Otra semana, otra película sin historia. Mad Max me sonaba a un lejano recuerdo de películas en Canal 5 algo violentas, lentas y en uno de los entornos que mayor flojera me dan: futuro distópico en desierto. Casi en empate con el desprecio que siento para Aventura sobre un nevado. También me acordaba de una especie de tecno infantes que eran muy buenos hackeando y ayudaron en unos túneles de aire acondicionado a nuestro héroe. En resumen: deep shit muy de los ochenta. El trailer de la película más reciente ciertamente me fascinó por la música original (que ni siquiera sale en la película) y el ritmo frenético que promete.
Total que durante esta semana la prensa gringa fue construyendo un aura muy positiva alrededor de Mad Max: Fury Road, de hecho todo el positivismo que definitivamente no tuvo Age of Ultron sí lo están dando los críticos a esta otra película con una premisa similar: una montaña rusa que no promete una trama coherente, explicaciones ni reflexiones. Un simple espectáculo que se tiene que disfrutar colectivamente en una gran pantalla. A menos que seas millonario y tengas una sala completa en casa o rico estándar mexicano con un minicinito con cañón en HD para la familia. Caso contrario, este tipo de experiencias las disfrutas hasta el Blu Ray en una tele mal calibrada (todas lo están, es magia negra ponerlas bien). O en Netflix, si no te importa consumir de manera óptima las cosas (la latencia de red en el corto plazo nunca será la necesaria para ver un 1080p como se debe). Entonces ir al cine vale la pena y es lo que nos queda. Con toda esta expectativa, asistí a ver Fury Road. Pensé que a mi novia no le gustaría que básicamente una de las promesas es ultraviolencia, cosa que generalmente al género femenino le desagrada. Al final aceptó debido al diseño de producción tan auténtico (aunque le aburrieron las carreras y lo over the top de las circunstancias, que digo, yo casi me duermo en Age of Adaline).
En las reseñas y editoriales suelo ver que la definen como una persecución de dos horas. Nada más falso. Si acaso la única parte verdaderamente intensa es la carrera final, que verdaderamente te deja temblando y saliendo del cine atolondrado. Me encanta que no hay la mínima explicación seria acerca de qué carajo pasó con el mundo, porque hay personas albinas con ojos negros o un sólo suspiro que sugiera la idea de crear un universo (ei, como el de Marvel). Las cosas son lo que son y asumes que falta agua, no hay gasolina pero unos locos la utilizan para manejar vehículos que pasaron por la versión darketa y metalera de West Coast Customs y que por si fuera poco, hay espacio para la estética sadomasoquista en la mente de los soldados del futuro. Es algo totalmente locuaz. Un montón de freaks en pantalla, sin caer en rollos grotescos tipo Pink Flamingos o los exploitation films. Ciertamente es raro que Warner haya dejado a George Miller (no lo sabía hasta hace unas semanas, pero también dirigió Babe y Happy Feet) realizar una película tan original, no para niños y carísima (150 millones de dólares, como Star Trek o una de Iron Man) en 2015 con toda la presión de maximizar dicho tipo de inversiones en precuelas, secuelas, series animadas, merchandising y spin-offs. Productos laterales que obviamente no tendrá Fury Road, la cual tuvo tan poca prisa que se acabó de filmar en 2013 y llevaba casi dos años en posproducción.
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