No creo que exista tema más central a la opción irrestricta por la vida que su alternativa inescapable del bien morir. Este enfoque tiene fundamento en la comprensión que aporta la bioética filosófica acerca de la muerte: “La angustia, dicen los filósofos existenciales, es ante todo anticipación de muerte. Por eso Heidegger, Jaspers y otros filósofos de la poderosa corriente existencialista alemana situaron a la muerte en el centro de la condición humana y sostuvieron, sin titubeos, que una existencia auténtica requiere una clara conciencia de la muerte. ‘Tomar a la muerte dentro de la propia vida’ fue una de sus tesis principales”. Se trata de una cita del doctor Juan Ramón de la Fuente, en su ensayo El médico ante la muerte del enfermo, que publica la revista Nexos en su edición de este mes de junio 2015 y acompaña a otros tres brillantes ensayos, con diversos enfoques sobre el tema.
Antes de entrar en materia, quiero advertir a nuestros queridos lectores que esta iniciativa vanguardista de los autores que firman los cuatro ensayos no es una mera moda temática ni un trending topic para alimentar las redes sociales con disímiles o multiversos comentarios; lo cual, aunque así suceda, no opaca ni reemplaza la importancia pública y social que habrá de adquirir el tópico central que aquí nos ocupa. Es importante referirnos a la toma superior de decisiones que asumió el Consejo de Salubridad General del Sistema de Salud de México el pasado 3 de diciembre de 2014, en su primera sesión ordinaria, de promulgar la obligatoriedad de los cuidados paliativos, bajo estos términos:
Acuerdo por el que el Consejo de Salubridad General declara la obligatoriedad de los esquemas de manejo integral de cuidados paliativos, así como los procesos señalados en la Guía del Manejo Integral de cuidados paliativos. “Único. Se declara la obligatoriedad de los esquemas de manejo integral de cuidados paliativos, así como los procesos señalados en la Guía del Manejo Integral de Cuidados Paliativos, misma que, para brindar una debida certeza jurídica, se incluye como Anexo Único del presente Acuerdo. Para los integrantes del Sistema Nacional de Salud será obligatorio el cumplimiento de las disposiciones del presente Acuerdo (DOF, 26/12/2014)”.
La declaración explícita de esta nueva política específica de salud para México marca un antes y un después para este tipo de servicios médico-clínicos de cuidados paliativos.
Asumimos de antemano que el tema de fondo plantea dilemas y cuestionamientos propios de una visión integral como la de la bioética en materia de la vida Que para el caso presente nos ubica en el planteamiento de las decisiones acerca del final de la vida. Al respecto el mismo doctor Juan Ramón de la Fuente advierte: “Las actitudes ante la muerte son también muy distintas. Algunos quieren morir en su cama y otros prefieren hacerlo ‘con las botas puestas’. La mayor parte de los seres humanos deseamos vivir el mayor tiempo posible gozando de buena salud y morir sin sufrimiento (De ahí que el tema de los cuidados paliativos se vuelva necesario, pues habría que recordar que el uso de opiáceos, cuando un enfermo experimenta dolor severo, es un derecho humano fundamental que todos debemos exigir).” (Cfr: Ut supra).
Esta declaración se complementa con los ensayos de II. Los parámetros legales de la muerte digna en México, de Fernando Gómez Mont Urueta y IV. Morir con dignidad, de Héctor Aguilar Camín -en la misma revista-, me concentraré en hacer algunos comentarios sobre la distinción importantísima y fundamental entre eutanasia y cuidados paliativos, que aborda el tema III. El difícil camino: Eutanasia y suicidio asistido, de Arnoldo Kraus.
