Abstencionistas, anulistas e independientes
Enrique F. Pasillas
Así somos hoy los ciudadanos mexicanos. Abstencionistas, anulistas e independientes. Porque no se puede negar la evidencia de la pasada jornada electoral del 7 de junio: las mayorías en el país entero esperan y piden un nuevo tiempo mexicano, en palabras del recordado Carlos Fuentes. En las elecciones del pasado 7 de junio se confirman dos tendencias crecientes ante el profundo descrédito del régimen entero, de los partidos políticos y de la partidocracia en su conjunto: gana la abstención por un amplísimo margen, que roza en algunas entidades federativas como Baja California o Aguascalientes el 70% del padrón, o lo que es lo mismo: casi siete de cada diez no votaron pudiendo y debiendo hacerlo.
Así las cosas, es lícito preguntarse ¿de qué representatividad o legitimidad pública gozan entonces los cargos públicos así elegidos? Gana también el anulismo, que se consolida como auténtica fuerza política del país, con casi 5% del total de los sufragios emitidos a nivel nacional.
Pierde el partido en el gobierno, sus partidos satélites, el deslegitimado INE y perdemos también la mayoría de los ciudadanos que apostamos por cambios sociales pacíficos cumpliendo con nuestros deberes ciudadanos.
Así, el mensaje de la elección del 7 de junio es claro: vivimos en un régimen con un sistema político agotado, plagado de vicios viejos y nuevos que convence a muy pocos y que se caracteriza por su baja calidad democrática, por su corrupción y por sus espasmos alternados de pusilanimidad y autoritarismo, como bien lo apunta Aguilera Lesprón en la “Esfera Pública” de LJA de la semana pasada; es fenómeno acrecentado en las pasadas décadas a pesar de la alternancia y las nuevas formas de participación política.
El resultado es la clara fragmentación política y social, la ausencia de fuerzas reales de oposición al régimen y una nociva concentración del poder y legitimidad que le quedan a la clase política, con los graves resultados que todos conocemos. Así, vivimos en un tercer año del sexenio de la restauración agotado antes de terminar, con una economía estancada que no crece, sin justicia social, sin respeto a los derechos humanos de importantes colectivos desfavorecidos y en medio de constantes amenazas a la seguridad y a la paz pública en todo el país. Un país de ciudadanos de “baja intensidad” que se abstienen o que anulan justo cuando más se requiere su participación convencida, ciudadanía harta, insatisfecha y decepcionada ante la falta de resultados tangibles para las mayorías.
De este entorno casi desesperante se explica el éxito de algunos focos de disidencia política convertidos en candidaturas independientes, que significativamente ocurre simultáneamente en los tres centros urbanos más importantes del país: La capital, con la irrupción de Morena en las delegaciones políticas y la mayoría en la Asamblea legislativa, arrebatando espacios al gobernante PRD; el cómodo triunfo de Alfaro y compañía en Guadalajara y toda su zona conurbada o la arrolladora victoria de El Bronco en Nuevo León, en un fenómeno inédito y que es dable esperar que se reproduzca algún día en todo el país.
Acá en nuestro terruño, la numeralia electoral nos cuenta que el estado es una de las tres entidades con mayor abstención en el país, con 63.63%, sólo superado por Chihuahua o Baja California por ejemplo, con más de 70%. También una de las tres con más votos nulos, con 6.83% del total, superando en la preferencia a siete partidos registrados con una votación menor al total de los votos anulados. Dice bien el colega jornalero Mario Granados en estas mismas páginas: “El monumental rechazo de los (y las) aguascalentenses a candidatas, candidatos, partidos, gobiernos, políticos y demás especies non gratas, fue generalizado, puntual y exacto. Se presentó, tanto en las zonas marginadas del oriente de la ciudad, como en la Zona Dorada del norte citadino y en los territorios clase medieros altos, medios y bajos.”
Visto lo visto, queda muy claro que hace falta introducir cambios urgentes en las normas electorales que establezcan claramente consecuencias jurídicas al voto nulo, a la abstención o a los votos por candidatos no registrados y que penalicen a todos los partidos en contienda, como atinadamente propone Gilberto Carlos Ornelas. Pero hacen falta también muchas otras reformas de corte democrático para no quedarnos en la mera discusión y anécdota anulista: eliminación del régimen presidencial y sustitución por otro parlamentario o semiparlamentario, segunda vuelta en las elecciones presidenciales que permita construir coaliciones de gobierno responsables y con balances y contrapesos; simplificación de las reglas para abrir las candidaturas independientes, prohibiciones expresas para partidos y candidatos respecto a las dádivas electorales, fiscalías para delitos electorales autónomas del poder, una estructura amplia del INE que tienda a eliminar las cuotas y los cuates del Consejo General y del Servicio Profesional Electoral. Y por supuesto: una justicia electoral limpia y sujeta en todo a la SCJN.
Y más: hace falta la renovación integral del pacto político fundamental que refunde y le dé viabilidad a la República. La idea no es nueva ni original, la han propuesto desde hace años personalidades tan disímbolas como el jurista Jaime F. Cárdenas, el ex jefe de gobierno Cuauhtémoc Cárdenas o el obispo Raúl Vera, entre otros. La Nación Mexicana en su gran mayoría necesita un nuevo pacto social, porque el que dio origen al Estado mexicano ya no existe.
Posdata: Pléyade de impresentables destapes y autodestapes que más parecen guasa o bromas de mal gusto ante la total ausencia seria de propuestas de cambio político. Esto significa varias cosas: la primera, que la clase política en general, autista como es, no está leyendo a la sociedad mexicana, y que como casi siempre, a contrapelo de su propio historial reciente, se le queman las habas para que sus cuates o las burocracias de los partidos los hagan candidatos. Pero ¿qué pueden ofrecer a un electorado cada vez más exigente y crítico siendo quienes son y cómo son? ante la evidente respuesta, bien vale preguntarnos: ¿es posible replicar con éxito a nivel nacional fenómenos como el del gobernador Bronco o el alcalde Alfaro? ¿Y en Aguascalientes, podemos?
