El grito de la asertividad / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
16/11/2024

Al término de un ejercicio para practicar los estilos de influencia aplicados en una negociación positiva, el Dr. Gary Bergthold, instructor del programa Positive Negotiation del autor David E. Berlew, bajo la firma Situation Management Systems, Inc., de Plymouth, Massachusetts, EUA., en Santa Cruz, California, siendo el verano de 1984, dirigiéndose a mí dijo: “Ustedes los latinos están formados, están hechos para la obediencia”. Su afirmación me chocó, porque era una franca provocación para discutir a favor o en contra.

En realidad, expresaba una “evaluación” con fuerte acento asertivo, para medir mis reflejos de asertividad -que, en efecto, no son los más espontáneos e inherentes a nuestra educación y práctica social, en México y América Latina. Efectivamente, el gran conjunto de participantes de Centro y Sudamérica responderían usando los estilos de influencia asociados al razonamiento, a querer explicar la lógica de sus ideas o a respaldarse en hechos para probar sus dichos, todos ellos estilos asociados a la persuasión. En verdad, a todos nos costó adoptar de inmediato los estilos “asertivos”, que implican: afirmar lo que queremos y pensamos directamente, sin rodeos, por ejemplo: contra-evaluando su aserto, o definiendo nuestras expectativas, o de plano ofrecer incentivos o presiones claras, para contra-argumentar lo dicho por él. Nos hizo pensar en algo mucho más profundo de nuestra, llamémosle así, “cultura latinoamericana”.

Al parecer, somos más razonadores que actores asertivos, de primera instancia. Un estilo predominante que a través de la historia ha sido visto con actitud crítica y aun sarcástica por los hombres de poder; tenemos el caso del arte dramático, maravillosamente bien captado por Moliere en sus comedias del siglo XVII, y que personifica en el subordinado incumplido, irresponsable, escurridizo para evitar a toda costa la merecida sanción, del cual se expresa con el lapidario: –Ah, le raisonneur! (Ah! El razonador!). Siglos en que América Latina estaba en la época del Virreinato, en pleno. En que tanto la Real Audiencia como los Oidores del rey eran el conducto privilegiado para observar-escuchar, juzgar y hacer valer la obediencia a la ley dictada por el monarca central. Control judicial que el talante colonial encabezado por el virrey mismo, lleno de sorna y cinismo, neutralizaba bajo el lema: “¡Acátese! Pero no se cumpla”.

Huelga decir que al interior de un régimen autoritario, despótico y centralista, el ser razonador sirve para salvar el pellejo, sobre todo en situaciones comprometidas, o aun para excusarse con diplomacia, cortesía y aparentes buenos modales de una situación embarazosa. Pues sí, tendríamos que suponer sin conceder, que efectivamente fuimos formados dentro un régimen impuesto de obediencia generalizada, tanto en lo público como en lo privado, y en una escala estrictamente gradualista por castas o clases sociales, según estamentos, edades, sexos, estado civil y estricta posición de clase.

La expresión personal autoafirmativa, sin ambages, directa, manifestativa categóricamente de la propia voluntad, no era bien vista, más bien sería tenida como un acto insolente. Sociológicamente nos acostumbraron a razonar. Y la razón está más que evidente: ante un mandato o una orden perentoria de alguien investido de autoridad, no habría más que acatar -razonar los motivos de la obediencia-, pero reservándose el derecho oculto de no cumplir o hacerlo a medias. De allí deriva el epíteto de “ladino”, que las etnias indígenas captaron en toda su magnitud para calificar a los que hablan “Castilla” y, que más tarde, se les revertiría y sería reservado debido a su forma de sutil sometimiento, con nulo afán de cumplimiento.

