El siete de junio la ciudadanía, al sufragar, abstenerse o anular su voto, no sólo decidió mayoría y minorías, y con ello eligió representantes y gobiernos, sino además expresó su percepción acerca de la realidad que vive cotidianamente y nos deja el mensaje de cuanto rechaza y demanda.
Ante todo, el alto abstencionismo y el amplio porcentaje de votos nulos manifiestan inconformidad por la condición real que ha guardado en más de dos décadas la economía -tan solo de 1991-2011, la productividad total de los factores en la economía mexicana, en promedio anual fue negativa en 0.39 por ciento (INEGI)-, el desarrollo social y la convivencia política. Se expresa escepticismo respecto a la transparencia electoral. Vemos una sociedad políticamente dividida, no únicamente por la desigualdad socioeconómica y cultural, la inequidad en las oportunidades y por la exclusión, también porque separa a quienes no se sienten representados de aquellos que todavía creen en el valor del voto ciudadano. En el fondo subyace una cuestión esencial que aún no enfrentamos: el déficit del diálogo democrático; la ausencia de comunicación eficaz entre ciudadanos, partidos, candidatos, sectores sociales.
En espera de presenciar un veredicto oficial concluyente, en el país y en diecisiete entidades, destaca una sociedad políticamente fragmentada, la conflictividad de los litigios electorales (con la consecuencia lamentable que sea en los tribunales, y no en las urnas, donde eventualmente se decida la voluntad ciudadana, con la posibilidad intolerable de acuerdos entre las cúpulas), así como un Congreso Nacional subdividido en dos grandes minorías, una izquierda dividida, diez fuerzas políticas y un diputado independiente.
Por otro lado, cinco estados de nueve que eligieron gobernador decidieron cambiar de rumbo. Optaron por la alternancia. Votaron por otro partido político o, en Nuevo León, respaldaron la vía independiente. En este caso cabe precisar que se trata de la negación de una larga militancia partidista, pero presuntamente vinculado, ¿dependiente?, a fuertes intereses económicos sin rostro y sin responsabilidad pública.
En este escenario, ¿cuál es el futuro del país?, ¿cuál es el rumbo que debemos seguir?, ¿qué pasará con las profundas reformas emprendidas, más las que faltan, sobre todo en lo social y el desarrollo rural?
El grado de responsabilidad es diferenciado conforme al poder político que la voluntad ciudadana ha asignado, pero cualitativamente a todos toca por igual un elevado deber ante la nación y la historia.
Abrumado el país entre el fracaso del neoliberalismo, la rigidez tecnocrática y el populismo ramplón obsesionado por el caudillismo mesiánico; es claro el repudio a una derecha ineficaz sin propuesta y sin corazón, así como a una izquierda conflictiva alejada de la democracia; pero también es patente la duda respecto al centro atrapado en la ambigüedad hacia el compromiso social.
Son advertencias para todos, no sólo a los partidos, sino también a los gobiernos, las élites económicas y sociales, la jerarquía eclesiástica, el movimiento sindical, la academia y los medios informativos.
La principal lección viene a confirmar que el ciudadano de a pie está más informado y es más maduro de lo que suponen los encuestólogos y los operadores políticos. La población sabe con certeza lo que quiere. Demanda respuestas y soluciones realistas, viables, que se reflejen en su bolsillo y en el bienestar de sus familias.
Acaso ese es el sentido y el mandato del sufragio dividido, el cual crea, en una compleja dialéctica de contrapesos y equilibrios, un marco político sin mayorías. Es evidente la demanda de nuevos consensos a partir de un diálogo nacional, amplio e incluyente, a fin de construir un acuerdo político de alto nivel que venga a corregir la desconfianza y la incertidumbre que vive el país, una vez que inicie funciones la próxima legislatura federal.
En esta fase crítica de la vida democrática de México estamos en el momento de las definiciones y los compromisos; por encima de particularismos o de intereses parciales, legítimos, pero parciales. La ciudadanía demanda acciones claras y concretas para abordar a fondo las cuestiones para un desarrollo competitivo y justo. No quiere privilegios, frivolidad, incompetencia. Desaprueba, enérgicamente, la corrupción y la impunidad de los gobiernos, sea cual sea su signo ideológico. Rechaza las cortinas de humo del escándalo mediático que centra la atención en lo inmediato, pero no en lo importante.
La solución radica en la política misma, porque es el único instrumento que tenemos para perfeccionar la estructura institucional, que facilite el desarrollo de la naciente democracia mexicana superando básicamente tres desafíos:
- Gobernabilidad democrática, con eficacia jurídica de la ley.
- Competitividad basada en el desarrollo humano integral con equidad distributiva.
- Pago de la deuda social con los marginados para romper ese círculo pernicioso de la pobreza extrema.
El propósito de superar estos desafíos es garantizar la eficiencia económica del mercado y la eficacia social del Estado, es -debe ser- el fruto a desarrollarse en la democracia.
Conviene recordar una vez más a Ignacio Ramírez, frecuentemente citado por Reyes Heroles: el reto de los mexicanos es ponernos de acuerdo en lo esencial, y lo esencial es México.
Habiéndose agotado el Pacto por México -que además dejó temas pendientes- es urgente asegurar nuevos fundamentos y caminos amplios al diálogo y al consenso, privilegiando la inclusión sin descalificaciones ni intolerancias.
Claramente, prevalecen tres visiones de México y múltiples verdades políticas. Pese a todo, está representada la vasta diversidad nacional. En este complejo contexto deben identificarse las coincidencias para alcanzar acuerdos básicos y generar condiciones para recuperar el crecimiento de la economía, abatir los rezagos, impulsar el desarrollo social, fortalecer el papel promotor y coordinador del Estado. Resulta inaplazable destacar el lugar prioritario de la sociedad, para que individuos y familias vivan con libertad, seguridad, bienestar y dignidad. Es momento de sumar y actuar.