En 1947 el arquitecto Carlos Obregón decidió concluir su obra, la construcción del Hotel del Prado, pidiéndole a Diego Rivera que pintara un mural en el vestíbulo. El artista realizó una de sus más celebradas obras a la que tituló “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”. En el muro plasmó las imágenes de los paseantes por el parque más importante de la Ciudad de México, conocido como la Alameda. Se dio el gusto de incluir a todos los personajes históricos de su preferencia haciendo lo que la gente hace cuando pasea por la tarde del domingo, tomar helados, comer algodón de azúcar, dejar que los niños jueguen y sobre todo, dejarse ver vistiendo sus mejores galas, saludando y conversando con los amigos en las bancas del jardín. Si en este momento a un empresario hotelero se le ocurriera pedir a un muralista que realizara una obra similar, tendría que llamarse “Sueño de una tarde dominical en el Centro Comercial”. Resulta que casi setenta años después la vida ya cambió. La sociedad aguascalentense sigue paseando la tarde del domingo, pero no en los jardines de la ciudad. Nuestra Alameda no es un sitio para visitar, es solamente una calle para pasar y el kiosko que tiene no se usa para nada. Además, siempre está pintarrajeado con grafitis. Otros sitios como el Jardín de San Marcos ahora es un sitio para amantes de ejercicio, que corren por las mañanas, y a nadie se le ocurre pasarse ahí la tarde del domingo. La Plaza de Armas es concurrida entre semana por los trabajadores del centro de la ciudad, pero el fin de semana está desértica. Y si el Palacio de Gobierno y el Municipal salieran de ese sitio, como se ha llegado a pensar, el lugar caería en el abandono. Quizás tiene un poco de movimiento si a alguna agrupación de cualquier ideología se le ocurre realizar una manifestación con pancartas, micrófonos y gritos. Ahora que lo pienso no estaría mal realizar un estudio estadístico para saber ¿Qué resultado efectivo tiene una manifestación en la plaza? ¿Sirven para algo? ¿Realmente una protesta multitudinaria se convierte en soluciones? Sería bueno saberlo. Pero entonces ¿A dónde vamos los paseantes por la tarde del domingo? Pues a los centros comerciales, donde el objetivo no es caminar, conversar y saludar, aunque eventualmente se haga, sino comprar. El domingo se ha convertido en nuestra ciudad en un día de compras. Ya sea que se vaya al cine, a comer, a visitar la librería o cualquiera de las tiendas de ropa, calzado o electrónica, el resultado final será el mismo. Se trata de comprar. Esto es lo que le ha sucedido a nuestra sociedad, el comercio se ha convertido en la actividad central. La diversión, el entretenimiento, el ocio y el descanso no se conciben sin un manejo comercial. Las personas caminan por los pasillos pero no necesariamente lucen sus mejores galas, se visten de mil maneras diversas y todo está bien visto. Algunas damas lucen sus prendas recientes, porque eso sí, tienen que estar a la moda, pero muchas personas andarán vistiendo ropa casual, deportiva o francamente en fachas. Beneficios de la democracia, a nadie se le critica porque vaya vestido como si anduviera en casa. ¿Y qué ocurrió con la conversación? Pues algo se conserva, no mucho, porque no puedes charlar si estás en el cine o dialogando con el vendedor que trata de convencerte. Para poder platicar será necesario que entres a un restaurante o una cafetería, en la que la taza de café te resultará más cara que una prenda de vestir. Ahí puedes intentar la conversación siempre y cuando no te interrumpa la televisión con el partido dominical de fútbol o un concierto de rock intenso, o el sonido del local que seguramente estará a todo volumen y aunque lo pidas varias veces, el mesero nunca bajará el volumen. En resumen, que los citadinos seguimos paseando las tarde del domingo, pero adiós a los árboles, jardines y flores. Ahora es aluminio, cristal, pisos de cerámica, sonidos estridentes y compras, muchas compras. No es que esté bien o mal, es sencillamente que así es.