El Día del Trabajo el crimen organizado demostró su poder en Jalisco, Guanajuato y Colima, a manos de quienes tal vez, sólo tal vez, se enfrentaron a la pobreza y observaron una alternativa para luchar contra el hambre y ser parte de ese encantado mundo de la opulencia y el poder que los olvidó. En Aguascalientes, la clase política, cómodamente sentada a la sombra observó el desfile de obreros y profesores, en realidad de sus sindicatos que, como el clero en la Nueva España, fungen como intermediarios entre los verdaderos patrones, que no lucharon contra la esclavitud del trabajo forzado de los indígenas por medio de préstamos coercitivos hasta que vieron agraviados sus privilegios. Así fueron algunos escenarios del Día del Trabajo.
Más que festejos, el 1 de mayo a nivel internacional, y el 3 de mayo para México, son fechas que deberían concienciarnos sobre la lucha y precarización a la que continúan enfrentándose obreros, jornaleros y albañiles, quienes con frecuencia viven en inseguridad y tensión, con la única esperanza del salario mínimo: el “peor es nada”. Este ejercicio debería llevarnos a reflexionar el escenario de subsistencia para las y los mexicanos, cómo estas condiciones han generado una gran oportunidad para reclutar operarios del crimen organizado, aunque no es la única razón de su atractivo sí es un elemento que debe afrontarse.
Si a esto agregamos que en México más del 45% de las personas ocupadas perciben ingresos menores a los 900 pesos semanales según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, sin considerar que las mujeres reciben cerca del 24% menos del salario que los hombres según la ONU, ¡ahora imaginemos a quienes laboran en el colado y el enjarre!, muchos sin seguro social, contratos, ni cuentas bancarias que den cifras oficiales sobre su realidad y problemáticas, además de que el país presenta una tasa del 7% de desempleo, de acuerdo a la OCDE.
Si bien se reconoce que el desempleo y la diferencia de ingresos de los trabajadores muy difícilmente se podrían regular y estabilizar debido a que siempre la cantidad de solicitantes de trabajo será mayor a la demanda de fuerza de laboral, irónicamente porque pocos podrán comprar más servicios o productos que orillen a una mayor producción y por ende más empleo; por lo que sí podemos iniciar la sociedad civil es en reconocer la importancia de los trabajos considerados de poco prestigio, como albañiles, cargadores, de mantenimiento y limpieza, trabajadoras domésticas, por mencionar algunos ejemplos; pues aunque todas y todos aspiramos a mejores condiciones económicas, mayor riqueza con menor esfuerzo, múltiples situaciones pueden orillarnos a aceptar este tipo de labores de poca remuneración y de riesgo, sin olvidar que son empleos que son necesarios e indispensables. Simplemente piense en que un ingeniero o arquitecto puede planear y diseñar una casa o edificio, pero será imposible sin los albañiles, recolectores de escombro, electricistas, etcétera… ¿o es que tal vez algún día esta división de trabajos podrá esfumarse?, lo dudo. Por ello, es relevante evitar posturas clasistas que nos eviten el diálogo y el reconocimiento de los aportes que cada uno hace para la vida diaria de los otros.
Recuerdo que durante una de las manifestaciones del Instituto Politécnico Nacional, algunos jóvenes cargaban pancartas en las que manifestaban “no somos obreros”, al referirse a la “minimización” de las carreras del IPN a simplemente actividades técnicas y manufactureras, a pesar de que algunos albañiles y obreros también proclamaban su apoyo a las consignas de los jóvenes; si bien, esto se debe al reconocimiento de la precaria situación de los campesinos, obreros y trabajadores de la construcción, que consideran que un título es la puerta a una mejor vida, me pareció algo irónico, pero al menos una muestra de solidaridad y denuncia a través de quienes tienen una posición un poco más privilegiada, los universitarios.
Como nieto del abolengo y la estirpe de los albañiles que dieron forma a múltiples fraccionamientos y edificaciones de la ciudad de Aguascalientes, y beneficiario de ese arduo trabajo que curtió piel y partió manos para llegar a los espacios de los que ya eran considerados parte de los pipirisnais, quiero reconocer y promover el reconocimiento a esas labores de las que huimos y tenemos miedo porque somos conscientes de los abusos, problemas y lo duro de esos trabajos, los que quedan en el olvido y los que forjaron días de conmemoración a su lucha y padecimientos, que se transformaron en desfile ante los de cuello blanco y en fiesta con chela en caguamas y cruces, porque al otro día, tal vez uno más después de la resaca, habrá que regresar con el pico y la pala para llevar a casa pan, cal entre las ropas y esperar que los próximos tengan algo mejor, al menos… un salario mínimo.
Twitter: @m_acevez