De cara a la jornada electoral en puerta son muchas las voces que desde diversos ámbitos han insistido en anular el voto o abstenerse como herramienta de protesta colectiva contra los malos gobiernos y la nefasta partidocracia. Destacan por ejemplo, las de la mediatizada politóloga y twittera Dresser desde la academia, o el poeta Javier Sicilia desde la sociedad civil. Es verdad que no les falta razón a esas y otras voces para sentirse frustradas, indignadas y hartas, porque efectivamente son muchos los agravios de las mexicanas y los mexicanos a manos de la corrupción, el crimen organizado o desorganizado, la violencia y la dejadez e incompetencia cotidianas en todos los órdenes de la vida pública nacional.
También es cierto que poco ayudaron a mejorar el ambiente electoral los actores: partidos políticos con zafias y demagógicas campañas; medios masivos de comunicación, siempre cargados al interés de la plutocracia; una autoridad electoral devaluada y desprestigiada por sus propios hierros y evidentes desatinos, y una ciudadanía apática y de “baja intensidad”.
Así, no es casual el alto grado de desconfianza pública detectado por el estudio-país sobre la calidad de la ciudadanía en México, pues refleja que el último reducto de confianza en los demás que nos queda a las y los mexicanos es la familia o la fe. (http://goo.gl/CPVFND).
No es extraño pues, que la sociedad civil muestre un claro descontento hacia el proceso electoral y hacia todos los actores que en él intervienen; por lo cual votar entonces no parece ser una actividad necesaria para cambiar nada, sino que por el contrario, pareciera que los votos no valen y que las elecciones como las conocemos son solo una gran simulación. Y cabe preguntarse de paso si los grandes problemas nacionales se pueden solucionar entonces con la democracia. De allí que nos preguntemos recurrentemente si votar o no votar, si anular o si votar en blanco. Sabemos por una parte que el voto es libre y secreto, aunque es necesario enfatizar que también es claramente una obligación constitucional de los ciudadanos.
A lo mejor es conveniente entonces comprender de una vez por todas que la democracia electoral que conocemos, con todas sus graves limitaciones, no es la solución mágica ni única de nuestros muchos y graves problemas sociales, aunado al hecho de que votar no es la única expresión democrática, pero desde luego que sí es una importante. Debemos coincidir entonces “anulistas” y “no anulistas” en que la participación democrática en tiempos de crisis, empezando por el voto, es más necesaria que nunca para buscar una salida pacífica a nuestros problemas sociales, muy a pesar del evidente contexto deslegitimador en que vivimos.
Así que parece más o menos claro que no votar, anular o abstenerse es una expresión válida de enorme descontento ciudadano pero también inútil, porque en el orden jurídico mexicano carecemos de un modelo eficaz que permita cuantificar la expresión de descontento y deslegitimar así formalmente a nuestros partidos, candidatos y gobiernos. Esta laguna de participación política negativa, que no es reconocida por el sistema político-electoral, resulta en una ventaja comparativa para los viejos partidos que cuentan con el llamado “voto duro”.
Pero hay que decir clara y enfáticamente que anular el voto o abstenerse, tanto da para efectos prácticos, no sirve como protesta y tampoco ayudará a cambiar nada de lo que no nos gusta. Votar sí es en cambio un derecho y una obligación ciudadana, y así lo sostiene claramente nuestra norma fundamental. Cito el artículo 35 constitucional: “Son derechos del ciudadano: I. Votar en las elecciones populares; II. Poder ser votado para todos los cargos de elección popular, teniendo las calidades que establezca la ley. El derecho de solicitar el registro de candidatos ante la autoridad electoral corresponde a los partidos políticos así como a los ciudadanos que soliciten su registro de manera independiente y cumplan con los requisitos, condiciones y términos que determine la legislación…”
Luego está el 36 fracción IIl: “Son obligaciones de los ciudadanos de la República: III. Votar en las elecciones y en las consultas populares en los términos que señale la ley…” También la última parte del 39: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.” Afirma luego el 41: “El pueblo ejerce su soberanía por medio de los Poderes de la Unión….La renovación de los poderes Legislativo y Ejecutivo se realizará mediante elecciones libres, auténticas y periódicas, conforme a las siguientes bases:…”
Queda claro entonces que sobran los argumentos jurídicos y constitucionales para sustentan nuestro derecho a votar, mismo que no es una prerrogativa, sino a la vez un derecho y una obligación ciudadana.
Establecidas entonces las razones por las que debemos votar, propongo algunos elementos de juicio y descarte para salir a votar este 7 de junio: revisemos brevemente los siguientes aspectos para votar razonadamente: ¿Cómo y por qué han votado los partidos contendientes en los temas más importantes para el país tanto en la Cámara de diputados como en la de senadores?, ¿conocemos y compartimos la plataforma electoral de los partidos que contienden en esta elección?, ¿sabemos cómo eligieron a sus candidatos? ¿Fueron procedimientos democráticos o simples simulaciones? ¿Conocemos la hoja de vida o CV de los candidatos?, ¿Qué sabemos de su trayectoria pública?, ¿Introdujeron los candidatos de nuestro distrito, municipio o estado sus datos en las iniciativas ciudadanas candidato transparente y 3 de 3: impuestos, intereses, y patrimonio, por ejemplo?, ¿la información introducida en dichas plataformas es congruente y creíble?, ¿acudió el candidato o candidata a los debates y encuentros a los que la sociedad civil los convocó?, ¿qué y de qué habló en campaña?
Si al final esa información no aparece o no esclarece del todo el panorama, siempre queda la alternativa de votar por el menos malo. Y conste que no se habla aquí del más fotogénico o el más simpático, del que conocemos de oídas o del que nos encontramos en la calle pidiendo el voto. Así las cosas, hay que votar, porque anular nos anula.
@efpasillas