Por José Luis Justes Amador
Para Alejandro Zúñiga, coleccionista
de las fronteras de lo políticamente correcto.
“Ya sea heterosexual u homosexual, el amor siempre es ilegítimo. El amor siempre es un escándalo. Un hombre libre, le gusten las chicas o los chicos, siempre está expuesto a la venganza de los transeúntes honestos. A un espíritu libre, las leyes que le permiten amar, o que se lo prohíben, le importan un carajo.”
Gabriel Matzneff es un autor poco traducido al inglés y al español, un autor de esos que tiene una cofradía secreta de lectores y, por supuesto, un autor al que o se le ama o se le odia. La crítica de Francia, su país, se divide entre los elogios, merecidos (“un genio viviente”), a las invectivas más directas (“un pervertido que debería estar en la cárcel en lugar de publicando”).
“Cuando yo tenía doce o trece años, la pedofilia era un pecado venial, casi una demostración de buen gusto.”
De Gabriel Matzneff sólo hay publicado un libro en español Ebrio del vino perdido, en los años noventa por Ultramar. Es, dentro de sus novelas, sin lugar a dudas su obra maestra, la que le valió calificativos como “el libertino sentimental”, “el libertino metafísico” o el simple y acertado Gaby le Magnifique. En la novela, escandalosamente realista, Angiolina, una muchacha de quince años, conoce el amor de la mano de dos libertinos, Rodin y Kolytcheff, en un viaje que desde Francia termina en Ceilán y las islas Filipinas. “Pasional e impúdica, nostálgica y endemoniada”, como el mismo autor la describe, Ebrio del vino perdido es una novela que demuestra que la maestría de un escritor no siempre tiene que coincidir con lo políticamente correcto.
“Catorce años es la edad que yo mismo tenía cuando fui conquistado, seducido, iniciado en los placeres del amor, desvirgado, ‘violado’, diría el Código penal, por la hermana mayor de uno de mis compañeros. Era mucho más mayor que yo, muy guapa, muy sensual, muy dulce. Guardo de aquella primera experiencia un recuerdo tierno y encantador.”
Aunque Matzneff habla de sí mismo como “un viejo pobre y un escritor deshonrado”, es, y fue, un dandi de la vieja escuela de Wilde, un corsario de guante amarillo como Brummel, una esteta que únicamente apuesta su fe en lo bello. “Sobre esta Tierra, los dos únicos misterios que nos permiten percibir, fugazmente, lo que puede ser la cara de Dios, son el amor y la belleza”. Aunque esa belleza, o el modo en que Gabriel Matzneff la encuentra, no sea el modo en que las almas bienpensantes de lo políticamente correcto, la nueva inquisición, encuentre correcto.
“Algún día el viento cambiará de dirección, la gente estará cansada de que el Estado, la Justicia y la policía le dicte lo que debe pensar, escribir, fumar, comer, amar (y sobre todo lo que no debe pensar, escribir, fumar, comer, amar), y se alzará contra este fascismo de la salud y de la virtud que nos domina, que pretende controlar nuestras vidas.”
Gabriel Matzneff está fuertemente asociado con la editorial La Table Ronde, donde publicó la mayoría de su obra, la editorial ‘oficial’ de lo que en Francia se conoce como nouvelle droit, la nueva derecha. Ese grupo francés, comandado intelectualmente por el inteligentísimo Alain de Benoist, se define a sí mismo como “gramscistas de derechas”. Una derecha que no es aliada ni de la iglesia conservadora ni del poder fáctico de la oligarquía, sino de la cultura como motor del mundo. Una derecha que reivindica por igual a Pound que a Tolkien, a Celine y a Casanova, a Mishima y Gandhi. Una derecha que cree, sobre todo, que si el mundo va mal es porque la economía y la política se ha alejado del verdadero valor humano, la verdad que hay en toda belleza.
“Los cabrοnes que quieren asesinarme socialmente poniéndome en la frente la estrella amarilla del pedófilo no tienen la menor idea de la belleza que entraña lo que experimentamos juntos, a pesar de nuestra diferencia de edad. –Tal vez al contrario, sí que tienen esa idea, y te hacen daño porque están celosos de ti”.
Además de novelista (su última obra publicada hasta ahora La lettre au capitaine Brunner fue ganadora del exclusivo premio Cazes), Gabriel Matzneff es un diarista de tiempo completo. “Ciertamente es delicado publicar todavía en vida un diario íntimo tan impúdico como el mío pero quiero hacerlo ahora antes que ceder a la tentación de la censura o la destrucción cuando yo esté muerto”, dice. “Impúdico” es un adjetivo que le queda corto a una obra, 13 volúmenes de diarios hasta hoy, que no muestra ningún reparo en detallar encuentros amorosos, algunos más fugaces que otros, con colegialas y colegiales de entre doce y diecisiete años en París, además de vacaciones de turismo sexual en el extremo oriente con todo lujo de detalles.
“Ayer, cuando se hablaba de filopedia, se pensaba en Estratón de Sardes, en Teócrito, en Catulo; en los ángeles de Veronese; en el matrimonio del duque de Lauzun; en las colegialas de Casanova; en las nínfulas de Ingres; en el Svidrigáilov de Dostoievski en Crimen y castigo; en las fotografías del barón von Gloeden; en Muchachas de uniforme de Leontine Sagan; en El trigo en ciernes de Colette (y de Autant-Lara); en Otra vuelta de tuerca de Henry James (y de Benjamin Britten); en La muerte en Venecia de Thomas Mann (y de Luchino Visconti); en Lolita de Nabokov; en los lienzos de Balthus. Estábamos en un mundo civilizado”.
Gabriel Matzneff, más allá de sus temas (“sólo puedo escribir de lo que he vivido”), más allá de lo que las fuerzas del orden puedan pensar, es, y sobre todo, un escritor de los que ya no quedan, un escritor que hace de su vida su obra y viceversa. Un escritor que recuerda con nostalgia los buenos tiempos y los grupos de elegidos.
“Los amantes de la juventud forman una sociedad secreta cuyos miembros no necesitan de insignias ni de gestos acordados para reconocerse”. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir.