El pasado 12 de julio celebramos, el 54 aniversario, del Día del Abogado. A todas ellas y a todos ellos, mis compañeros colegas de profesión, quiero dedicar estas líneas a manera de reconocimiento por la inestimable contribución que hacen al desarrollo social, político y económico de México.
Advocatus, es el término del latín que desde antiguo sirvió para referirse a quienes licenciado o doctores en derecho, usualmente se encargaban de la defensa y la dirección de las partes involucradas en procesos judiciales o administrativos; también para quienes eran capaces de brindar a sus clientes asesoramiento y consejo jurídico.
A don Federico Bracamontes, a la sazón director del periódico el Diario de México, debemos la selección del 12 de julio, pues en los anales de esta celebración constan dos sucesos de relevante trascendencia en la enseñanza del derecho en nuestro país: por un lado, ese día pero de 1533, se estableció en la Nueva España la primera cátedra para la enseñanza del Derecho y se dictaron las primeras Ordenanzas de Buen Gobierno. Y por el otro, que como consecuencia de esa decisión, Carlos V, emperador español, por cédula expedida el 21 de septiembre de 1551, ordenó la creación de la Real y Pontificia Universidad de México el 25 de enero de 1553.
Mi preferencia profesional por la abogacía provino en sus primeras etapas, de mi inclinación casi natural por las actividades relacionadas con la política. Eran los años juveniles en los que había que decidirse por alguna profesión de vida y yo no fui la excepción. Ingresé en 1982 al Centro de Artes y Humanidades de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, en la carrera de derecho cuarta generación, como la opción más interesante de desarrollo profesional que me permitiría atender de mejor manera mis actividades en el servicio público. Y no me equivoqué.
La carrera fue en buena medida por esos años, el elemento catalizador de mi formación política y pública, pues a través de la reflexión jurídica pude entender mucho de lo abigarrado y complejo que suele ser nuestra realidad. Mi pasión por la política creció lejos de disminuir tras el paulatino paso por las aulas.
Hice muy buenas migas. Con algunos de los colegas de aula de ese entonces, me liga una permanente e inalterable amistad que viene de ese tiempo de común brega por el título: Lorena Martínez, con quien desde entonces vengo compartiendo sólidos afectos y proyectos comunes, también aventuras políticas en las que hemos probado las mieles del triunfo y las hieles de la derrota; Omar Robledo, Sara Millares, María Elena Ornelas, Carmen Aranda, Ofelia Martínez y Mario Muñoz, mis compañeros de andares por el campus universitario, con quienes compartí momentos inolvidables de estudio y reflexión, como por ejemplo Catalina Díaz Barba, Cata, le decíamos con cariño, nos conseguía la sala de juntas de la Dirección General del Hospital Hidalgo, para la preparación de nuestros exámenes.
Debo reconocer y agradecer, la paciencia y el saber de algunos maestros que tuve en la UAA: Efrén González Cuellar, formador de generaciones de aguascalentenses, Jesús Antonio de la Torre Rangel, con quien tuve oportunidad de trabajar algunos proyectos de investigación, que terminaron felizmente en sendos proyectos editoriales, en los que generosamente fue reconocida mi humilde contribución académica; Miguel Sarre, Francisco Ramírez Martínez, Moisés Rodríguez Santillán, Javier Aguilera García, Elmer Avendaño, Sergio Rodríguez Prieto y Ricardo González, entre otras y otros de reconocido prestigio académico y profesional.
Algunos de ellos, los menos afortunadamente, hoy ya no están aquí con nosotros, pero es de justicia no seguir bordando estas líneas sin mencionarlos: A Francisco Ramírez Esparza, nuestro muy querido Compañerito, quien llegó a ser presidente del Supremo Tribunal de Justicia, así como al también entrañable maestro Chito, Jesús González Romo, de muy grata memoria.
Ya en el servicio público tuve la enorme oportunidad de trabajar al lado del también abogado Otto Granados Roldán como gobernador, de quien fui su secretario particular por casi tres años, y con quien conservo y aprecio una añeja y sincera relación de amistad que proviene precisamente de cuando estaba buscando labrarme un espacio en el difícil mundo del servicio público y de la política. Acepto sin rubor, con el mayor de los gustos, que le aprendí y mucho.
“Entre abogados te veas”, sentencia la conseja popular. Pues bien, yo me he visto a lo largo de más de 25 años, entre abogados y abogadas, y de ellos y ellas he aprendido mucho. Me llena de orgullo la profesión que ejerzo, a grado tal que no he tenido empacho alguno en recomendarle a mi hijo que estudie abogacía, si así decide hacerlo, como de hecho ya me ha ocurrido, para feliz satisfacción de su padre.
Política de la buena: Quiero expresar mi sincero agradecimiento a las Brigadas Médicas Bautistas originarias de los estados de Luisiana y San Luis Missouri, Estados Unidos, que estuvieron los pasados tres días apoyando nuestra labor de gestoría en los distritos locales V y XII, del oriente citadino, que la diputada Rosa Elena Anaya Villalpando y un servidor representamos ante el Congreso del Estado.