En resumen, la pretensión general consiste en que la cultura anglosajona se expresa con mayor naturalidad mediante la asertividad -socialmente aceptada-, de primera instancia; en tanto que la hispanoamericana lo hace mediante el sutil razonamiento. –Ah, les raisonneurs! (¡Ah, los razonadores!). El supuesto es que nosotros los latinos tenemos que pasar, primero, por el filtro del razonar, antes de actuar. Si esto fuera así, estaríamos frente a un condicionamiento socio-cultural de no menores consecuencias. Y aun suponiendo sin conceder que esto prive en nuestro medio social, político y cultural, de ninguna manera significa un determinismo sociocultural irreparable. Tenemos libre el acceso, como todo ser humano, del recurso a formas y estilos de influencia alternativos, aún por encima de los condicionamientos objetivamente presentes.

Las condiciones y situación actual de México, ante las elecciones inminentes del 7 de junio son un buen referente para aplicar estilos de influencia alternativos a la simple obediencia y sumisión. Ha quedado por demás claro, descarnadamente expuesto, que nuestro sistema electoral reformado está cooptado cínicamente por los partidos políticos y, por ende la clase hegemónica en el poder, para producir resultados electorales jurídicamente válidos -apegados a la letra de la Ley-, pero sociológica y culturalmente con poca o nula representatividad del espíritu, anhelo y talante ciudadano. Mecánica y técnicamente nuestras elecciones podrán ser impolutas y, por tanto, declaradas válidas y obligatorias. Pero sabemos que están fuera de la órbita del auténtico querer, esperar y percibir ciudadano. Sin duda funcionan como mampara del poder de facto, para seguir mandando desde el gobierno y saberse constitucionalmente instalados; pero son disfuncionales respecto de los fines últimos a los que tiende la ciudadanía: desarrollo social integral, derecho al crecimiento económico, aspiración al empleo digno y remunerador, derecho al acceso y usufructo de los bienes y satisfactores básicos de las necesidades sociohistóricas de las personas y sus familias, derecho universal a mejores estadios de calidad de vida. Este dato duro aspiracional de la ciudadanía parece difuminarse ante él cruda y afanosamente sostenido interés de grupo, clase o bloque actuante en el poder.

Entonces, ¿cómo vamos a votar? Sin duda, hay que reconocer que un gran bloque de la población electoral emitirá un “voto duro”, como lealtad a su afiliación, afinidad o simpatía partidista, y muy seguramente este conjunto baste para tener elecciones válidas y, por tanto, obligatorias para el relevo constitucional que viene. Otro segmento, un poco menor, votará con un “voto de castigo” del o los partidos en el poder, que formaron gobierno y han incumplido sus expectativas ciudadanas. Otros, desilusionados, pesimistas o desinteresados de la cosa pública, apáticos de la participación social comprometida optarán por la abstención simple y llana. Y, a lo mejor, un conjunto probablemente menor pero representativo anulará intencionalmente su voto para manifestar su hartazgo de formalidades obedienciales de la Ley, pero francamente contestatario ante los partidos políticos que actúan bajo el simple y llano sistema de “reparto del botín” (‘spoils system’), donde el sistema de financiamiento público les otorga graciosa y gratuitamente este poder.

Si este escenario posible ocurre así, tendremos elecciones libres y soberanas exitosas, válidas; pero, con una serie de mensajes cruzados, resistibles a una homogeneización cruda y simplista. Permanecerá abierto el canal contestatario, bajo denuncia ciudadana de que algo y algo muy profundo debe cambiar. Estoy convencido de que México, junto con América Latina, ya no es la mansa muchedumbre obediente de antaño -así sea con el talante ladino de formalidad y mentalidad colonial-, sino que hogaño tendremos una sociedad más demostrativa, manifestativa del disenso legítimo ante la simulación cínica, y finalmente, sí, más asertiva, según los nuevos cánones de la globalización económica, hegemónica en lo político, y sí, profundamente cultural. La apropiación legítima de los recursos también implica el cambio alternativo de los estilos de influencia positiva, para construir la sociedad asertiva México-latinoamericana que ya viene.


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