De obras colosales (segunda parte) / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
21/11/2024

La semana pasada, por la extensión del tema y en un intento por respetar los espacios, me fue imposible concluir debidamente el banquete, así que en esta ocasión, y esperando contar con el favor de tu lectura, pondremos punto final al tema de las obras colosales.

A manera de recapitulación, las obras que te propuse como colosales en el banquete pasado son: La Missa Solemnis, Op. 123 de Beethoven, la Sinfonía Fantástica de Berlioz, Cuadros de una Exposición de Mussorgsky, la Sinfonía Novena de Gustav Mahler y la Séptima de Anton Bruckner, hoy te propongo otras cinco como ejemplos monumentales del arte de la música, veamos…

Imposible no considerar como un monumento catedralicio de la música la Sinfonía No. 5  en mi menor, Op. 64 de Tchaikovski. Este compositor ruso, dignísimo representante del más puro y ortodoxo romanticismo musical, escribió seis sinfonías, indiscutiblemente las tres últimas son las más interpretadas y, consecuentemente, las más conocidas. De éstas, la quinta es la que me parece que tiene más fuerza, hasta la siento como fuera de contexto, si consideramos el dulcísimo sabor del pensamiento musical de Tchaikovsky. Lejos de eso, la quinta representa una fuerza descomunal que se mete en cada uno de los poros de la piel. Sin duda, la sinfonía quinta de Tchaikovsky es una auténtica obra colosal de la música.

La Consagración de la Primavera de Igor Stravinsky es un coloso, un gigante soberbio y majestuoso, una obra revolucionaria e irreverente. Atentó, en su momento, en contra de, digamos, las “buenas conciencias”, parafraseando a Carlos Fuentes. Su estreno, en mayo de 1913 en el Teatro de los Campos Elíseos de París, fue un verdadero escándalo, un escándalo  colosal, casi del tamaño de la grandeza de esta obra que, evidentemente, no fue comprendida por todos en ese célebre estreno. Para quien esto escribe, Stravinsky es quien con su Consagración de la Primavera crea un nuevo lenguaje, abre la era de la música contemporánea. Esta obra es un parteaguas, un verdadero coloso de la gran música de concierto, desde la orquestación hasta el imponente discurso musical de Stravinsky.

Las grandes obras colosales tienen la particularidad de crear universos sonoros que no son fáciles de aceptar, al menos en una primera audición, este es el caso de una de las más increíbles y monumentales partituras de las que tengo memoria, me refiero a la Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen. Ésta es una obra dividida en diez movimientos y en cada uno de ellos es perceptible el carácter del compositor. Es aquí en donde se presiente el espíritu colosal de esta obra, entre otras cosas, una profunda fe cristiana, Messiaen era católico practicante y celoso de su religión. También es perceptible su fascinación por el hinduismo, y claro, su gran pasión, el alegre canto de los pájaros. En cuanto a la dimensión musical de este monumento sonoro, el ritmo y el generoso color instrumental son parte del perfil de la Sinfonía Turangalila. En lo que se refiere a la orquestación, Messiaen utiliza, además de la orquesta de forma convencional, un extraño instrumento llamado Ondas Martenot, es uno de los primeros instrumentos musicales eléctricos y que debe su nombre a su inventor, Maurice Martenot en 1928. Además de Messiaen, que fue probablemente quien más lo utilizó, también se sintieron atraídos por su sonido compositores como Honegger, Darius Milhaud, Koechlin, entre algunos otros. La Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen significa en sánscrito algo que podemos  interpretar como “canto de amor, himno de alegría, tiempo, movimiento, ritmo, vida y muerte”. Se estrenó en el año de 1949.

En el escenario nacional de la gran música de concierto encontramos algunas obras con todos los merecimientos para ser consideradas como “obras colosales”, a reserva de tu mejor opinión, yo elijo La Noche de los Mayas de Silvestre Revueltas. Si esto no es un coloso de la música, habría que redefinir este concepto. Desde las primeros compases de la obra hasta la conclusión de las misma está presente ese espíritu precortesiano de la música mexicana, de la auténtica música mexicana y de la que sin duda debemos sentirnos profundamente orgullosos. La obra está dividida en cuatro movimientos: La Noche de los Mayas, Noche de Jaranas, Noche de Yucatán y Noche de Encantamiento, en este último movimiento, el maestro José Yves Limantour agregó una impresionante cadencia con un ejército de más o menos catorce percusionistas. Hay grandes versiones de la Noche de los Mayas, la Sinfónica de Aguascalientes dejó registrada una muy buena para el sello discográfico Naxos, con la dirección del maestro Enrique Barrios, pero en lo personal me quedo con la versión de la Orquesta Sinfónica de Xalapa y la dirección del maestro Luis Herrera de la Fuente.

Para cerrar esta muy personal lista de las que considero obras colosales, te propongo la Sinfonía con Órgano, No. 3 en do menor, OP. 78 de Camille Saint-Saëns, es una obra impresionante, de hecho, creo que no exagero al señalarla como la cúspide de su carrera. Debe su nombre al uso del órgano tubular que utiliza en dos de sus cuatro partes. El órgano tubular es en sí mismo un instrumento colosal, y el tratamiento que de él hace el Sain-Saëns es impresionante.

Sin embargo, la música de cámara también tiene grandes capítulos colosales, algunos de ellos son, por ejemplo, el Quinteto la Trucha y el Quinteto con cello, ambos de Schubert. La Grosse Fuge, o la Gran Fuga, cuarteto de cuerdas en un movimiento de Beethoven o el Cuarteto para el Fin de los Tiempos de Olivier Messiaen, entre otras más.

 


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