Recientemente hemos sido sorprendidos por hechos de violencia que han causado una especie de shock colectivo. Hechos de violencia acaecidos, sí, como eventos aislados, pero que por la manera como estos han ocurrido, o por quienes los perpetraron, han puesto a prueba una vez más nuestra propia capacidad de asombro.
En Chihuahua ocurrió un lamentable infanticidio que involucra como autores materiales e intelectuales a niños y niñas, que por las edades de estos, no hemos dejado de preguntarnos qué es lo que está pasando. No habíamos terminado de salir de este marasmo colectivo, ante tan abominable hecho, cuando apenas hace algunas horas, aquí en nuestra estado, ha ocurrido otro lamentable feminicidio perpetrado por adolescentes, que ha dejado a nuestra sociedad en una especie de estado de estupefacción del que aún no nos reponemos.
Es en este lastimoso momento de reflexión colectiva, matizado por las distintas expresiones de protesta y frustración social manifestadas por una ciudadanía justificadamente irritada, irascible; en este momento de altisonantes vociferaciones del pueblo sobre estos hechos a todas luces reprobables, que debemos reflexionar acerca de ésta, que bien podríamos definir como la manifestación más nítida y ominosa de nuestra violencia cotidiana.
Es lamentable reconocerlo, pero tenemos que afrontar la idea de que la violencia como antivalor, como forma de contracultura, está empecinada en sentar sus reales hasta el grado de volverse ordinaria; en volverse parte de nuestra cotidianeidad. Y debemos preguntarnos por qué nos está ocurriendo esto, y afrontarlo tratando de entender sus causas.
Es innegable que hoy, en pleno siglo 21, las sociedades de la modernidad y la posmodernidad vivimos un mundo por demás complejo. Lamentablemente uno de los entregables de todo este proceso cultural, individual y colectivo son precisamente todas las formas de manifestación de la violencia que hoy conocemos: la violencia callejera, la violencia delincuencial, la violencia doméstica, y la violencia virtual, la violencia estudiantil o bullying, entre muchas otras formas que ésta suele asumir hoy en día. Y también está ahí la violencia del estado, que legitimada o no, pero con visibles manifestaciones intermitentes a los ojos de nuestros hijos.
Frente a toda esta especie de apología de la violencia que hoy vivimos, aún en medio de nuestro asombro, debemos tratar de entender el carácter multifactorial que hoy presentan los cuadros de violencia que padece nuestra sociedad. En los dos lamentables hechos ocurridos, hay evidencias que apuntan hacia la emulación de conductas que los perpetradores, infantes y adolescentes estos, tomaron de series de televisión y otras formas de violencia virtual, proveniente de la transmisión de episodios violentos a nuestros hijos a través de la televisión, el internet y otras formas de comunicación electrónica y entretenimiento.
Sí, hay mucha responsabilidad de los padres por la educación que no transmitimos adecuadamente a nuestros hijos, así como por la dolorosa ausencia de valores en muchos de los derroteros educativos que hoy les aplica el sistema educativo. Si todo eso es cierto, es mucho lo que las familias mexicanas tenemos que enmendar en este tópico. Pero no podemos negar el impacto negativo, que en todo este proceso de formación y aprendizaje, tienen los medio de comunicación en los contenidos que transmiten ordinariamente.
Esta connotación epidérmica -digámoslo así- de la violencia, en tanto que la misma se manifiesta como parte de nuestra vida ordinaria, por aparecer a flor de piel en el maltrecho tejido social familiar y social, es precisamente producto de toda esta apología potenciada exponencialmente, por la escena dantesca que nos sugiere en un momento y otro el televisor; escenas en las que lo que sobra es el rojo sangre y la furia de la violencia llevada hasta nuestros hijos, por avezados actores y actrices de este espectáculo dantesco.
Hay momentos en la vida doméstica diaria en nuestros hogares en los que al ingresar a la casa lo primero que percibimos es el fétido olor de sangre que escurre por el televisor. Ahí también hay responsabilidad por todo este paradójico guión que parece salido de uno de los libretos de Quentin Tarantino.
El otro gran factor que favorece la combustión del motor que induce a la violencia tiene que ver con la realidad. Con la realidad que irremediablemente determina el entorno. Para nadie es un secreto que el mejor caldo de cultivo para la creación y reproducción de violencia, se asocia a la descomposición social que surge de la falta de ciudad que ha traído consigo el descomunal y muchas veces irracional proceso de urbanización en que hemos convertido a nuestras colonias y comunidades. Políticas públicas equivocadas cuya impertinencia nos viene dejando este saldo con olor y color a sangre. Lamentable también hay que corregirlo con decisión.
Finalizo con Mahatma Gandhi: “Los medios violentos, nos darán una libertad violenta”, sentenciaba el pacifista hindú. Eso es lo que queremos de toda esta apología de la violencia? Para reflexionar en serio y a fondo.
Política de la buena: Un abrazo solidario a la familia de Victoria Anahí en estos momentos de dolor desgarrador que les representa su ausencia. Los responsables de su muerte deberán ser sancionados ejemplarmente. Aguascalientes tiene uno de los parámetros más severos en cuanto a las medidas de internamiento, que contempla el Sistema Especial de Justicia para Adolescentes, pues por un delito como el cometido por estos adolescentes podrían recibir una sanción de internamiento de hasta 20 años, tomando en cuenta las circunstancias personales de edad de los delincuentes y las propias del reprobable hecho.
Nunca más estas formas ominosas de violencia que tanto indignan y rebajan nuestra condición humana.