Pasada una contienda electoral que deja múltiples mensajes, señales encontradas, disputas abiertas, solidaridades rotas, contradicciones sociales desde lo local que suben hasta lo nacional, nuevas vinculaciones, duros aprendizajes en la derrota y difíciles retos para los que se alzan con victorias, es explicable que muchos ciudadanos, que declararon su hartazgo frente a la improductividad e ineficacia de la clase política extraviada en sus afanes y devaneos de hegemonía y dominación política, perciban ahora la futilidad de ensayos democráticos siempre penúltimos, pero nunca definitivos. Visión ésta muy pesimista de nuestras realidades. No obstante y aunque resulte paradójico, esta elección intermedia deja apuntes muy aprovechables para el gradual perfeccionamiento.
Quien pretenda desembarazarse por la vía rápida de esta exigencia de reflexión a partir de su experiencia vivida, está formándose detrás de la fila para quienes su móvil de vida es: “me vale…”, y pretender que se puede vivir sin importar qué pase; eligiendo así vivir en una cápsula impermeable a su entorno. Él y quienes piensan que vivir en este aislacionismo, por cierto muy reivindicativo de “mis derechos individuales intocables e irrenunciables”, lo que está haciendo en la realidad es vivir en un autismo social; actitud muy cercana al narcisismo más exacerbado… el mundo comienza y termina en mi yo; yo soy el ombligo del universo. Postura que a todas luces es absolutamente insana.
El otro gran conjunto es el que conforman quienes opinan que “sí importa”, que una contienda política como por la cual acabamos de pasar nos deja toda una serie de mensajes, retos, cuestionamientos, incertidumbres, logros también, avances aunque sean precautorios pero en la dirección correcta. Y el constatar estos hechos, despierta en nosotros el poder de decidir sobre un compromiso con las realidades inexcusables de mi entorno social y político. Lo importante no es si ganaron los azules, los rojos, los amarillos, los verdes, los naranja, los turquesa, los violeta… Lo que trasciende una competencia comicial es la definición de los nuevos proyectos para construir o seguir construyendo convivencia, ciudadanía, sociedad civil políticamente organizada y participativa, paz, seguridad, sostenibilidad económica y desarrollo hacia el futuro, acceso al bienestar, apropiación de los factores de la calidad de vida. Por qué no decirlo en términos bioéticos generales: los derechos irrenunciables a bien nacer, bien vivir y bien morir. De manera que quede perfectamente claro que la posición individualista y egoísta de “me vale” es insostenible frente a la de “sí importa”.
Hagamos un breve paréntesis para fundamentar nuestra reflexión. Resulta que la reivindicación de los derechos o garantías individuales que protegen las constituciones políticas de los estados libres y soberanos es el fundamento esencial para hacer vigente un Estado de Derecho; sin embargo, dichas garantías fincan una relación inseparable de los derechos sociales y/o políticos de los mismos individuos vistos como ciudadanos. Ambas esferas de la interacción humana constituyen nuestra forma civilizada de coexistencia y de convivencia pacífica, productiva y aun de una vida feliz; precondiciones todas éstas de una auténtica bioética social. Es así como hemos aprendido en la práctica aquello de que mi libertad termina allí donde comienza la de los otros. Principio moral fundamental que pone cada pieza en su lugar, a la hora de ponderar qué tanto debe pesar el catálogo valoral de lo individual, frente al catálogo valoral de lo colectivo.
El gran sintetizador de la Edad Antigua, San Agustín de Hipona, en su obra cumbre La Ciudad de Dios, asume que tanto en la vida celeste como en la Tierra el hombre y la mujer alcanzan su perfección no en una vida aislada y solitaria, sino en un peregrinar por la Historia “cum sociis… (con socios)”; esta solidaridad básica de los ciudadanos de la ciudad terrena se traslada y alcanza su plenitud en la comunión perfecta de los ciudadanos de la ciudad celeste. Lo que podemos entender como una visión sumamente esperanzadora de que lo efímero y transitorio de nuestra estancia terrestre, tendrá un desarrollo culmen y de totalidad en la vida celeste.
Pues bien, la importancia de contrastar el “me vale” versus “sí importa” nos conduce a un gratamente sorpresivo y sugestivo principio moral que resulta ser el humor. Sí, está leyendo usted bien, el humor no pretende probar nada, pero precisamente en ello está su fortaleza, aunque se pudiera burlar de la misma moral, le basta ser cómico… Podrá decirse que es una virtud anexa, ligera, in-esencial, rara; pero al fin una gran cualidad. Se recuerda aquello de que un santo triste es un triste santo y que un sabio sin humor ¿podría ser sabio? -Al final el humor es reivindicado por un autor como Alain (Definitions, Pléiade, Les arts et les dieux. P.1056): “El espíritu es eso que se burla de todo y por eso el humor forma parte, con derecho pleno, del espíritu”.
El significado del humor es profundo: “La lucidez enseña que todo es irrisorio, excepto lo trágico. Y el humor agrega, con una sonrisa, que eso no es trágico”. Existe una verdad del humor: “la situación es desesperada, pero no es grave”. No faltan razones para reír o para llorar, pero ¿llorar? ¡Sería tomarse demasiado en serio! Más vale reír: “no creo que haya en nosotros tanta desgracia como vanidad, ni tanta malicia como estupidez (…) Nuestra condición propia y peculiar es tan ridícula como risible” (Montaigne, Essais I, 5 p. 303 de la edición Villey-Saulnier).
El autor que nos trae esta gran bocanada de aire fresco es André Comte-Sponville, en su obra Pequeño Tratado de las Grandes Virtudes (Editorial Andrés Bello 1996), quien sitúa perfectamente el papel del humor en aquellas situaciones que se tiende a la gravedad, el enojo, el encono, la soberbia, el rencor frente al que ha triunfado: “Cuando el humor es fiel a sí mismo conduce más bien a la humildad. No hay orgullo sin intenciones de seriedad ni intenciones serias sin orgullo. El humor atenta contra el orgullo, quebrando la seriedad. Y por ello es esencial que el humor sea reflexivo, que se comprometa en la risa que contagia o en la sonrisa, aun amarga, que suscita. Es menos una cuestión de contenido que de estado de ánimo”, se refiere de Groucho Marx una estupenda declaración: “Pasé una velada excelente, pero no fue ésta”. Evidentemente si se le dice a la anfitriona sería una ironía, pero dicha al gran público es más bien humor.
Curiosamente, para recomponer al país con todo y su urgente devenir, es más sugerente hacerlo con humor, porque al final veremos cuán irrisorios somos, enfrentados en múltiples contradicciones de actitudes graves, de melancólicos tonos y seriedad en los rostros… Nos falta la humildad de reconocernos imperfectos y atrevernos a dar un paso junto y solidario, con nuestros socios de camino, y aprender a reírnos de nuestra pesadumbre y gravedad.