@efpasillas
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El acto de no votar perpetúa lo que se quiere evitar
Jesús Medina Olivares
En concordancia con el texto de Enrique F Pasillas, se concluye que la gran ganadora de la pasada jornada electoral del 7 de junio, fue la abstención.
Si bien se reconoce, los datos así lo acreditan, que para un amplio segmento de la población las elecciones para el Congreso se consideran menos importantes, por la poca trascendencia directa que, en su percepción, tienen en su entorno, resulta preocupante que en algunas entidades como en la nuestra la abstención ciudadana contó con un porcentaje total cercano al 70%, casi siete de cada diez ciudadanos que teniendo el deber cívico o moral y el derecho jurídico de votar, no lo hacen.
Cabe hacer mención que es muy distinto el caso de quienes al votar dejan la boleta en blanco o la anulan de diversos modos con esa clara intención. No obstante, en ambos casos se interpreta como una manifestación de disgusto.
El abstencionismo puede ser considerado como la exteriorización de una voluntad ciudadana que se refleja, esencialmente, en la ausencia de su participación en el acto de votar.
El concepto de abstención, del latín abstentio, significa no hacer o no obrar, situación que normalmente no produce efecto jurídico alguno. Sin embargo, en un sistema político representativo como el nuestro tiene fuertes implicaciones en el que el descenso del nivel de participación ciudadana afecta, entre otros, la legitimidad con la que los representantes populares acceden al cargo.
El abstencionismo, mecanismo opaco con su diversidad de motivaciones, por su magnitud e implicaciones políticas debe ser considerado como una señal de alerta que no puede ni debe pasar desapercibido.
El abstencionismo electoral puede encuadrarse, en una primera instancia, como un indicador de la apatía participativa o de indiferencia ciudadana.
Esta responde a una actitud de profundas raíces que está relacionada con la escasa importancia que se le asigna al voto individual, al poco compromiso con lo público y al bajo interés por la política.
El abstencionismo también se deriva de una actitud consciente pasiva en el acto electoral que denota un ánimo de rechazo al sistema político, la falta de confianza en las instituciones electorales o bien la falta de identificación con alguno de los candidatos, sus propuestas o a los partidos políticos en contienda.
En este contexto, aunque pareciera un contrasentido, bien podría hablarse de una abstención activa, un acto de desobediencia cívica mediante la cual se manifiesta la insatisfacción ciudadana.
La abstención también debe entenderse como una forma de castigo por el alejamiento entre gobernantes y gobernados.
Existe otra forma de abstencionismo que se expresa en que la ciudadanía no vota porque existe un descontento mucho más profundo. Está relacionado con la insatisfacción con el sistema de partidos, el sistema político, con el cuestionamiento de los resultados que se derivan de democracia y porque no se sienten realmente personificados en sus intereses por sus representantes populares.
Este fenómeno se registra cuando la disposición de no votar trasciende la esfera de la decisión individual para convertirse en un movimiento que, abiertamente, promueve la inhibición participativa o abstención activa, con el objeto de hacer pública la oposición al régimen político.
Los síntomas, tempranamente, se hicieron presente con las manifestaciones de diversas organizaciones sociales que, finalmente, se plasmó en los resultados electorales a través de la abstención y que, seguramente, con el tiempo encontrará otras maneras de manifestarse.
El problema radica en que la clase política no ha entendido, no ha querido o no ha podido enfrentar la crisis de representación que se vive en nuestro país y que hoy se manifiesta en toda su magnitud con estas cifras de ausencia de participación.
Esta crisis se manifiesta también en la ampliación del electorado que se ha refugiado en la figura de candidatos independientes, como en el caso de Nuevo León, entre otros.
En este contexto, no obstante que la abstención se reconoce como derecho legítimo de los ciudadanos, se han manifestado algunas voces que se inclinan a que se legisle para establecer el voto obligatorio como en Bélgica, Austria, Holanda, Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica o Uruguay, así como medidas más precisas para sancionar a los que no cumplen con el deber de votar, como en el caso de Italia donde existen una sanciones de carácter administrativo a quienes no ejercen su derecho al voto.
En lo particular considero que la obligatoriedad del voto no resuelve de fondo el problema. La abstención electoral no se combate con mecanismos de coerción.
Si bien se reconoce que en algunos países que han modificado su marco normativo para establecer la obligatoriedad del voto la abstención ha descendido sensiblemente, sin embargo, ello no significa per se una mayor conciencia política e integración en los asuntos colectivos de la ciudadanía.
El asunto es que la ciudadanía no cuenta los incentivos suficientes para propiciar su participación política. Se debe atender de raíz el problema y no sus causas.
El primer paso es reconocer que nuestro sistema político y de partidos se encuentra agotado. Los partidos políticos atraviesan por una profunda crisis en su credibilidad, su capacidad de movilización y captación del electorado. Sus acciones van en sentido contrario de las nuevas exigencias sociales.
De no tomar las medidas pertinentes ahora, en el corto plazo la abstención se volverá crónica y puede encontrar otros cauces mucho más complicados.
En el funcionamiento de los regímenes democráticos, una alta tasa de abstención propicia una deslegitimación real o potencial de los representantes populares, incluso, como lo señala Bobbio, de la clase política y de las propias estructuras democráticas.
Si democracia es la participación de los ciudadanos, la falta de participación debilita a la democracia.
El problema de la abstención es que perpetúa lo que se quiere evitar.