El autor define: “El encarnizamiento terapéutico -seguir tratando a enfermos sin esperanzas- surge cuando la sociedad no exige respetar sus derechos y los médicos no se comprometen con sus pacientes”. Para luego establecer: “Eutanasia es el acto o método que se aplica para producir la muerte sin dolor y finalizar con el sufrimiento en pacientes terminales y sin esperanza. Eutanasia activa implica la finalización deliberada de la vida por medio de una terapia encaminada a procurar la muerte. La eutanasia pasiva reviste dos formas: la abstención terapéutica -no se inicia el tratamiento- y la suspensión terapéutica -se eliminan los tratamientos iniciados-. Para quienes sufren y no hay esperanza, la eutanasia activa es “más humana” que la pasiva: finaliza antes el sufrimiento y las vejaciones innecesarias. La eutanasia activa se aprobó en Holanda en 2001, en Bélgica en 2002 y en Luxemburgo en 2009”.
Añade una variante, que es: “El suicidio asistido consiste en proveer al interesado los medicamentos adecuados para terminar con su vida. El médico funge como guía pero es el enfermo quien decide cuándo y dónde ingerirlos y quiénes serán sus compañeros en el momento final. Suiza con dos clínicas: Exit (1962. Sólo para ciudadanos suizos) y Dignitas (1998, incluye extranjeros) oferta este servicio. Le han seguido varios estados de los Estados Unidos: Oregon (1997), Washington, Montana y Vermont”. La conclusión del médico catedrático Kraus es categórica: “Eutanasia y dignidad constituyen un binomio inseparable. Solicitarla y llevarla a cabo es la decisión más compleja para cualquier ser humano. Quien pide morir enaltece dos valores fundamentales: autonomía y libertad”.
Posición clara y definida, pero no necesariamente expresa el consenso de la comunidad mundial concernida en la bioética, la que para referirse al encarnizamiento terapéutico utiliza el término distanasia, y coincide con la definición de Eutanasia que aporta el doctor Kraus; sin embargo, introduce un tercer término, la ortotanasia. Ésta se define como la intervención mediante los cuidados paliativos que se administran para mantener la mejor calidad de vida posible hasta la muerte; afirman la vida y consideran la muerte como un proceso natural: ni la aceleran ni la retrasan -Su etimología se deriva de los vocablos griegos orthos que significa «recto y ajustado a la razón» y thanatos que significa «muerte». Y su sentido es el de actuación correcta ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable o en fase terminal.
Sin pretender resolver de un plumazo este dilema bioético central, yo opino que esta vía representa la opción bioética que concita el mayor consenso y en la que pudiéramos anclar nuestras alternativas ante el derecho humano del bien morir, por dos razones de fondo: Primera, es intrínsecamente diferente el dinamismo de matar, que llamaré acción occisiva directa, del dinamismo que implica el dejar/permitir morir, o acción occisiva indirecta. Terminología que expresa con lucidez y sin ambages el contenido real de las acciones. La tercera vía es asistir con eficacia el advenimiento o proceso de la muerte, custodiando el derecho del que ha de morir de vivirlo con dignidad, al reducir o paliar su extremo dolor y brindarle la opción de una sedación paliativa cuando el final de su vida es ya irreversible. Esta intervención paliativa final no acelera ni frena la muerte, sino que permite el libre desarrollo del dinamismo intrínseco a la acción de morir, no tan solo dejando que sus procesos ocurran de manera orgánica hasta el punto límite de su desenlace, sino apoyando al moribundo a que ocurran sin causarle dolor, extrema angustia o temor incontenible, más bien como resultado de una opción previa querida y consentida, al decir de los especialistas en “acuerdo silencioso” (silent agreement).
En ese sentido el doctor Gómez-Lobo, profesor de metafísica y de filosofía moral en la Universidad de Georgetown, en Washington, se expresa: “En el área de la salud la expectativa de una baja calidad de vida se ha convertido en una racionalización estándar para justificar la eutanasia, sin embargo, proclamar que se beneficia a una persona matando a alguien con una baja calidad de vida es ‘profundamente malo’”. Y profundiza: Una persona que sufre de problemas de salud “está gozando todavía del bien básico de la vida, un bien que se distingue de cualquier mal que la persona pueda experimentar” Además, es “una presunción intolerable” para un observador externo el juzgar que la vida del paciente “no es digna de vivirse”. He aquí el dilema del bien morir.