Moscú, Unión Soviética. 9 de octubre de 1944. Ansioso por prevenir el control soviético sobre el Mediterráneo oriental, el primer ministro británico Winston Churchill arriba, tras visitar Egipto e Italia, a la capital rusa para negociar con Josef Stalin el reparto de una serie de países europeos: Bulgaria, Grecia, Hungría, Rumania y Yugoslavia.
El inglés de mejillas sonrosadas dice al cacarizo georgiano que el Reino Unido “no se preocupa mucho por Rumania”. Respecto a Grecia, Churchill afirma tajante: “Gran Bretaña debe ser la potencia dirigente en el Mediterráneo”. El vozhd (líder) del mundo comunista palomea la propuesta británica. Churchill sugiere quemar el documento pero Stalin dice “no, guárdalo”.
La escena arriba narrada sirve como introducción al presente artículo, el cual pretende explicar y analizar, en momentos en que Grecia está al borde del abismo financiero, la importancia geopolítica del país heleno, concentrándose en el siglo XX y principios de la actual centuria.
Para el diccionario Larousse, la geopolítica se define como el “estudio de las relaciones entre los elementos geográficos y la política de los Estados”. La importancia geopolítica griega es por ser “la única parte de los Balcanes accesible desde varios litorales al Mediterráneo”. Además, es “geográficamente equidistante entre Bruselas y Moscú” (Kaplan, The Revenge of Geography, Random House, 2012, pp. 152).
Durante la Segunda Guerra Mundial, el dictador italiano, Benito Mussolini, invadió Grecia el 28 de octubre de 1940 para dominar el Mediterráneo. No obstante, los planes italianos fracasaron ante la resistencia helena. Al ver que su aliado era vapuleado, Adolf Hitler, quien preparaba la invasión de Rusia, estaba preocupado por la isla de Creta, “hogar isleño donde rondan los minotauros” (Patrick Leigh Fermor dixit), ya que los británicos podrían utilizarla para lanzar ataques aéreos contra los campos petroleros de Ploesti, Rumania, los cuales abastecían a la maquinaria bélica germana.
Asimismo, un gobierno antinazi había tomado posesión en Yugoslavia. Por ello, el 6 de abril de 1941, las tropas alemanas comenzaron la invasión de Grecia y Yugoslavia. Los griegos combatieron encarnizadamente y, a pesar de contar con el apoyo de la Gran Bretaña, se replegaron a Creta. Finalmente, el 27 de abril, la esvástica ondeaba sobre la Acrópolis de Atenas.
Sin embargo, la victoria nazi está incompleta: Creta sigue en manos británicas. Para eliminar esta amenaza, Hitler decide lanzar a los paracaidistas germanos, quienes superados en número por sus adversarios británicos, se alzan triunfantes.
Tras tres años de brutal ocupación, el 26 de septiembre de 1944 los británicos comienzan la liberación de Grecia. Por su parte, Churchill, tal y como se narra al principio de este artículo, estaba preocupado por la posibilidad de que los soviéticos se adelantaran al Reino Unido. Tras lograr la aquiescencia de Stalin, el 13 de octubre los británicos entraron en Atenas. Sin embargo, las divisiones internas afloraron: los comunistas griegos se enfrentaron a los monárquicos y a las tropas británicas.
Una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, la situación permanecía tensa en Grecia, donde el 31 de marzo de 1946 estalló la guerra civil entre los guerrilleros comunistas, apoyados por el mariscal Tito de Yugoslavia y las fuerzas monárquicas, apuntaladas por 40 mil soldados británicos.
A comienzos de 1947, el gobierno británico informó al de los Estados Unidos su imposibilidad de proseguir la ayuda económica y militar a Grecia. El presidente Harry Truman aceptó sustituir a los británicos. El 12 de marzo Truman anunció la doctrina homónima cuando enuncia que los Estados Unidos “apoyarán a los pueblos libres que resistan las tentativas realizadas por minorías armadas, o a través de presiones exteriores”.
La Guerra Civil Griega terminó en octubre de 1949 con la victoria de las fuerzas monárquicas. Sin embargo, la situación económica y social, aunada a la crisis de Chipre, provocó la inestabilidad. Para detener a los comunistas griegos, Washington, que necesitaba proteger sus bases militares en suelo heleno, apoyó el golpe de Estado del 21 de abril de 1967, perpetrado por los coroneles, “un grupo de militares zafios de mediana graduación” (Robert D. Kaplan dixit), cuya ideología era el anticomunismo, el antiparlamentarismo y un concepto rígido del poder.
Ni el retorno a la democracia ni el ingreso al Mercado Común europeo aseguraron la estabilidad para Grecia. Tras años de derroche, la crisis estalló en 2010. Hastiados de la austeridad impuesta por el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, los griegos votaron, en enero de 2015, por el izquierdista Alexis Tsipras.
Tsipras ha forjado una alianza con el presidente ruso, Vladimir Putin. Ejemplo de lo anterior es la oposición griega a más sanciones contra Rusia y la firma, el pasado viernes 19 de junio, para instalar una compañía que construya un gasoducto que, atravesando el mar Negro y Turquía, surta de gas ruso a Grecia y al resto de Europa. De esta manera, Putin espera fracturar al frente antiruso, propalado por los Estados Unidos.
Lo que ocurra en Grecia afectará las sanciones contra Rusia, el destino de la zona euro y, además, influirá en el resultado del referéndum británico de 2017, en donde se decidirá la permanencia o no del Reino Unido en la Unión Europea.
Es por ello que me gustaría recordar las palabras del metafísico griego, Nikos Kazantzakis, quien en su obra, Informe para Greco, dice: “Grecia está justo en medio; es el cruce geográfico y espiritual del mundo”.
Aide-Mémoire.- La patria de Francisco Villa y Emiliano Zapata hubo de ser defendida del “pelucón” Donald Trump por personajes tan disímiles como Cher, Nicolás Maduro y Rob Schneider.