el gusto por leer ciencia, pero nadie se ocupó en mostrarle los verdaderos libros científicos y sobre todo, que los académicos no escriben para el lector popular”. Los investigadores del campo de la ciencia suelen escribir sólo para ellos y además su estilo literario es muy aburrido. Nicholas Carr en su libro ¿Que le hace internet a nuestras mentes? critica duramente a los usuarios de la maravillosa herramienta que es internet que puede ser una fuente de información y conocimiento, pero que en realidad es utilizada mayoritariamente para trivialidades. Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo afirma que la ciencia y la cultura avanzan peligrosamente a su desaparición por la vulgarización de los términos. Ahora cualquier música estridente o película llena de efectos especiales es considerada cultura. Y cualquier comentario sobre los astros y la salud se tiene por científico. Jorge Volpi en su ensayo Réquiem por el papel defiende su creencia de que el libro escrito en papel habrá de desaparecer muy pronto y no solamente por la profusión de los libros electrónicos, sino porque cada día toda la población mundial lee menos. Es común autoflagelarnos diciendo que los mexicanos leemos muy poco. No es consuelo, pero lo mismo sucede en todo el planeta.  ¿Y cual es la solución? En primer lugar los productores de ciencia que suelen ser las universidades y los institutos de educación superior necesitan comenzar a difundir los hallazgos científicos entre el pueblo mediante publicaciones amenas, divertidas y fáciles de entender. En segundo lugar, utilizar los nuevos recursos, la televisión, el internet y las redes sociales para dar a conocer la ciencia que se está produciendo, aplicándola a lo que ya sabemos que la gente consume, las dietas, la salud, el mejoramiento de su bienestar, la tecnología de uso diario como celulares y computadoras, la música, el cine y ¿por qué no? hasta en los chismes sobre las vida de los artistas. Y en tercer lugar, pues resulta obvio, necesitamos crear ciencia o al menos conocer lo que se está haciendo en otros países. Las universidades entrenadoras de profesionistas para el mercado laboral ya no son la prioridad. Abundan las fábricas de títulos, en las cuales el alumno paga, asiste y sale. Se requiere elevar el nivel y que nuestras universidades hagan ciencia. Ello es costoso y no siempre repercute en ganancias económicas para la institución, pero sí en prestigio. Los institutos de salud oficiales como el Instituto Nacional de Cardiología, el de la Nutrición, el de Oncología, Neurología, Medicina Genómica y muchos más están dedicados a la investigación científica con más pena que gloria ya que la mayor parte de su presupuesto se les va en la medicina asistencial y queda muy poco para la creación de ciencia. Nuestro estado tiene científicos que han hecho verdaderos hallazgos y aportaciones muy serias. Pero son perfectos desconocidos. Y eso está científicamente comprobado.

 

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