En 1985 estudiaba la carrera de Letras. Todas las tardes iba a un café donde me sentaba a leer novelitas policiales, y a escribir lo que suponía eran los arranques tentativos de una obra magna. Sin querer, el ejercicio de la lectura se iba complementando con la escritura arbitraria de un cuaderno de notas que no se dirigía a ningún lado. En la mesa de junto, casi siempre, había un joven leyendo libros de Octavio Paz o de Borges. Fumaba cigarros baratos mientras anotaba citas en cuadernos scribe que, luego supe, iban a dar a un cajón de madera lleno de periódicos, revistas o suplementos viejos. Un día ese joven, a quien llamaré Jaime, me pidió prestada mi libretita de apuntes. Corrijo: me la tomó prestada y comenzó a leer esos apotegmas nada avispados que buscaban asidero entre mis pretensiones y la tarde que se demoraba en caer. Eres poeta, me dijo. A partir de ahí comenzó a llamarme El Poeta. Me había convertido, por decreto, menos en un émulo de Pablo Neruda que en ese personaje de Mario Vargas Llosa que redacta novelitas sucias, para beneplácito de una ilustrada minoría. Dos años después escribí mi primer poema: una ominosa catalogación que convertía mi pecho en una hambrienta tribu de caníbales que le hincaba el diente a mi corazón enamorado. Sobra decir que Jaime se convirtió en uno de mis mejores amigos. Y que la sustancia de esa amistad residía en la apropiación de signos, alocuciones, imágenes, que extraíamos juntos de la palabra escrita. Y de la calle. Fuimos esos bellos y tristes revolucionarios que apuestan a la consigna flamígera, a las utopías y al amor propio.
Tiempo después conocí a Álvaro. Lector voraz, maestro de letras que apuntalaba sus lecciones en un extenso y feliz anecdotario, solo para darle al escritor la vulnerabilidad y el encomio suficiente para enfrentar sus manes, a Álvaro me unía la invocación de temas diversos que repartíamos, como naipes blandos, en cualquier escritorio, en cualquier mesa de café o de cantina: el promedio de bateo de George Brett en 1985, las cualidades elásticas de Sasha Grey o Tori Black, la sobrevaloración de Enrique Vila Matas o el fraseo de Juan Carlos Onetti; la canción emblema de Elvis Presley o la mejor novela latinoamericana de todos los tiempos. Con Álvaro entendí que el ser humano podía ser una plaza pública; un escenario donde confluyen ritos, visiones, lenguajes. Por eso, un encuentro con él, salvaguardaba lo mismo civilidad que fiesta.
Su poeta favorito era Ramón López Velarde y, a veces, José Alfredo Jiménez.
¿Por qué hablo de Jaime y Álvaro? Los menciono porque hoy ya no están entre nosotros. Jaime perdió su batalla contra el cáncer hace dos años. Y Álvaro fue asesinado cuando viajaba de Guamúchil a Culiacán, un 24 de abril del 2011. De ambos habla Teoría de las pérdidas. Pero también habla de esa vulnerabilidad que habitamos sin darnos cuenta, de la derrota frente al amor, de la esperanza inmolada y de esa pequeña luz que deja ver la poesía cuando nos asomamos al vasto pozo de sombras donde flotan los restos de nuestra especie. A su memoria está dedicado el libro. A la cercanía con sus nombres y a la amistad transformadora que, frente a las pérdidas, nos deja huérfanos pero también respirando.
Este premio, en cambio, está dedicado a mis padres, a mis hermanos, a mi familia, a mi familia política, a los que se fueron, con quienes he llorado, a mis amigos, a todos mis maestros poetas que, lo diré, son todos los poetas y, principalmente, a Marisela, mi esposa, y a Ximena y Mariana, mis hijas. Vivir es escribir con todo el cuerpo, puso una vez Vicente Quirarte en las manos de Aníbal Egea. Ellas encarnan esas páginas donde un servidor está aprendiendo a escribir, día a día, sus años.
Agradezco profundamente la hospitalidad de esta ciudad, las atenciones de Mariana y Patricia, coordinadoras ejemplares de estas Jornadas de Poesía, a la directora del Instituto de Cultura de Aguascalientes, a la Coordinación de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes, al señor gobernador, Carlos Lozano de la Torre, por mantener vigente esta poderosa tradición literaria dentro de la poesía mexicana. Muchas gracias.
* Palabras de Jesús Ramón Ibarra tras la recepción del XLVII Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2015 en el Teatro Morelos. El jurado del premio, integrado por María Baranda, María Rivera y Jorge Fernández Granados, por unanimidad, decidió entregar el premio al trabajo titulado Teoría de las pérdidas, por ser una obra de evidente dominio de un estilo en el cual las materias vital y verbal consiguen una forma poética progresivamente concentrada y certera.