Si usted es, como yo, usuario frecuente de Facebook, conoce el último escándalo, fuente de apasionamiento y enardecimiento colectivo: la mujer que prendió fuego a un gatito y subió su video. Suficientemente impactante como para desviar la atención del voto, la anulación y los candidatos independientes, del triunfo del Cuauh, los recuentos y toda la bola de nieve electorera que pudo crecer esta semana y quedó contenida por el brutal acto de la susodicha. Sorprende que los entusiastas de la conspiración no hayan achacado a los hombres detrás de la cortina el lastimoso incidente como intento de sofocar la cruda postelecciones.
El atroz acto se esparció de manera viral y resultó tener su origen en estas tierras. Se llegó rápidamente al paradero por el ahínco que varios usuarios de la red mostraron, incluso ofreciendo de manera espontánea una recompensa de cinco mil pesos a quien diera información sobre la insensata mujer. Para la mañana del miércoles alguien había localizado, vía Google Maps, la casa en cuestión. La pesquisa ciudadana tuvo efectos rápidos y contundentes -y creo, sin precedentes-: la asociación Amigos Pro Animal, en compañía de la Procuraduría Estatal de Protección al Ambiente y la Humane Society International acudieron al domicilio para iniciar un proceso legal que según algunas fuentes traerá como consecuencia una multa de 34 mil pesos.
Como casi siempre, poco me interesa el fenómeno mismo sino lo que subyace a éste -con la situación además que el acto mismo como una cosa terrible está fuera de discusión-: la pasión con que se inició la búsqueda, el enardecimiento colectivo, el precio por la cabeza y la alianza ciudadana por la causa me dejaron pasmado. Dos tópicos principales me atraparon del fenómeno, insisto, más allá del aterrador acto mismo de la infame mujer: en primer lugar, el deseo de venganza y la violencia expresada en los comentarios que se leían alrededor de la mujer. ¿Qué esperarán que suceda si le atrapan? -pensaba-, y ¿eso les satisfará?, era la pregunta que me asaltaba después con la sensación de que la respuesta sería “no”.
Un policía disparó a un hombre en la espina dorsal, frustrando un intento de asalto en el DF, los comentarios suscitados giraban en torno a que el hombre era un héroe, que esperaban miles de esos en el país y que ojalá no se buscara como castigarlo, a razón de que se intuía que si el asaltante nunca había mostrado su arma (aunque a la postre resultó llevar una) probablemente el oficial se había separado del procedimiento. Aclaremos que todo está grabado. “Llegarán los de la Comisión de Derechos Humanos a proteger a los rateros”, decían otros. Parece claro que la ley no nos satisface más. Parece que apegarnos a ella nos parece corto, insensato, intolerable. A algunos les pareció hace unos meses que un dibujo ofensivo podría merecer la muerte en castigo. Se discutió al mismo tiempo la falta de los dibujantes como la de los asesinos, simultáneamente y a veces hasta en el mismo campo semántico, aun cuando hacer chistes malos no esté penado legalmente y matar sí.
Borges decía que las ideas del cielo e infierno le parecían desproporcionadas, que los actos humanos no merecían tanto. ¿La maldad o bondad contenida en una vida merecerán en premio o castigo una eternidad? ¿Cuál es el rasero para que dos almas compartan ese sino? ¿Qué tan bueno o qué tan malo debería uno de ser para merecer uno y otro destino? Tomando en cuenta una gran cantidad de comentarios vertidos en torno al lamentable caso del gatito, parece haber una buena parte que opinan que, al menos, la mujer del violento acto merece en respuesta las llamas, terrenales o ultraterrenas. Copio (sin edición ortográfica, pero sí con la correspondiente censura, en el estricto orden de la página donde los vi) algunos comentarios: “Hija de tu **** madre Ojala y te pudras en el infierno y que arda toda tu **** familia gente malnacida, si fuera tu vecino le prendería fuego a tu casa mientras duermen y así gozar como gritan en la noche y que sientas lo que los animales sintieron.”; “QUIERO VER AL GATITO HOY, ver su recuperación, él es el importante. **** maldita Merece morir quemada.”; “Por que no hay un asesino en serie que mate a personas que lastiman al mas idefenso puro sicopata como esta **** de ****”; “Y cuantos años de cárcel. No quedo convencida que con 34,000.00 pesos queda reparado el daño. Lo va a volver a hacer y ahora sin difundirlo… Seguimos en espera de mas noticias”; “Que le quemen así la cucaracha para que vea que se siente…. Ojo por ojo animal por animal”; “Que la maten y también a sus hijos que tal y salen igual a ella de maniacos”.
¿Cómo funciona nuestro rasero moral? No es a mí a quien me interesa decir quién merecería o no el infierno (para empezar porque tal noción me parece extraña e improbable), pero el fenómeno me lleva a pensar que a quienes les interesa no encuentran diferencias entre este acto, los feminicidios, la pedofilia, la horca para los homosexuales, el secuestro o, incluso, la matanza sistemática de animales. No pretendo dar una respuesta, ni siquiera sugerirla -porque no la tengo- sino lanzar una pregunta ¿entonces todos esos actos son igual de graves? ¿No necesitamos ya una escala de graduación? ¿Qué dice de nosotros que deseemos el peor castigo posible a la insensible mujer, que nuestra tolerancia ha disminuido a cero o que nuestros esquemas molares se han sofisticado tanto que requieren una construcción nueva más allá de las intuiciones que tendríamos “en frío”?
Pero más allá de castigos ultraterrenos, hemos de administrar la justicia en esta tierra y la ley parece tampoco bastarnos. No leí un solo comentario que señalara la espera de un trato estrictamente conforme a la ley. Ni para ella. Ni para el policía. Ni para los delincuentes. La ley parece hoy poca cosa. El deseo de la ley del talión parece haberse guardado por años y hoy, con la inmediatez de las redes sociales, se vuelve un grito continuo. Parecemos desear más venganza que justicia. ¿Será que las leyes se han quedado cortas? Si fuera así, ¿por qué, de cualquier forma, estamos tan enojados?
Cuando la justicia no es suficiente vale la pena pensar si las leyes se quedaron muy cortas o nuestra indignación nos ha llevado muy lejos de ellas.
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Fuente: http://www.siete24.mx/atrapan-a-ladyquemagatos-14480/