Soy melómano, luego existo / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Quiero hacer una música tan perfecta que se filtre a través del cuerpo y sea capaz de curar cualquier enfermedad

Jimi Hendrix

 

Hace no muchos días estaba en una reunión con mis compañeros de la secundaria, y el tema, como suele suceder, era la música, concretamente, el asunto de la melomanía. Algunos de mis compañeros de la secundaria son verdaderos amigos, lo han sido siempre, desde aquellos lejanos años 70, por lo que conocen perfectamente mis gustos y disgustos musicales. Uno de ellos me decía que el melómano es aquel que disfruta de la música, independientemente de lo que se esté escuchando, pero yo definitivamente me resisto a aceptar este concepto de la palabra melomanía. Más allá de la fría definición que nos da el diccionario -“amor a la música”-, por melomanía yo entiendo, además de aquel que ama y disfruta de la música, también aquel que sabe distinguir entre la buena y la mala música, sí, porque, y perdón que insista con esto que lo he comentado ya anteriormente en este mismo espacio, sí hay buena y mala música, independientemente de nuestros muy respetables gustos musicales.

A ver, dime tú, estimado invitado a la mesa para degustar de este banquete, dime, cómo es posible que después de disfrutar de, no sé, por ejemplo, la Sinfonía No. 2 de Brahms, o del Concierto “Emperador”, el quinto para piano de Beethoven, o del Trío Archiduque para piano, violín y violoncello de este mismo compositor alemán; o en otro contexto musical, del Köln Concert (Concierto de Colonia) de Keith Jarret, o del “Bitches Brew” de Miles Davis, o de, no sé, Band of Gypsys de Jimi Hendrix, Abbey Road de The Beatles, o The Lamb Lies Down on Broadway de Genesis, en fin, cualquiera de estas inmensas obras maestras de la música que oscilan entre la gran música de concierto, el rock, el jazz y el blues, después de escuchar y deleitarse con cualquiera de estos manjares auditivos, ¿cómo sería posible al menos tolerar esos géneros menores, por llamarles de alguna manera, o simplemente para no entrar en detalles, ¿cómo poder disfrutar de esa música perecedera hecha únicamente para vender sin tener alguna justificación artística, música con fecha de caducidad?, ¿cómo es posible poder disfrutar de esos bodrios malolientes?, cuando ya nuestros oídos han disfrutado del dulce encanto de la inspiración de Orfeo, de las mieles derramadas de la más profunda inspiración, ¿cómo, dime, cómo es que esto es posible?

Los criterios para poder definir si lo que estamos escuchando es bueno o malo son muchos, no es el objetivo de este banquete entrar en ese tipo de detalles, ya dedicaremos uno a platicar sobre esto, pero creo necesario, para efecto de lo que estamos tratando ahora, mencionar que uno de estos criterios es la razón por la cual se hace música, si el interés es estrictamente comercial o si hay, además, una razón artística, si existe la necesidad de decir algo, de proponer algo. Yo entiendo perfectamente que no hay quien grabe un disco, o escriba un libro, o componga una sinfonía, esperando que nadie consuma el producto, sería ridículo, ¿no te parece?. No tiene nada de malo esperar, desear, tener éxito comercial, el problema es que detrás de este legítimo interés no encontremos algo más, sino sólo eso, la vulgar y fétida voracidad en la que va implícito el condicionamiento del potencial consumidor que dócilmente va a comprar ese disco simplemente porque lo escuchó en la radio, y lo peor, seguramente va a escuchar solamente el par de canciones que escuchó en su estación favorita, de ese tamaño es su condicionamiento, nada más ruin y perverso.

Pero mira, a lo que quiero llegar es a esto: ¿realmente crees que Robert Fripp, Phil Manzanera o Chick Corea hacen música sólo para vender sus discos?, incluso, ¿crees que sólo hacen música para ejercer su legítimo y dignísimo derecho de ganarse la vida haciendo lo que les gusta y mejor saben hacer? Sin duda estarás de acuerdo conmigo en que no, definitivamente no es la cuestión económica, no es la mercadotecnia lo que mueve a estos genios de la música a hacer justamente eso, música. El artista, el músico en este caso, debe ser lo suficientemente ingenuo, limpio, puro, para creer y entender que sólo desde la trinchera del arte, de la música en este caso, es posible poner un orden en este caos en el que vivimos, sólo desde esta trinchera es posible generar un contrapeso a toda esa cacofonía perecedera, inútil, pestilente cuyo hedor ofende, nos ofende a nosotros, los melómanos, los que amamos la música con un amor incondicional.

No, definitivamente no es posible, no lo acepto, el melómano no es el que disfruta de todo. El melómano, si realmente lo es, debe saber distinguir entre lo bueno y lo malo, como el buen catador de vinos que sabe degustar de una buena cosecha. ¿Sabes?, yo desconfío de los que dicen que toda la música les gusta, eso no es posible a menos que el contacto con la música sea sólo superficial. Cuando ya entras en detalles, cuando su majestad la música penetra por cada uno de los poros de tu piel, entonces ya no te puede dar igual, imposible.

Soy melómano, no sólo por las cosas que me gustan, lo soy porque desprecio, vomito, y lo digo como una sólida declaración de principios, toda la música desechable, la que tiene fecha de caducidad, ésa, tú entiendes, úsela y tírela, soy melómano porque considero un insulto al buen gusto todo eso, la banda, la grupera (hasta me cuesta trabajo mencionarlo). En efecto, soy melómano, luego existo.


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